SECCIONES

viernes, 29 de enero de 2021

¡Sí, pero soy tonto!

Ni siquiera me acuerdo de cómo se llamaba aquel zagalón de mis años jóvenes, a quien apenas conocía de vista porque, además de que era mayor que yo, vivía en otro barrio del pueblo, en uno periférico, bien alejado del mío; pero, las pocas veces que me lo encontraba por la calle, me intrigaba el que no hablara, el que apenas abriera la boca: siempre serio, apagado, ensimismado, como si estuviera dándole vueltas una y otra vez a algo muy importante dentro de su cabeza.

Lo llevaron al médico —según contó a su manera él mismo después muchas veces— y la cosa cambió radicalmente, pues a partir de entonces lo podías ver por la calle parloteando de una manera muy peculiar, al tiempo que, debido a la falta de costumbre, por la novedad que el hecho suponía para él, bizqueaba al esforzarse para mirar sus propios labios mientras articulaba las palabras que, entonces ya sí, con fluidez casi atropellada, salían de su boca: una imagen digna de ver.

—¡Sí, pero soy tonto! —te decía cuando te veía por la calle, al tiempo que, bizqueando, ponía morritos para poder verse mejor los labios.

Y seguidamente, aprovechando tu asombro, sin darte tiempo a que reaccionaras, añadía:

—Me ha mandao el médico: costillas de vareta, paquetes de Ducados y chicas de dieciocho años —decía, continuando con la proyección de labios y el bizqueo de ojos; y volvía al principio, a lo mismo— ¡sí, pero soy tonto!

 

viernes, 22 de enero de 2021

Cuántas veces…

¿En cuántas ocasiones, en tus muchos años de docente, ha llegado a tu aula (también te ha ocurrido fuera de ella) la madre de algún alumno, o el padre, y se ha quejado ante ti de que su hijo o hija no lee? Desde luego que han sido bastantes las veces que has escuchado, de diferentes bocas según distintos casos, lamentos del tipo de «¡es que nunca lo/la veo con un libro en la mano!».

Sí, dirías que han sido más o menos las mismas veces que tú, prudente, te has quedado con las ganas de preguntar a tales individuos e individuas: «¿¡pero tu hijo/a… te ve a ti leer en alguna ocasión!? ¿¡te ha visto él/ella… alguna vez con un libro en la mano!?».

 

viernes, 15 de enero de 2021

Otra vez tarde

De nuevo me asalta esa sensación de llegar tarde —muy tarde en este caso— a algo que creo que puede ser importante para mí, o que podría haberlo sido si lo hubiera tomado a tiempo, en su momento, en alguna de las primeras veces que se me ocurrió hacerlo. De nuevo esa inquietante sensación que deja en mí el pensar que tardo mucho en tomar decisiones, tanto las más como las menos importantes, y que lo paso mal haciéndolo; a veces... muy mal.

Hace ya bastantes años que comencé a ver en YouTube vídeos tipo mosaico en los que aparece una persona que en apariencia toca simultáneamente distintos instrumentos, un único protagonista que se hace cargo en solitario de la interpretación —instrumentación variada y a veces también canto— de una obra musical polifónica. Y desde el principio sentí curiosidad por saber cómo se hace eso técnicamente y de qué herramientas hay que disponer para ello: software, aparatos, utensilios... pues me atraía la idea de hacer yo lo mismo, teniendo claro que mi caso giraría alrededor de la interpretación de dúos, tríos, cuartetos… pertenecientes sobre todo al repertorio medieval, renacentista y barroco, una interpretación en la que me limitaría a la realización de las intervenciones con cada una de las flautas de pico correspondientes (soprano, contralto, tenor…), siempre en torno a unas obras que conozco bien porque estoy habituado a tocarlas, a las que después añadiría —a aquellas que me pareciera oportuno, no a todas— un sencillo acompañamiento de percusión: con tambores, panderos, sonajas, cascabeles… también realizado por mí.

Pero, como acostumbro, otra vez llego tarde; otra vez la amarga sensación de responder y actuar con mucho retraso, pues ha sido ahora, casi diez años jubilado ya (ni siquiera en buena forma interpretando música), cuando me he animado a lanzarme con determinación a realizar el experimento, cuando me he decidido a adquirir lo que necesito para la tarea, que, por cierto, como ya dispongo de un ordenador adecuado y de una buena webcam, no es tanto: una tarjeta de sonido apropiada, un micrófono de calidad, el software conveniente… y poco más (pie de micro, cables, conectores, adaptadores…).

Así que… a mi edad… una nueva meta que sumar a los no pocos proyectos ya iniciados y a algunos otros por iniciar, in mente. A ver si acrecienta mi estímulo y me ayuda, contribuyendo en alguna medida —no pretendo ser muy exigente—, junto a las demás actividades, a mantenerme, si no en buena forma —física, intelectual, interpretativa...—, sí en una todavía aceptable.

[…] Tú supiste entender que la inacción es lo que acaba con las facultades mentales y físicas, y que la buena senectud es corolario natural de una vida que ha sido bien vivida y que encuentra sustento en seguir aprendiendo, seguir teniendo trato con los otros, sentirse útil a ellos, sonreír a lo bueno, sobreponerse a las adversidades, hacer dieta frugal, no abandonar el ejercicio físico, cultivar un propósito humilde y confiar en un sentido último. (Olalla, Pedro: De senectute politica. Carta sin respuesta a Cicerón. Barcelona: Acantilado, 2018, pág. 70).