SECCIONES

sábado, 28 de mayo de 2016

Brenan y la mesa camilla (y 2)

Algunas historias de mesa camilla
Una mesa camilla o simplemente camilla —nos apoyamos en la Wikipedia— es una mesa circular, rectangular o cuadrada, provista de un bastidor. Normalmente es redonda y se suele cubrir con unas faldas de tela que llegan casi hasta el suelo.
En la parte inferior suele llevar una tarima de madera con un agujero circular central en el que se coloca un brasero (brasas de carbón, de leña...). Este fue un sistema de abrigo muy común antes de la popularización de la calefacción moderna, a la que, todavía, a veces complementa. Los miembros de la familia se reunían alrededor de esta mesa, bajo cuyas faldillas metían las piernas para calentarse. Actualmente, aunque menos que antes, en nuestro país se sigue usando la mesa camilla, a menudo con braseros eléctricos.
Decíamos al final de la entrada anterior que a Brenan no se le escapa el detalle de que los principales protagonistas beneficiarios bajo las faldas de la mesa camilla han sido siempre los novios. ¡Ah, si hablara la mesa camilla, qué maravillas contaría! Muchas aventuras ocurridas bajo sus faldas se han hecho famosas, pasando al imaginario común, pero seguro que las peripecias desconocidas, de salir a la luz, superarían con creces en cantidad, calidad e imaginación a las divulgadas.
García Berlanga, erotómano confeso, contaba que de niño se metía bajo las faldas de la mesa camilla y desde la posición privilegiada que ello le proporcionaba veía las piernas y los muslos de las amigas de su madre, algo, decía, sumamente excitante.
Me dice un amigo que en su grupo de compañeros de estudios, cuando, de jóvenes, ya metidos en la carrera, íban a estudiar a su casa, el sitio junto a Menganita estaba muy solicitado, pues, cuenta, “ella respondía muy bien” bajo las faldas de la mesa camilla a las atrevidas manos de sus vecinos.
Y sobre las parejas de novios, el recordatorio de Gerald Brenan nos refresca la memoria a quienes ya sabíamos de antiguo lo bien que estas se han apañado bajo el amparo de las faldas de la mesa, siendo así que no faltan historias —verdaderas, adornadas, inventadas—, chistes y chascarrillos al respecto; todo lo contrario, abundan, unas más ciertas que otras, sobre situaciones de todo tipo.
Como la del novio que, al final de una tarde-noche trajinando con su novia bajo las faldas mesacamilleras, se levanta para despedirse de la familia y se lleva arrastrando tras de sí el mantel enganchado en la bragueta. Hay que aclarar, para los jóvenes que no lo sepan y los mayores de memoria corta, que antes las braguetas de los pantalones no llevaban, como ahora, cremalleras, sino botones; así que el novio de marras, terminada la faena con la novia, al abotonarse la bragueta antes de levantarse, pilla el mantel en ella con algún botón, después se levanta, se aleja... “hasta mañana, buenas noches” ¡Menudo sofoco!
O el novio, otro, que, en una noche fría de invierno, cuando alguien de la familia de la novia —dicen que fue el suegro— levanta las faldas de la mesa, es pillado in fraganti con todo el aparataje fuera; entonces, el joven trata de disculparse ante el suegro diciéndole que lo perdone, que es la primera vez. Este le responde enfadado: “¡¿la primera vez?! ¡cómo va a ser la primera vez!, ¡si tienes cabrillas en los huevos!”.
cabrillas.- Manchas o vejigas que se forman en las piernas por permanecer mucho tiempo cerca del calor del fuego (DRAE).
Son rojeces que aparecen en algunas pieles cuando permanecen cercanas durante cierto tiempo a una fuente de calor. Recuerdo que salían en las piernas de algunas personas, lógicamente en invierno, debido al calor que había bajo las faldas de la mesa camilla.
O como la del novio, uno más —esta se cuenta como chiste—, que, por lo visto se ha equivocado al coger la mano benefactora, y tras el fragor de la batalla bajo las faldas, escucha la voz del demasiado comprensivo suegro que le dice que por ser la primera vez vale, pero que a la siguiente se tiene que apañar con la mano de su hija o él solito, que hasta ahí podíamos llegar.
Y tantas otras.

sábado, 21 de mayo de 2016

Brenan y la mesa camilla (1)

