SECCIONES

viernes, 29 de julio de 2016

El ángel gordo

Juanito, de familia muy católica, anda preocupado con el asunto del ángel de la guarda: “¿qué ángel me habrá tocado?”, “¿cómo será?”, piensa; “¿será diligente?”, “¿estará atento o, por el contrario, será un manazas o… un distraído y estaré demasiado expuesto a que me pase cualquier cosa?”.
Un día, a la hora de comer, sentado a la mesa, oye de labios de su padre —que le comenta a su madre haberlo leído en un libro*— que los ángeles gordos vuelan menos. Inmediatamente le viene al niño, de nuevo, ese runrún a la cabeza, y le da por pensar que si son gordos no solo vuelan menos, sino que, además, lo harán más lentamente. ¡¿Entonces…, —se pregunta temeroso— esa rapidez necesaria para evitar el peligro a un niño, para salvarlo cuando está a punto de caer por un precipicio, para evitar el accidente antes de que ocurra?!
Y por la noche, tras las oraciones de rigor —ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día...; cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan…—, vuelve el runrún: ¿Y si me caigo de la cama? ¿Y si me atraganto a media noche? ¿Y si viene el Tío Saín?... Y no puede remediar seguir pensando, preocupado, obsesionado, que le puede haber tocado en suerte un ángel de la guarda gordo, o…, peor, muy gordo.

Lo ha leído en Un conjunto de pétalos… no es una rosa, de Paco González.

viernes, 22 de julio de 2016

Antiguos compañeros...

ANTIGUOS COMPAÑEROS SE REÚNEN
Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.
José Emilio Pacheco (2015):
En resumidas cuentas,
Antología, Edic. de Hernán Sánchez,
Madrid, Visor, pág. 82.

viernes, 15 de julio de 2016

Silver Kane

La revista LA CALLE publicó el mes pasado La Dolores del quiosco, un artículo que yo tenía preparado como entrada para Abonico y que, simplemente, anticipé al editor de la publicación. Después he recibido unas cuantas felicitaciones y opiniones sobre el escrito; algunos amigos me han dicho que, además de tebeos, en su día también leyeron muchas novelas del oeste alquiladas o cambiadas en el quiosco de La Dolores (por muy poco precio cambiabas una tuya por una de las del quiosco), y alguno de ellos me ha confesado que de este tipo de novelas su autor favorito era Silver Kane.
Silver Kane fue un seudónimo utilizado por Francisco González Ledesma (1927-2015), escritor y periodista catalán, ganador del premio Planeta en 1984 con Crónica sentimental en rojo, un autor que podemos situar entre los grandes de la literatura policíaca en nuestro país. González Ledesma, con una obra marcadamente social, es, con Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Juan Madrid... —entre mis preferidos—, uno de los padres de la llamada novela negra española.
Silver Kane / Francisco González Ledesma
Aunque no es mi número uno —estarían antes los otros tres— quiero rendirle aquí un pequeño homenaje. Su sencillo, humano y escéptico inspector Méndez —descuidado en el vestir, con libros que le deforman los bolsillos de abrigos y chaquetas— se lo merece, me gusta.
Como en mis estanterías tengo una pequeña sección de novela negra, policiaca y de espías, he ido a mirar en ella los títulos que hay de este autor: solo tres. Yo hubiera dicho, a ojo, que tenía como mínimo media docena; me debe haber fallado la maldita selectiva memoria, o, también, puedo haber “perdido” algún ejemplar. Y es que hay que ver cómo desaparecen algunos libros de mis estanterías. No quiero utilizar la expresión “no me lo explico” porque sí me lo explico: los presto demasiado alegremente; tan alegremente, que los pierdo con la misma alegría. Y algo parecido me ha pasado con las películas, los discos, las partituras...
Fueron muchos los escritores que, represaliados, tuvieron que ganarse la vida durante el dictatorial régimen de Franco publicando sus obras con nombres falsos. González Ledesma, uno de los más prolíficos, escribió muchísimas de las suyas con seudónimos, entre los que utilizó el de Silver Kane en más de mil novelas, sobre todo del oeste, aunque también otras: ciencia ficción, policiaca, de misterio... Él contaba que usó el seudónimo por consejo del editor Francisco Bruguera, quien le dijo que lo hiciera porque con un apellido como González nadie se iba a creer una novela del oeste. 
En mi corta época de lector de novelas del oeste, yo también leí a Silver Kane, y a Marcial Lafuente Estefanía, quizás el más popular (también utilizó seudónimos y no se sabe la cantidad de novelas del oeste que publicó, porque algunos de sus descendientes —hijos, nieto— siguieron haciéndolo con su nombre, pero hablamos de unas tres mil), y a Keith Luger (Miguel Oliveros), autor también de muchísimas novelas —sobre todo del oeste, ciencia ficción y terror— y algunos guiones de películas.
Fco. González Ledesma (Silver Kane) y Marcial Lafuente Estefanía,
en la Editorial Bruguera, mediados los sesenta del siglo pasado.
Por cierto, y ya termino, me acuerdo, un verano de vacaciones en Torrevieja, de mi primera novela del oeste, comprada en una diminuta librería que había en una de las esquinas de la plaza de abastos de dicha localidad; recuerdo su título —Una bala perdida—, no se me ha olvidado cómo la leí ávidamente en poco tiempo, ni su precio: cinco pesetas —3 céntimos de euro—, allá por el año mil novecientos sesenta y muy pocos del siglo pasado.

