SECCIONES

lunes, 11 de mayo de 2015

Madres coraje

 No hace mucho apareció en los medios de comunicación una noticia curiosa: en Brasil, un club de fútbol había contratado los servicios de las madres de algunos de los hinchas más hinchas para tratar de rebajar la violencia en las gradas del estadio. Pronto se comprobó que, con sus madres delante, tales hinchas no eran tan hinchas: se deshinchaban.
Después me entero que, esta vez en Estados Unidos, una madre coraje —así la denominaron los medios— sacó, a pescozones, de una manifestación, a su hijo, un manifestante encapuchado. Aquí tienen el vídeo:
     Y, supongo que por influencia del caso anterior, ya el colmo, lo último, lo he visto hace unos días en El País. La verdad es que, como en los juicios donde no pueden entrar las cámaras, a falta de fotos, disponemos de un dibujo, pero de un realismo extraordinario (por si alguien duda de la veracidad, les adelanto que es del gran Forges); el dibujo nos muestra la escena de una madre coraje —y vaya coraje—, en la Moncloa, sacando a su hijo —ahora se trata de un ministro— a pescozones, alejándolo del Consejo de Ministros. 
Forges, 03/05/2015, El País
¡Incrédibol!, que diría el propio Forges, ¿no?
Por cierto, ¿les “suena” la cara del ministro dibujado?



miércoles, 6 de mayo de 2015

Las hojas muertas

Murcia, último día del mes de abril: primavera. Estamos comiendo, muy bien, en la terraza del mesón La Torre de las flores, Paco, Mariano y yo, una avanzadilla de un grupo de tertulianos para el que propongo a partir de ahora el nombre Los piensos; ya diré, en otra entrada, qué significa, por qué lo propongo.
Llevamos un rato tapeando cuando observo, un poco distantes, a una pareja de músicos (acordeón y clarinete), por su pinta, extranjeros; al poco comienzan a tocar y me llegan las primeras notas de Las hojas muertas, interpretada “decentemente”; los músicos se alejan a otras terrazas de los alrededores y al rato vuelven por allí, pero ya tocando otros temas; les hago señas para que se acerquen y cuando lo hacen les pido la canción que me ha llamado la atención anteriormente; lo hago en español, en francés —con mi peculiar fonética—, lo pienso en inglés pero no me atrevo…: no me entienden y termino tarareándosela; entonces, sonriendo por haber comprendido, comienza el del clarinete la melodía, acompañado inmediatamente por el acordeón; tocan con ganas, incluso, animado por mis gestos, el clarinetista introduce algunos adornos jazzísticos —apoyaturas, síncopas, cambios de tempo…—, ya digo, tocan con cierto gusto. Terminan y les damos unas merecidas monedas.

Las hojas muertas (Les feuilles mortes, 1945) es la canción más conocida del compositor húngaro Joseph Kosma (1905-1969), con letra de un poema de Jacques Prévert (1900-1977).
Kosma había sido discípulo de Béla Bartók y dirigido la orquesta de la Ópera de Berlín, trabajo que dejó para incorporarse a la compañía de teatro de Bertolt Brecht. Compuso algunas obras de más importancia y temas para películas de cine (algunas de Jean Renoir), pero es más conocido como autor de canciones. Y precisamente a la más famosa de ellas, Les feuilles mortes, que se estrenó en una película que tuvo mala crítica y, además, fracasó comercialmente (Les portes de la nuit (1946), de Marcel Carné), ya digo, a la canción Las hojas muertas el triunfo le vino después, en su versión inglesa, Autumn Leaves, que se convirtió en un standard de jazz.
Joseph Kosma
Jacques Prévert, el autor del poema sobre el que Kosma escribió la deliciosa canción, fue un rebelde escritor francés —contestatario social, en cuyas obras son frecuentes las referencias a la justicia, la libertad, la felicidad…— que tocó todos los palos: poesía, teatro, letras de canciones, guiones para películas —por ejemplo, para Renoir, y para el mencionado Marcel Carné—… hasta cuentos para niños. A Prevert le costó ser admitido en los círculos de moda en París. Entró con los surrealistas pero rompió con ellos después. También se distanció del partido comunista aunque no había militado en él. Al final de su vida se dedicó a escribir letras para canciones que famosos cantantes han popularizado por todo el mundo. El volumen Cincuenta canciones Prévert-Kosma (1977) recopila algunas de ellas.
Jacques Prévert
¿Versiones de Les feuilles mortes (Autumn Leaves, Las hojas muertas)? Las hay de todos los estilos y para todos los gustos. Tantas que, aunque solo sea enumerando preferencias es imposible no dejarse algunas en el tintero. Encontramos buenas versiones vocales, instrumentales y alguna con los dos ingredientes sobresalientes.
Si he de ser sincero, creo que la primera versión que escuché siendo joven fue la de Los 5 latinos ¿Quién no recuerda, si tiene una cierta edad, cómo la cantaba en español este grupo argentino, pionero del rock latino, de estilo The Platters (Solo tú, Hay humo en tus ojos), con quienes llegaron a compartir escenario? Entre las cantadas en francés, la de Yves Montand y también las de Juliette Gréco, Édith Piaf y Mireille Mathieu. En inglés nombraremos las versiones de dos hombres y dos mujeres, para equilibrar: las de Nat King Cole, Frank Sinatra, Diana Krall y Dee Dee Brigdewater. Entre los innumerables músicos instrumentistas de jazz que han recreado el tema sólo citaré unos pocos: Oscar Peterson y Stéphane Grappelli, Duke Ellington, Coleman Hatwkins, Chet Baker, Miles Davis y Joe Pass. También hay versiones para los amantes de las voces “educadas”, como la de Kiri Te Kanawa y las de Alfredo Kraus y Plácido Domingo, por terminar con un toque local.
La versión elegida por Abonico —no “la preferida”, que sería difícil de elegir entre tantas, tan variadas y tan buenas— es una del primer intérprete, el de la película fracasada, Yves Montand, el cantante francés —y también reconocido actor— de origen italiano, descubierto por Édith Piaf.
Yves Montand
 Pero, con las facilidades que nos ofrece Internet hoy en día, les recomiendo que busquen entre las otras arriba mencionadas, las escuchen y disfruten.

