SECCIONES

viernes, 27 de febrero de 2015

martes, 24 de febrero de 2015

Garantía de crédito

Un pequeño empresario —pequeño no de talla—, necesitado de un préstamo en los tiempos que corren, harto de recorrer sucursales de las distintas entidades financieras de su localidad, y siempre con los mismos resultados, termina haciendo su mejor oferta de aval bancario.

 
Forges 9-7-2014 El País

Ni con esas.



jueves, 19 de febrero de 2015

Congruencia

Me he enterado de que la madre de mi amigo Fabiano, Doña Paquita, ha dejado los medicamentos. Doña Paquita es muy religiosa, ¡mucho!, y, harta de las medicinas para los achaques que la aquejan, decidió, hace algún tiempo, dejar de tomarlas. Preparándose para ello, fue a la iglesia del pueblo, se postró delante del Corazón de Jesús y le dijo: “Corazón de Jesús, en ti confío, en tus manos me pongo, a ti me encomiendo”. Después de esto no ha vuelto a tomar ni una pastilla. Y, ¿saben ustedes qué?: que, según su propio hijo, desde entonces, Doña Paquita está mejor de sus dolencias, o, por lo menos, no está peor; y sin tomar nada para ello.

¡Sí, señora! Yo llamo a esto ser congruente con lo que se piensa, con lo que se cree. Pero lo considero una equivocación, un disparate, si los achaques son graves.

Estimulada mi memoria por Doña Paquita y el Corazón de Jesús, les traigo aquí, de la pluma de Richard Dawkins, una anécdota sobre un sanador cristiano que predicaba a quienes lo escuchaban, entre otras cosas, utilizar la oración en lugar de la insulina para la diabetes y de la quimioterapia para el cáncer; y, de paso, también vamos a ver lo que le pasó a quien, “razonablemente harto”, intentó denunciar tamaño disparate:
David Mills, en su admirable libro Universo ateo, cuenta una historia que se descartaría como caricatura irrealista de fanatismo policial si fuera ficción. Un sanador cristiano organizó una «Cruzada Milagrosa» que iba a la ciudad de Mills una vez al año. Entre otras cosas, el sanador animaba a los diabéticos a dejar de lado la insulina y a los pacientes con cáncer a prescindir de la quimioterapia para, en su lugar, rezar por un milagro. Razonablemente harto, Mills decidió convocar una manifestación pacífica para advertir a la gente. Pero cometió el error de acudir a la policía y contarle sus intenciones y pedir protección policial contra posibles ataques de quienes apoyaban al sanador. El primer oficial de policía con quien habló le preguntó: «¿Va usted a protestar con él o contra él?» (queriendo decir si era en apoyo o en contra del sanador). Cuando Mills respondió: «Contra él», el policía le dijo que él mismo pensaba acudir al acto del sanador y que escupiría directamente en la cara de Mills cuando desfilara en la manifestación. Mills decidió probar suerte con un segundo policía. Este dijo que si cualquiera de los seguidores del sanador se enfrentaba violentamente a Mills, detendría a este último, porque estaba «intentando interferir en el trabajo de Dios». Mills volvió a su casa e intentó llamar por teléfono a la comisaría de policía, con la esperanza de encontrar más simpatía en un nivel superior. Finalmente le pusieron con un sargento, que dijo: «¡Váyase al infierno! Ningún policía quiere proteger a un maldito ateo. Espero que alguien le machaque bien». Por lo visto, en esta comisaría de policía estaban faltos de adverbios y rezumaban amabilidad humana y sentido del deber. Cuenta Mills que ese día habló con unos siete u ocho policías. Ninguno de ellos fue amable, y la mayoría le amenazaron directa y violentamente. (Richard Dawkins (2007), El espejismo de Dios, Espasa Calpe, págs. 53-54).
¿Qué les parece la reacción de los siete u ocho  policías a quienes Mills pide ayuda? Yo creo que lo resume muy bien la respuesta del sargento, el superior en rango entre los que habló:
«¡Váyase al infierno! Ningún policía quiere proteger a un maldito ateo. Espero que alguien le machaque bien».
Y eso que, como ya vimos aquí en Abonico, todos, en más o menos medida, somos ateos.


