SECCIONES

viernes, 25 de septiembre de 2020

Leonor

¿Qué habrá sido de Leonor?, tan guapa, tan atractiva, tan alocada en nuestros años jóvenes…; hasta su nombre, distinto, original, parecía más bonito que la mayoría de los comunes en las chicas del pueblo. No la he vuelto a ver desde entonces. Supongo que, si vive, el tiempo se habrá encargado de poner en su sitio aquella belleza suya, posiblemente ahora atenuada, cuando no disipada.

Recuerdo que me contaron, recién ocurrido el asunto, que la chica, no sé con cuánta antelación, había quedado con su novio en que una noche, tras despedirse y simular él su marcha en el coche —era de fuera—, saldría desnuda al balcón, lo que permitiría al amado disfrutar viendo su precioso cuerpo, y supongo que a ella —presumida, impulsiva, imprudente...— exhibirse con jactancia.

Pero, no sé cómo, la cosa trascendió (en los días que siguieron a aquello hubo quien dijo que había sido la propia Leonor quien se había encargado de filtrar con disimulo la noticia) y cuando la noche acordada salió al balcón, en algunas esquinas de los alrededores de su casa, situada en una plaza muy importante del pueblo, había, estratégicamente distribuido, un buen número de ocultos mirones más y menos jóvenes que, desde luego, también disfrutaron del espectáculo, y, ¡cómo no!, casi más aún, contándolo después con todo detalle.

 

viernes, 18 de septiembre de 2020

Sí, pero lo han suelto

Son ya casi las nueve cuando, una vez encargado el pan que necesito hoy, continúo mi andadura en dirección al barrio de La mota. Como suelo pasar a diario junto al colegio Virgen del Rosario, voy pensando en rodearlo esta mañana y echar un vistazo desde fuera para ver qué tal va el comienzo del curso escolar en estos primeros días de asistencia de alumnado, con unas expectativas… digamos que no muy esperanzadoras. Y faltando unos doscientos metros escasos para llegar, me encuentro con R, al que veo a mi derecha pero de espaldas a la línea de mi marcha, por lo que me limito a decir «adiós» al tiempo que continúo con mi paseo.

—¡Vaya una que nos ha caído! —le escucho decirme cuando lo sobrepaso, con voz bien audible y como apenado por una preocupación que noto más en la entonación de la frase que en su rostro tapado por la mascarilla.

Como ya lo he rebasado cuando termina su exclamación, me giro para, una vez frente a frente, intercambiar con él unas palabras.

—Sí, quién nos iba a decir en pleno siglo xxi —le contesto—, con el desarrollo científico y tecnológico que tenemos, con el nivel de conocimiento actual... que un simple virus nos iba a obligar a…

—¡Esto no es un virus! —corta tajantemente la exposición de mis argumentos, muy seguro de lo que dice, y se reafirma repitiéndolo una vez más, articulando de nuevo la misma exclamación pero ahora más despacio, separando las palabras con intención, entonándola con más seguridad aún y apoyándose en el incuestionable gesto de levantar al mismo tiempo la cabeza, las cejas y el dedo índice de la mano derecha —¡Esto no es un virus!

—¿¡No es un virus!? —le pregunto tratando de mostrar mi extrañeza.

—Sí, pero lo han suelto.

Lo miro mientras pienso lo que quiere decir con «lo han suelto», suponiendo que se refiere a que al virus lo han soltado, adrede, de algún laboratorio, de algún país…, y mientras pienso esto, él aprovecha mi silencio para continuar con mucha autoridad y acabar así su lección y  también nuestro diálogo.

—Tú olvídate.

—¿?

—Lo que yo te diga.

 

viernes, 11 de septiembre de 2020

Una guillotina eléctrica

Le preguntan hace poco en la radio al historiador Henry Kamen si piensa, como algunos otros, que lo que ha faltado aquí en España es una buena guillotina (aludiendo, supongo, a lo ocurrido en la Francia revolucionaria de 1789), y ello me recuerda que, en Luces de bohemia, Valle-Inclán pone en boca del protagonista ciego de la obra, Max Estrella, que «hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol», y que dice esto respondiendo a un personaje secundario, un preso con el que comparte celda que le acaba de decir: «En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero».

Escena sexta

El calabozo. Sótano mal alumbrado por una candileja. En la sombra se mueve el bulto de un hombre. Blusa, tapabocas y alpargatas. Pasea hablando solo. Repentinamente se abre la puerta. MAX ESTRELLA, empujado y trompicando, rueda al fondo del calabozo. Se cierra de golpe la puerta.

[...]

EL PRESO: ¡Buenas noches!

MAX: ¿No estoy solo?

EL PRESO: Así parece.

MAX: ¿Quién eres, compañero?

EL PRESO: Un paria.

MAX: ¿Catalán?

EL PRESO: De todas partes.

MAX: ¡Paria!… Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela. Pronto llegará vuestra hora.

EL PRESO: Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona alimenta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés, y a orgullo lo tengo.

MAX: ¿Eres anarquista?

EL PRESO: Soy lo que me han hecho las Leyes.

MAX: Pertenecemos a la misma Iglesia.

EL PRESO: Usted lleva chalina.

MAX: ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré, para que hablemos.

EL PRESO: Usted no es proletario.

MAX: Yo soy el dolor de un mal sueño.

EL PRESO: Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos.

MAX: Yo soy un poeta ciego.

EL PRESO: ¡No es pequeña desgracia!… En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero.

MAX: Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol.

EL PRESO: No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de sus escombros con otro concepto de la propiedad y del trabajo. En Europa, el patrono de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente se salva pereciendo!

[...]

(Valle-Inclán, Ramón del: Luces de bohemia. Edición de Mauro Armiño. Madrid: Edaf, 2017, págs. 115-117).

Si mal no recuerdo, vi Luces de bohemia en los primeros años setenta, en el Teatro Romea de Murcia, interpretada por dos grandes de la escena: José María Rodero, como Max Estrella, y Agustín González como Don Latino. Un lujo.