SECCIONES

viernes, 24 de abril de 2020

Añoranzas

Mentiría si dijera que me ha cambiado mucho la vida el confinamiento causado por la covid-19, el nuevo coronavirus. No, en absoluto, no me la ha cambiado tanto. Mirando por encima-encima, me la ha alterado un poco, casi nada, pues mi rutinaria vida de ahora es muy parecida a la que llevaba antes de encerrarme del todo, y digo del todo porque entonces, sin el peligro acechante del virus, también permanecía encerrado en casa casi todo el día, aunque, eso sí, voluntariamente, y no es lo mismo no salir porque no quieres que estar encerrado aunque no quieras; la única diferencia palpable entre antes y ahora es que entonces salía a la calle casi todas las mañanas para andar una hora y media o dos horas, y en estos días de reclusión obligatoria me he visto abocado a realizar el paseo en casa, gracias a una espaciosa terraza donde puedo andar con bastante comodidad y a buen paso: a un ritmo cardiosaludable.
Hasta aquí, todo bien, pero… echo de menos el contacto directo y casi diario con mi hijo Jose, que, sin apenas fallos, venía a comer a casa de lunes a viernes, aprovechando que sus hijas comían en el colegio y que su mujer lo hacía en el trabajo; y también echo de menos, ¡cómo no!, el encuentro periódico —de frecuencia semanal como máximo— con mis nietas; echo en falta el poder abrazarlas y darles besos, apretones, achuchones…, el leerles, recitarles, cantarles… el jugar con ellas en definitiva. Sí, ya sé que para hablar con la familia e incluso verla a menudo tengo a mi disposición unas fantásticas tecnologías de la información y la comunicación, con diversos programas muy eficaces, unas tecnologías con las que, además, me desenvuelvo a las mil maravillas, pero aun así…, ya digo, echo de menos esos contactos directos: y es que… las crías tiran mucho.
Y a estas añoranzas hay que sumar otro factor negativo: el desasosiego que se me ha metido en el cuerpo —supongo que como a muchos— provocado por el temor a lo que pueda pasar (ahora, inmediatamente después, en el futuro…): el temor a una infección por un  posible contagio vírico —¡y no solo a la mía, claro!—, el temor a cómo saldremos de esta crisis múltiple y a cómo quedaremos si es que salimos —familiares, amigos, conocidos… todos—, temores ambos que, aun queriéndolos evitar, me sobrevuelan casi constantemente en un ambiente funesto que no sé muy bien cómo combatir, aunque todavía puedo decir —¡menos mal!— que no me sobrepasan (¡toco madera!).
Por lo demás, como ya he dicho, mi vida de confinado es muy parecida a la que llevaba antes, y ello es debido a que soy muy casero, a que me gusta salir lo mínimo, a que prefiero la lectura (de novela, ensayo, poesía, prensa, blogs…), y la escritura (de recuerdos, vivencias, observaciones, reflexiones...), y la música (tanto la escucha como el estudio y la interpretación), y el ordenador, que utilizo para la lectura de diarios, revistas, blogs, webs…, para la búsqueda, consulta y contrastación de datos e información, para escuchar música, para escribir…; y, ya por último, también figuran entre mis quehaceres preferentes algunos televisivos: unos pocos programas de entretenimiento —humorísticos los más—, algunas series —pocas también— y, sobre todo, esto sí en abundancia, películas, el buen cine.
¿Que, entonces, qué más quiero…? Pues… lo dicho; y además, puestos a pedir, la cerveza y el rato de charla de los viernes con mi hermana y mi cuñado, alguna comida de vez en cuando con los amigos, las periódicas visitas de Mariano, un rato en la tertulia… No mucho, creo yo.