viernes, 8 de julio de 2016

Bocatto di cardinale

“Bocatto di cardinale” es una expresión italiana —hay quien dice que no, pero para el caso es igual— muy extendida también en otros países, que indica que algo es o está buenísimo, fuera de serie, un bocado típico de un cardenal, que, no lo olvidemos, es el grado más alto y refinado de la iglesia; después: el Papa.
A Antonio, sin embargo, cuando de muy joven —no tan muy— escuchaba decir “bocatto di cardinale” —dice que no sabe debido a qué; yo creo que sí lo sabe— le venía a la mente la imagen de la actriz italiana Claudia Cardinale, todo un mito del cine (Rocco y sus hermanos, El Gatopardo, Los profesionales...).

¿Y por qué acudía a la cabeza de Antonio la imagen de Claudia Cardinale y no la de un cardenal? Bueno... parece evidente; en primer lugar, Antoñito era bastante joven cuando empezó a oírlo, y, además, ¿qué oía?: el enunciado dice “cardinale”, no “cardenale”, y él no sabía italiano, ni sabe, dice, pero ahora tiene Internet para aclararse. Y por otro lado, supongo que para un zagal de su edad, entonces, pensar en un buen bocado, en algo muy apetecible, no lo era hacerlo en comida para un cardenal, sino —relacionándolo con la expresión italiana— en la morbosa imagen de la guapísima morenaza latina Claudia Cardinale.


Con el tiempo, Antonio supo qué significaba la expresión, supo que se refería a cardenal, y desde entonces, cuando ha escuchado “bocatto di cardinale” se ha acostumbrado a contestar, de inmediato, incluso mentalmente si la prudencia lo impone, superando la apuesta de máxima bondad cardenalicia: 
“no, di cardinale no, di Pontefice: bocatto di Pontefice”
Pero, inevitablemente, la imagen de la Cardinale aparece en su mente.

viernes, 1 de julio de 2016

Cioran, su amiga y Brahms

Me muestra mi hijo Antonio un par de citas que ha marcado en un libro (es de los que leen con un lápiz en la mano, o a la mano, como tiene que ser). Se trata de una obra de Emil M. Cioran, de título Ese maldito yo, en una de cuyas páginas Antonio tiene señalado:
Cada vez que escribo a una amiga nipona, le recomiendo una obra de Brahms. En su última carta me cuenta que acaba de salir de una clínica de Tokio a la que fue trasladada en ambulancia por haberse entregado demasiado a mi “ídolo”. ¿Ha sido a causa del Trio nº 2 opus 87 o de la Sonata nº 2 opus 99? Qué importa… Solo lo que invita el desfallecimiento merece la pena ser escuchado. (E. M. Cioran: Ese maldito yo, Tusquets, 2004, pág 71).
¡¡¡¿”Solo lo que invita al desfallecimiento merece la pena ser escuchado”?!!! ¡Demasiado! ¿No?
¡Bueno!, a continuación les ofrezco para su audición un movimiento de una de las obras de Johannes Brahms que según Cioran pueden haber sido las causantes del ingreso de la japonesa en la clínica. Tratando de evitar que les pase a ustedes lo que a ella, he elegido el Allegro final —4º movimiento— de la Sonata para violonchelo y piano n.º 2, en fa mayor, op.99. Entre las interpretaciones escuchadas para escribir esta entrada, me inclino por la del dúo formado por Yo-Yo Ma, violonchelista francés de padres chinos —tocó en 2009 en la investidura de Barack Obama—, y Emanuel Ax, pianista ucraniano nacionalizado estadounidense, que, precisamente, no hace mucho vi haciendo un cameo en un capítulo de Mozart en la jungla.
Este Allegro con función de Finale está estructurado como un rondó, que, esencialmente, pues los hay de diversos tipos, es una forma musical en la que un pegadizo tema principal, que llamamos estribillo, reaparece varias veces, intercalado entre otros diversos temas, normalmente contrastantes con él, que llamamos episodios o coplas (de couplets, en francés).
Quienes no tengan costumbre pueden estar atentos al estribillo, pendientes de cada una de sus apariciones.
A ver si les gusta.