SECCIONES

viernes, 31 de enero de 2014

Método científico y método creacionista

Hace poco recibí, dentro de una serie de chistes de las que circulan por la red, un buen resumen de la diferencia que hay entre ciencia y religión; más exactamente, de la diferencia que hay entre el método científico y el creacionista.

Como la firma del autor resultaba ilegible, busqué en Internet. Se trata de la traducción de un chiste de John Trever, humorista gráfico estadounidense. 

Vean qué didáctico:
Hay que ver qué sencillas resultan las cosas cuando te las explican bien.


viernes, 24 de enero de 2014

En la escuela. Un par de escenas

"Pasé por el Instituto y la Universidad, pero de estos centros no conservo más huella que una gran aversión a todo lo académico" (Antonio Machado).

Algo parecido puedo decir yo de mi paso, como alumno, por la escuela.

La escuela no me gustaba. Tanto el colegio de monjas al que fui hasta los diez años (después solo las niñas podían continuar allí), como las escuelas graduadas, las de arriba, a las que fui después, fueron centros de los que apenas tengo un buen recuerdo. Sor Fulana, Sor Mengana, Sor Zutana, Don Fulano, Don Mengano, Don Merengano... Todos, o casi, verdaderos energúmenos de la pedagogía.

Yo personalmente no recuerdo haber sido maltratado; quizás mi buena memoria me proteja de esas desagradables escenas. Lo que sí recuerdo es que el ambiente, el ver y escuchar los tortazos (eufemismo) volar a mi alrededor, la crispación, los gritos e insultos, las ridiculizaciones (paseos por otras clases, carteles colgados del cuello, orejas de burro…), etc. me afectaban de tal manera que me resistía todo lo que podía a ser desasnado por semejantes individuos e individuas. Además… apenas recuerdo haber aprendido en la escuela algo de verdadero valor. Hacíamos caligrafía, dibujábamos, hacíamos copiados y ¿qué más?

El lema era “la letra con sangre entra” y… ¡vaya si entraba!

UNA ESCENA
(Ambiente de Colegio de Religiosas de la Santísima Orden del Amor Misericordioso de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Antes de alzarse el telón, se oye el Ave María de Tomás Luis de Victoria, muy suavemente. El telón se levanta y se ve el aula de un colegio de mediados los años cincuenta del siglo pasado. Los niños —solo niños— están  haciendo sus deberes y la monja paseando por la clase rezando, bisbiseando con eses excesivamente silbantes. Uno de los alumnos, ANTOÑITO, se levanta de su sitio y se acerca a la monja).
ANTOÑITO.—Hermana, por el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—No, aguántate que ya eres mayorcito. Además, falta muy poco para el recreo.

(Un rato después, ANTOÑITO vuelve a dirigirse a la monja)

ANTOÑITO.— (Agarrándose, por fuera del pantalón, la pilila, porque se está meando) Hermana, por el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—(Con mala folla) ¡No! ¿¡No te he dicho que no!?

(Al rato)

ANTOÑITO.—(Agarrándose, por fuera del pantalón, la pilila y juntando nerviosamente las rodillas. Ya no puede aguantar más) Hermana, por el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—(Harta ya del niño) ¿Es que eres tonto y no entiendes lo que se te dice? (y recalcando intencionadamente cada una de las sílabas) ¿No te he di-cho que no pue-des ir al ser-vi-cio?

                        (ANTOÑITO se marcha cabizbajo, va a un rincón de la clase y mea allí mismo).

OTRA ESCENA

(Antes de alzarse el telón se oye el Cara al sol, himno patriótico donde los haya. El telón se levanta y se ve el aula de un colegio público de los últimos años cincuenta. Los niños (solo niños), en sus deberes aunque algunos chinchándose por lo bajines. El maestro, sentado, bien repantigado en su silla, con las piernas sobre la mesa y roncando. Junto a él un bote muy grande, de los de tomate en conserva —de tres o de cinco kilos—, donde lanza, sin apenas moverse, sus gargajos. Don Fulano despierta porque el bullicio de la clase ha aumentado considerablemente al bajar la vigilancia. Se levanta de la silla y comienza a pasear por la clase, con una palmeta de madera en la mano, inspeccionando los trabajos de los distintos alumnos por encima de los hombros de estos. Se para delante de ANTOÑITO).

MAESTRO.—(Pretendiendo mucha autoridad. Con voz aguardentosa, del tabaco y los carajillos) A ver, Antoñito, ¿cuántas son seis por siete?
ANTOÑITO.—(En voz baja, cagado de miedo y dudando) ¿Seis… poor siete…? ¡Ah, sí!, ¿cuarenta y ocho?
MAESTRO.—(Levantando la voz) ¡Buuurro! ¡Ponte de rodillas!
ANTOÑITO.—(Rápido, probando otra vez) ¿Cincuenta y cuatro?
MAESTRO.—(Ahora gritando) ¡Zopeenco! ¡Y con los brazos en cruz!