El hispanista inglés Gerald Brenan (1894-1987), intelectual del grupo de Bloomsbury (Virginia Woolf, Bertrand Russell, Ludwig Wittgenstein, John Maynard Keynes, Edward Morgan Forster, Katherine Mansfield, Dora Carrington…), Don Gerardo para sus coetáneos alpujarreños de Yegen, fue autor de libros muy importantes sobre nuestro país, como El laberinto español, una obra fundamental sobre las raíces de la Guerra civil española, e Historia de la literatura española, una interesante pieza de la crítica literaria.
Don Gerardo se dejó caer y se estableció en La Alpujarra con un cargamento de libros, que fue subido a lomos de mulas pues no había caminos entonces en el lugar, y una paga de su país, del que huía buscando tranquilidad; aquí, al sur de Granada, encontró el sosiego que buscaba y escribió Al sur de Granada, un delicioso y muy original libro sobre la zona y sus gentes.
Tras la primera guerra mundial, en la que acaba de luchar y en la que ha sido condecorado, se encuentra con una hermética sociedad inglesa cuya vida lo agobia; tampoco se ve sujeto a una monótona profesión; prefiere romper con esa rígida educación y respirar una atmósfera más pura: quiere leer, pensar, imaginar y escribir sin corsés.
Con la maleta llena de libros —más los que después se hace enviar— y unas libras en la cartera llega a una de las zonas más pobres de nuestro país, La Alpujarra, concretamente a Yegen, alquila una casa por ciento veinte pesetas al año y comienza, con veinticinco años, su reeducación, su nueva vida.  
En la puerta de “la casa de Brenan” (Yegen)
En Yegen queda deslumbrado por esas tierras y esas gentes que tan bien describirá en Al sur de Granada, singularísima obra de la que hemos seleccionado un fragmento sobre la mesa camilla:
A veces se me ha ocurrido pensar que una de las causas de la decadencia española durante el siglo XVII puede radicar en esta mesa redonda. Se talaron los bosques, escaseó la leña, se difundió la idea de la vida en casa y se extendió también la costumbre masculina de apiñarse, en cómoda plática, con sus mujeres —la tía de la esposa, su madre, los hijos mayores—, en vez de estarse junto al fuego, con las piernas extendidas, y sentadas ellas en cuclillas sobre los almohadones de la estrada. Alrededor de la mesa camilla la vida familiar se espesaba, se hacía más densa, más orientalmente burguesa; la lectura cesaba en la afectada atmósfera de harén, y los clubs o cafés, que hasta hace poco fueron sitios sórdidos, mal iluminados, ofrecían la única expansión y evasión. España se convirtió en el típico lugar estancado, el imperio otomano de Occidente inmerso en sí mismo, situación de la que únicamente saldría en el ciclo actual. Los únicos que se beneficiaban con esto eran las parejas de novios, quienes, una vez aceptado el joven y admitido en la casa, podían entrelazar dichosamente sus manos durante horas, por debajo del tapete de franela.” (Brenan, Gerald (1982): Al sur de Granada, Madrid, Siglo XXI, pág. 102).
A Brenan no se le escapa el detalle: “Los únicos que se beneficiaban con esto eran las parejas de novios”. Pues bien, si no los únicos, seguro que son los más importantes protagonistas bajo las faldas de estas mesas; y no se limitaban, como sugiere Don Gerardo, a “entrelazar dichosamente sus manos...” por debajo de las faldas mesacamilleras. Parece que algunos, ¿muchos?, iban bastante más allá, y de ello trataremos en la siguiente entrada.

sábado, 14 de mayo de 2016

Las trenzas de Mari Pili

Ya saben... cualquier parecido con la realidad… se debe a mi buena memoria.
Personajes
PEDRO: Un padre de familia, ya mayor, muy conservador políticamente hablando —franquista—, muy religioso (más todavía: en el pueblo le llaman El Papa, o el nombre de un papa, no recuerdo bien, o sí recuerdo pero no quiero decirlo) y con fama de muy de su casa, muy de su familia y muy, pero que muy, de la Iglesia.
MARI PILI: Una niña, la hija menor de Pedro, de unos tres o cuatro años de edad, de pelo rubio y con unas cortas soguillas que, curvadas tras caer, se elevan levemente y terminan en un bonito y colorido lazo azul, el color que le gusta políticamente a su padre.
PAQUI, Una mujer joven, pero no mucho, atractiva, que llama mucho la atención —sobre todo la masculina— por donde quiera que va: entre otros (sobre)salientes de su cuerpo, en su parte pectoral superior apuntan casi amenazantes dos protuberancias muy llamativas. Cuando pasea por el pueblo, arreglada, los hombres se quedan mirándola y piensan cosas que no se pueden decir. Incluso hay quien pone en boca de algún maduro paterfamilias que, estando en un corro de varones, la vio pasar: “Eso sí que es una mujer y no lo que tenemos nosotros en nuestras casas”.
Escena callejera
Pedro camina por una calle del pueblo —daremos pistas: la Calle del Rosendo—, en ese momento poco concurrida, con su hija Mari Pili de la mano. Paqui, que va de compras, camina por la misma calle pero en dirección contraria. Conforme se van acercando los protagonistas entre sí, vemos la mirada alegre de Paqui puesta en Mari Pili, mientras que la de Pedro lo hace, brillante, recorriendo, no muy católicamente, más bien lascivamente, ciertas partes —(sobre)salientes, ya lo hemos dicho— de la anatomía de Paqui. Las tres personas terminan encontrándose en un lugar donde nadie más puede escuchar lo que dicen los dos adultos: solo la niña pequeñita.
—Hola, Mari Pili, ¡qué guapa te veo —dice Paqui, dirigiéndose a la hija de Pedro, y añade con bastante entonación—, ¡pero… qué trenzas más tiesas llevas!
—Buenos días —contesta Pedro, y añade, en voz baja, serio y un poco desencajado—, pues más tiesa se me pone a mí cada vez que te veo.
Esto lo cuenta Paqui unos minutos después en la tienda d’El Rosendo, a la que se dirige, y en donde la escuchó este humilde servidor, entonces muy joven, que ahora se limita a transcribir lo que su memoria retiene de lo que oyó directamente de labios de la mujer protagonista de la historia. Recuerdo, como si hubiera ocurrido ayer, que la narración de Paqui terminó con un “¡¿Qué te parece el santurrón este?! ¡Menudo Papa!”.