viernes, 17 de abril de 2020

Entre todo y nada

Ya en plena crisis del coronavirus, cada cual encerrado en su casa, vienes leyendo y escuchando, de manera muy repetida desde los inicios del confinamiento, que cuando todo esto pase «nada volverá a ser como era» porque necesariamente habremos aprendido bien la lección; pero por otro lado también lees, escuchas… (de gente más pesimista, ¡claro!, y no sabes si más realista: te inclinas a creer que sí) que «todo volverá a ser como era» porque, como somos como somos, que no tenemos arreglo… pues… eso: que volveremos a más de lo mismo, a más de lo de antes.
«¿Y tú qué piensas?» te preguntas, sabiendo de tu cuasi pesimismo crónico. ¿Yo?... pues… —te detienes un poco a reflexionar— pienso que hay mucho margen entre ambas frases: entre la del «todo seguirá igual» y la del «nada seguirá igual»; y que quizás lo mejor —¿lo ideal?— sería que… ni una cosa ni la otra, que sería preferible que no todo volviera a ser como antes, o que, por lo menos, algunas cosas —diría que bastantes o muchas, que eso habría que estudiarlo— no vuelvan a ser como eran antes, porque… quiero suponer que algo sí que habremos aprendido.
Al final te viene a la cabeza una viñeta de Joaquín Rábago, El Roto (El País, 05-04-2020), que da en plena diana, que nos ofrece la clave, diciéndonos lo que nos espera: en ella se ve dibujada la gran Esfinge de Gizeh, de perfil y con mascarilla, y por encima de la gigantesca escultura se puede leer: «Cuando todo esto pase nada volverá a ser igual… ¡menos lo de siempre, claro!».


viernes, 10 de abril de 2020

Pansío

Esta mañana, sentada ya la familia a la mesa, con el desayuno delante, hemos hablado de lo buenas que estaban —y lo poco que duraron— las torrijas que anteayer hizo Toñi, de las que ayer mismo ya habíamos dado buena cuenta (podría haber utilizado la primera persona del singular y solo habría exagerado un poco); ella dice que todavía tenemos una barra de pan como la que utilizó entonces, que compró dos, pero que, con el tiempo pasado, esta que queda está «pansía» (y utiliza este término que tantas veces he escuchado y que de inmediato excita mis neuronas); bromeando, le digo a mi hijo Antonio que se fije bien en esta palabra y los tres dedicamos unos minutos a hablar de ella, aunque sin llegar a precisar bien… hasta que voy a mi estudio en busca de unos diccionarios: pronto queda todo mucho más claro.
pansío/a es la pronunciación que hace el huertano murciano del término pansido/a, que aparece en el diccionario de la RAE como adjetivo coloquial de nuestra tierra, proveniente del catalán pansir, y «dicho de una fruta, como la uva o la ciruela: Pasada o seca». Consultando fuentes de las hablas murcianas (diccionarios de Alberto Sevilla, de Justo García Soriano y de Diego Ruiz Marín), vemos que significa, literalmente en los dos últimos: «marchito, pasado, fofo, con referencia a la fruta y, por extensión, también a las personas».
Para acabar tengo que añadir que yo recuerdo haber oído hablar de alguien como pansío o pansía, creo que refiriéndose a su forma de ser, a su carácter —apagado, aburrido...—, además o al margen de su aspecto: «¿¡adónde vas, chica, pero si ese es un pansío!?». 

viernes, 3 de abril de 2020

Covidiotas

Como todos los sábados, echo un vistazo a Babelia, suplemento cultural de El País, y, en Sillón de orejas, una sección que sobre libros publica semanalmente Manuel Rodríguez Rivero, me encuentro con que «Los ingleses han inventado el neologismo covidiots (“covidiotas”) para designar a quienes rompen el encierro para darse un garbeo y contagiar un poco»; un neologismo que me parece muy acertado y del que yo ampliaría su campo semántico para que tuviera un alcance más abarcador, para que designara, además de a quienes rompen alegremente su encierro, también a quienes se pasan por el forro el resto de las indicaciones de las autoridades pertinentes y no toman las medidas que tienen a su alcance para evitar la muy dañina propagación del virus; y a quienes contribuyen al desabastecimiento comprando en exceso en tiendas, supermercados y otros establecimientos, y acaparando en sus casas productos (algunos de primera necesidad, como mascarillas y guantes) que pueden necesitar más —y con urgencia— otras personas; y a quienes difunden bulos a través de los medios de información y comunicación; y a quienes colaboran con los anteriores ayudando a esparcir toda esa mierda sin molestarse en verificar su origen y veracidad ni pensar en el daño que pueden hacer; y a algunos quiénes más.

Y no puedo evitar pensar que muchos de estos covidiotas —o coronabobos, que propongo como sinónimo— formarán parte —espero que mínima— de los que salen todas las noches a sus ventanas, balcones y terrazas para aplaudir a nuestros sanitarios, que, estos sí, tanto están haciendo por todos.