(Don Fulano sigue paseando, de pronto se da la vuelta para sorprender a otro alumno)

 MAESTRO.—(Con rapidez) A ver, ¡Fulanico, los límites de España!
FULANICO.—(Pillado por sorpresa, aunque se lo temía) Pues… estooo… (mirando al techo) España limita al norteee… con…
MAESTRO.—¡Pon la mano!

(FULANICO extiende la mano mientras dice los límites. Lo hace tembloroso, aunque se los sabe, porque si se equivoca, la palmeta caerá implacable y cumplirá su cometido).

MAESTRO.—¡Más alta, súbela!
                        
                        (FULANICO levanta la mano y la adelanta, la pone cómoda, para la palmeta)
                   

jueves, 16 de enero de 2014

En el confesionario

Mi infancia son recuerdos ¡ay! de un pueblo de Murcia,
con verdes huertos donde madura el limonero.
                                  (Imitando a Antonio Machado) 

De pequeño evitaba ir a confesarme; tenía miedo, porque el cura, un verdadero malasombra —es un eufemismo—, te reñía, te tiraba de las orejas, te daba un cogotazo, un capón…
—¿Te has tocado, hijo mío?
Y tú, encogido, con la barbilla en el pecho y la vista baja:
—Sí, padre.
¡Zass!
—¿Cuántas veces?
—No sé.
—¿Solo o acompañado?
—Solo.
¡Zass!
Etc.
Y todo en un ambiente oscuro, misterioso, ¿sagrado?…

Cómo me gustaría escribir como Antonio Martínez Sarrión, para describir, con esa su prosa magnífica, el turbador entorno que me viene del recuerdo.

… Durante las confesiones de los niños, en que desgranábamos las desobediencias, las mentiras, las sisas y las pajas, en la obligada admonición antes de imponer la penitencia a cumplir, no podía evitar que se formara en torno al penitente una tufarada a tabaco rancio, cera, ajo, dudosa higiene corporal, incienso, muelas picadas y testículos en exceso cargados, cuya síntesis era un aliento abrasador y metífico, que descargaba en el cogote del reo, el cual salía del confesionario confuso y sofocado hasta las cejas, ante la indudable condición de ungulado de aquel representante de Dios sobre la tierra.
                                                           
Antonio Martínez Sarrión: Infancia y corrupciones, Alfaguara, 1998.


domingo, 12 de enero de 2014

Poderoso caballero

Letrilla satírica (fragm.)

Poderoso caballero 
es don Dinero.

     Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de contino anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero 
es don Dinero.

          F. de Quevedo
          Obras completas, I Poesía original
          Edición de José Manuel Blecua
          Editorial Planeta. Barcelona 1971

Parece que no pasa el tiempo, seguimos igual: no aprendemos.

martes, 7 de enero de 2014

Una propuesta de peineta musical

Leck mich im Arsch, en si bemol mayor, K. 231, es un canon de Wolfgang Amadeus Mozart, a seis voces, probablemente escrito para sus amigos en 1782, en un ambiente lúdico.

Para mi propósito, tratemos de retener en nuestra memoria el comienzo del canon, solo las cuatro primeras notas, que corresponden a las cuatro palabras del título: Leck mich im Arsch.
(Para simplificar, he cambiado el compás y he transportado 
el fragmento a Do M; el original está en Si bemol M)
Escuchémoslas bien en la audición.

Se trata de un título claramente escatológico, cuya traducción literal sería "Lámeme en el culo". Actualmente podríamos traducirlo como "bésame el culo", "lámeme el culo“ o, más libremente, "que te den“. Equivale, creo, a una peineta:
 
La música, según los especialistas, es extraordinaria, "Un purísimo ensayo de polifonía vocal y elevada complejidad". (Härtig). 
Observemos, en la audición, que una vez han entrado todas las voces del canon, siempre hay una cantando las cuatro palabras que componen el título en alemán y que ya sabemos lo que quieren decir.
Leck mich im Arsch
Para hacernos una idea, imaginemos a Mozart, en un ambiente gamberro y/o cabreado (con el arzobispo Colloredo o con cualquier otro personaje del entorno).

PROPUESTA
Bien, pues... aquí va mi propuesta: utilicemos, en este año que acaba de comenzar, la melodía de esas cuatro palabras para hacer una peineta musical y mandar a quienes nos parezcan merecedores de ella a donde todos sabemos. ¿A quiénes? A todos los corruptos: banqueros, empresarios, políticos y demás individuos de mala calaña.

Así pues, cuando nos encontremos en una situación en que nos apetezca mostrar el dedo corazón en forma de peineta a alguien, en su lugar solo tenemos que tararear las cuatro notas del comienzo del canon, Si queremos incluir la letra, será más explícita la peineta, pero el destinatario podría saber alemán y...