sábado, 7 de mayo de 2016

La meditación de Massenet

La última primavera o, también, El violinista que vino del mar (Ladies in Lavender en el original) es el título de una película británica de 2004, un drama escrito y dirigido (debutante en esta segunda faceta) por Charles Dance, con un guion basado en un cuento de William J. Locke.
1936, Cornualles, suroeste de Inglaterra, un rincón al margen de los graves acontecimientos europeos. Dos hermanas ya mayores, Janes y Ursula Widdignton (interpretadas por dos grandísimas actrices: Maggie Smith y Judi Dench) descubren junto a su casa, en la playa, a un joven náufrago (personaje interpretado por el actor hispano-alemán Daniel Brühl) y salvan su vida, lo alojan en su casa, lo cuidan y lo miman.
Aunque desmemoriado, pronto descubren, casualmente, su profesión: violinista. Una pintora vecina de las dos damas y más joven que ellas, Olga (la actriz inglesa Natascha McElhone), que escucha cómo toca, lo anima para que viaje a Londres. Resulta que el violinista es Andrea Marowski, un joven polaco, de Cracovia, que, huyendo de una Europa prebélica y del antisemitismo, para empezar una nueva vida, fue arrojado por la borda del barco en que se dirigía a América. Para sus anfitrionas (que se han “enamorado” del personaje) su marcha supone un duro golpe, pero al final van a verlo tocar en el Royal Albert Hall.
Quiero resaltar una de las melodías utilizadas en esta película: se trata de “Meditación”, que pertenece a la ópera Thais, del compositor francés Jules Massenet (1842-1912), llamado malintencionadamente La fille de Gounod (La hija de Gounod) por considerarlo heredero de Charles Gounod. Massenet fue atraído por el teatro y famoso por sus óperas, muy populares a finales del siglo XIX y principios del XX. Dicen los críticos que con tres de ellas (Manon, Werther y Thaïs) demostró su maestría y se ganó la aceptación del gran público.
Massenet
Llevo muchos años prendado de esta melodía, y ahora la elijo para compartir, con los seguidores de Abonico interesados en ello, su extraordinaria belleza, su magia. Así pues, vean, en primer lugar, el trocito que he cortado de la película en el que podemos escuchar un fragmento de la melodía:
Aunque Daniel Brühl estudió su papel de violinista (algún ingenuo exagerao afirma que “estudió” violín), evidente y lógicamente no es el intérprete real de la obra; lo es el famoso violinista estadounidense Joshua Bell, —en las “páginas” de Abonico, en Bell en el metroacompañado por la Royal Philharmonic Orchestra, bajo la direccción de Nigel Hess, el autor de la banda sonora. Aquí tienen su interpretación, ahora completa (cinco minutos, no se alarmen):
Otras interpretaciones recomendables —busquen y disfruten—, a cargo de grandes violinistas, son las de Nathan Milstein (el primero del que recuerdo haber escuchado, in illo tempore, esta obra), Jascha Heifetz, Arthur Grumiaux, Anne-Sophie Mutter, Itzhak Perlman, Maxim Vengerov, Janine Jansen, Sarah Chang, Renaud Capuçon… Y con otros instrumentos: Yo-Yo Ma y Gautier Capuçon (cellistas), James Galway (flauta), Sergei Nakariakov (trompeta)...