SECCIONES

viernes, 28 de marzo de 2014

Perífrasis

Erlich - 27 de marzo de 2014 - El País


Estudiábamos cuarto de bachiller en el recién inaugurado instituto del pueblo. Las chicas en un pabellón y los chicos en otro, no fuera que las hormonas hicieran que los comportamientos sexuales se desordenaran y se dispararan.

La profesora de Literatura, directora del centro también, iba a preguntarnos las figuras literarias, y cada una que no supiéramos tendríamos que escribirla —su definición— trescientas veces. Yo fallé cuatro, así que, cuatro por trescientas igual a mil doscientas: mil doscientas definiciones que copié durante toda una noche.

Una de las figuras literarias de marras fue perífrasis y desde entonces no he olvidado la definición que copié aquella noche: Que da un rodeo para designar algo, evitando llamarlo por su propio nombre.

Eso es pedagogía: la letra, repetida, entra. No recuerdo que importara si de verdad yo sabía lo que es una perífrasis, lo importante era memorizar su definición, que desde luego no he olvidado. Sí se me han ido de la cabeza, sin embargo, cuáles fueron las otras figuras que no supe y que, por tanto, tuve también que copiar.

Bueno… Pues… a menudo me viene esto a la cabeza cuando escucho al político de turno circunloquiar para no decir con claridad lo que no quiere decir, lo que quiere ocultar o lo que le obligan a decir.

A veces la búsqueda de esas perífrasis lleva al individuo/individua en cuestión a un verdadero disparate cospedaliano en diferido y en forma de simulación.

viernes, 21 de marzo de 2014

Ejecutar

En el Diccionario de la Real Academia Española, ejecutar significa, en su segunda acepción, ajusticiar, dar muerte al reo, y en la cuarta, tocar una pieza musical. Son sinónimos de la segunda acepción del DRAE: ajusticiar, fusilar, exterminar, liquidar, matar, eliminar.

Antonio había triunfado en el mundo de la música. Desde que había salido de Santogudo, su pueblo, había logrado, a base de mucho trabajo, de mucho estudio, una cátedra en el conservatorio de la capital. Además, sus composiciones estaban empezando a sonar en el mundo del cine. No era John Williams —todavía, decía él en broma—, pero algunos nuevos directores de cine lo llamaban y contaban con él para ilustrar musicalmente sus películas.

Con el cambio de situación durante los años que siguieron a la muerte de Franco, Santogudo tenía de todo: pabellón de deportes, piscina —cuasi olímpica, que no falte—, un local digno para los pensionistas —las malas lenguas decían que solo para jugar al dominó— y… hasta  tenía, con el estímulo del paisano “famoso”, una asociación musical a la que habían puesto su nombre, y a quien, muy orgullosos, invitaban a los acontecimientos festivos, concretamente a los conciertos en los que intervenían los alumnos de la escuela de música.

En uno de esos conciertos, se sienta junto a él un matrimonio conocido de Antonio; el marido había jugado con el músico en su niñez y después estudiaron en el mismo centro educativo. Habían estado bastante unidos hasta que Antonio optó por el estudio de la música y tuvo que desplazarse constantemente al conservatorio de la ciudad.

Al terminar el concierto, una niña que había intervenido en él se acerca al matrimonio que estaba con Antonio —era su hija— y saluda a sus padres, quienes aprovechan para preguntar al músico:

—¿Qué te parece, Antonio, la ejecución de la niña?

—Hombre —contesta, socarrón, Antonio— tanto como para ejecutarla, no, pero un par de buenos azotes sí se merece.

Bueno… desde que conozco este chiste no me gusta utilizar la palabra ejecutar con el significado que indica la acepción cuarta del DRAE: tocar una pieza musical; prefiero el término interpretar. ¿Por qué? Pues, porque ejecutar siempre me recuerda el chiste y me viene a la mente la otra acepción de la palabra, la de dar muerte, y por muy mal que toque alguien no creo que merezca eso.

Lo que sí podemos hacer, lo propongo, es utilizar el término ejecución para las muy malas interpretaciones, que pasarán así a ser ejecuciones, porque en ellas, si no se da muerte a la música, sí se la hiere o maltrata, y reservaremos el vocablo interpretación para las realizaciones muy buenas, las buenas o, como mínimo, “decentes”.

Dedicadas a mis lectores-escuchantes, utilizaré dos versiones de una misma obra para ilustrar mi propuesta de diferenciación entre interpretación y ejecución. Se trata de Der Hölle Rache, conocida como ARIA DE LA REINA DE LA NOCHE —aunque no es la única aria de este personaje—, de La Flauta Mágica, la famosísima ópera de W. A. Mozart. En ella la Reina de la Noche, furiosa y vengativa, exhorta a su hija Pamina, poniendo un cuchillo en su mano y amenazándola si no cumple, para que asesine a Sarastro, rival de la reina.

 Fuente: Wikipedia
Esta aria exige un completo dominio de la voz, tanto para la ornamentación como para expresar el carácter malvado de la reina. Solo con una técnica depurada se pueden emitir bien las notas picadas a la altura en que las escribió Mozart.
Prestemos atención en primer lugar a la soprano surcoreana Sumi Jo (Filarmónica de Viena dirigida por Georg Solti). Esto es una interpretación, una buena interpretación. Muchas veces se la he puesto a mis alumnos para mostrarles lo que puede hacer una voz bien educada, bien adiestrada.


Y ahora escuchemos el atentado que la soprano estadounidense Florence Foster Jenkins perpetró contra esta obra. Esto es una ejecución, una “buena” ejecución: ¡menudo hachazo!

Escúchenlas cuantas veces quieran, recréense (mejor en la primera), comparen y saquen sus propias conclusiones.