viernes, 13 de febrero de 2015

Desigualdad

El basso ostinato de nuestra sociedad
Recordando a Tony Judt

Hace unos meses vi, un par de veces en pocos días, Desigualdad para todos, un interesante documental de Jacob Kornbluth en el que el estadounidense Robert Reich (economista, político —Secretario de Trabajo con Bill Clinton— columnista y profesor con unas increíbles dotes de comunicación) nos muestra el desigual reparto de la riqueza y los efectos de esa creciente desigualdad en nuestra sociedad.
Actualmente, cuando hablamos de desigualdad no nos referimos a la falta de igualdad normal entre personas en una sociedad más o menos justa. Con la palabra desigualdad aludimos a la enorme diferencia que separa a una ínfima minoría formada por personas muy ricas, pero que muy ricas, de la inmensa mayoría formada por personas pobres, muy-muy pobres. ¿Les suena? Es el pan de cada día; cada mañana, lo mismo: conectas el Tablet, lees la prensa y te encuentras con titulares como este:
Público 20/01/2014

¿Y en nuestro país?: a la cabeza.
InfoLibre 6/1/2015
Y esto es aberrante, un disparate; porque la desigualdad es corrosiva, es como la carcoma para la madera: perfora, agrieta y corrompe la sociedad, la convierte en serrín: la destruye. Así que estamos hablando de algo extremadamente serio, pues cuanto mayor es la grieta de la desigualdad, más se agravan los problemas sociales: salud, educación, mortalidad… Concretamente, hace poco he escuchado en TV que esta enorme desigualdad puede distanciar la muerte de dos personas —su esperanza de vida— ¡¡en quince años!!
Miren qué bien lo resume Tony Judt (1948-2010), historiador de referencia para el siglo XX.
Así pues, la desigualdad no sólo es poco atractiva en sí misma; está claro que se corresponde con problemas sociales patológicos que no podemos abordar si no atendemos a su causa subyacente. Hay una razón por la que la mortalidad infantil, la esperanza de vida, la criminalidad, la población carcelaria, los trastornos mentales, el desempleo, la obesidad, la malnutrición, el embarazo de adolescentes, el uso de drogas ilegales, la inseguridad económica, las deudas personales y la angustia están mucho más marcados en Estados Unidos y en el Reino Unido que en Europa continental. (Tony Judt, Algo va mal, Taurus).
Para ganar en claridad voy a poner en fila —como versos de un poema macabro— los “problemas sociales patológicos” relacionados directamente con la desigualdad, y me gustaría que, aunque sea con la mente, traten de recitarlos poéticamente, rítmicamente, como un rap, una denuncia (si hacen una pausa de un par de segundos tras cada verso, mejor).
 
mortalidad infantil
esperanza de vida
criminalidad
población carcelaria
trastornos mentales
desempleo
malnutrición
obesidad
embarazo de adolescentes
uso de drogas ilegales
inseguridad económica
deudas personales
angustia
 
Todos estos problemas, dice Judt, “están mucho más marcados” en los países con más desigualdad; y tanto en los ricos como en los pobres, porque no importa el nivel de riqueza que pueda tener un país, sino lo desigual que sea. Por ejemplo, Estados Unidos, un país muy rico, está a la cola en bienestar mensurable; su esperanza de vida está por debajo de Bosnia y un poco mejor que Albania. Finlandia, sin embargo, está a la cabeza en ese mismo bienestar.
El polaco Zygmunt Bauman (1925) —Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010 y una de las voces más críticas contra el capitalismo salvaje y la cruel desigualdad que ha generado— afirma, en ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia todos? (Paidós), que la primera víctima de esta brecha disparatada de la desigualdad es la democracia. Este pensador recuerda que en el siglo XX y hasta la década de los setenta hubo una tendencia de disminución de la grieta; "pero, a partir de esa fecha, la situación cambió y la tendencia fue al revés. Hoy las 85 personas más ricas del mundo tienen la misma riqueza que casi cuatro mil millones de los “inhabitantes” más pobres de la tierra, y este es el magma de la situación", añade.

Si a esto unimos las políticas de desprotección social que se vienen practicando en buena parte de occidente… ¿a dónde vamos?: a más desigualdad.