viernes, 1 de mayo de 2015

Xin Yi

Hace unos días, la semana pasada, me llamó por teléfono una exalumna (fue alumna hace ya algunos años, de 2007 a 2009): Xin Yi (en mis contactos de correo y de WhatsApp veo su nombre castellanizado: Sinyi, pero yo prefiero el que aparecía en mi lista de clase, Xin Yi Xia). La verdad es que la llamada telefónica fue producto de una equivocación; supongo que involuntariamente eligió en su móvil un nombre distinto al que pretendía, pues, hasta que aclaramos la situación, ella creyó que estaba hablando con su profesor de autoescuela —debe estar preparándose para el carnet de conducir—, pero la sorpresa fue muy agradable, creo que para las dos partes.
“Soy Xin Yi”, comenzó, y al escuchar mis palabras de alegría por su llamada me dijo —lógicamente, pues no era a mí a quien ella esperaba escuchar al otro lado— que le sonaba extraña mi voz, y, con la suya oscura y algunas toses de catarro, añadió que no podía “venir” a clase, que no se encontraba bien; esto último activó definitivamente en mí la señal de alarma, pues Xin Yi se fue de Santomera hace unos cuantos años y no la he vuelto a ver. Al final, tras aclarar el equívoco, ya digo, una alegría.
Xin Yi es de origen chino. Hace años, cuando yo le daba clase, era una niña alta, delgada y de una timidez exagerada —una timidez oriental dicen muchos—, que se sonrojaba y se emocionaba hasta las lágrimas cuando me veía por la calle, y a quien le costaba mucho —cuestiones de cultura y carácter, supongo— darme un beso cuando, de vez en cuando, nos encontrábamos. Ahora, supongo, será una preciosa jovencita, espero que algo más extrovertida.
Tenía una muy buena predisposición, para el estudio en general y para la música en particular. Un día, en clase, estábamos “viendo” una melodía popular húngara; yo tocaba la primera parte y mostraba a los niños, que desconocían todavía algunas de las notas que yo tocaba, cómo debían de tocar la segunda, como respuesta a mi intervención; tras unos tanteos colectivos a toda la clase y posteriormente a grupos más reducidos, pronto pregunté si alguien se atrevía.
—¿Quién quiere tocar?
—Yo, maestro —contestó Xin Yi, con su típico acento, levantando tímidamente la mano al mismo tiempo—, yo.
—De acuerdo, Xin Yi —le dije—, ¿sabes cuándo tienes que empezar?, yo toco la primera parte y tú me respondes con la segunda, ¿vale?
—Maestro, yo todo —contestó en su español peculiar—, yo toco todo.
—¿¡Tú todo!?
—Sí.
—¿¡Es que sabes hacer el “Re” agudo y... !?
—Sí.
—Vale, pues… adelante —dije sorprendido—, tócala entera.
Y, en efecto, tocó toda la melodía, mi parte y la suya; y la tocó bien, yo diría que muy bien para el tiempo que había transcurrido desde mi explicación.
Pronto vi las condiciones que Xin Yi reunía para la música y le pregunté si quería ir a dar clases a Euterpe, la asociación musical del pueblo. Ella dijo que sí, le hicieron una prueba de entrada y comenzó a estudiar flauta travesera, aunque antes hubo que convencer —algo que costó lo suyo— a su padre, que terminó aceptando y comprándole —según me enteré después— la flauta más barata que encontró: quizá, al ser chino, no conocía nuestro refranero, que afirma que “un buen instrumento hace maestro”.
Después, la familia Xia, que había “llevado” un bazar aquí en el pueblo, se trasladó a Alicante y ya poco he sabido de Xin Yi en estos años; pero, como tenía su correo, con el tiempo le mandé una partitura sencilla —acompañada de una buena grabación—, asequible a su nivel: la preciosa Siciliana, Op. 78, de Fauré (original para violonchelo y piano) en arreglo para flauta y piano, interpretada por Emmanuel Pahud (flauta) y Eric Le Sage (piano), la misma versión que les ofrezco ahora en Abonico, aunque yo preferiría escucharla tocada por la propia Xin Yi.
Cuando me llamó hace unos días le pregunté si seguía estudiando flauta; me dijo que, aunque toca en una banda, ya no va al conservatorio. Le pedí que le diera recuerdos a su hermana Diana —menor que ella y también exalumna mía—, y entonces me dijo que Diana sí seguía estudiando violín.

     Espero que a ambas les vaya bien, con conservatorio o sin conservatorio; que puedan y quieran seguir tocando, aprendiendo y disfrutando de la música, pues, como dice Violeta Hemsy de Gainza, "Aprender música es un derecho humano. No se necesita para vivir, pero la vida no es la misma sin ella" (en "Aprender música es un derecho humano", Verónica Calderón, El País, 09-06-2011).