SECCIONES

viernes, 26 de abril de 2024

Querer y poder

Leo con retraso, con un retraso considerable, algunos de los artículos de la revista de eldiario.es del mes de diciembre del año pasado, y en uno de ellos (un cómic de Darío Adanti titulado «Una noche en la biblioteca») me encuentro con lo que, de primeras, se me figura una pequeña joya del pensamiento; la releo, la paladeo un poco, y siento que, a pesar de su brevedad y sencillez de enunciado, a pesar de su aparente simplicidad, me parece uno de los pilares que bien pueden sustentar la tan anhelada felicidad humana.

«El que no pueda lo que quiera, que quiera lo que pueda» pone el autor del cómic en boca de Ortega y Gasset. Nada más y nada menos. ¡Menuda frase! Léase y reléase detenidamente, con mucha atención, y reflexiónese después. No creo que necesite aclaración.


viernes, 19 de abril de 2024

Pública y privada

Hace ya bastantes años que dejaste la sanidad privada (te refieres a la que podías tener acceso debido al privilegio de pertenecer a MUFACE), y te pasaste a la pública, siendo muy consciente en todo momento —sueles decir que nunca lo has dudado— de las ventajas y desventajas de cada una de ellas, y pensando que aquella que supone un negocio no puede ser tan buena, tan eficiente realmente, y, sobre todo, tan ética, como la que supone un desinteresado servicio público auténtico.

Tu propia experiencia y la información más o menos seria que has ido recopilando de aquí y de allá a lo largo del tiempo, ha ido apuntalándote en la idea de que estás en lo cierto, de que has elegido y vas por buen camino, por el mejor de los dos aquí tratados; la última noticia que te confirma en lo pensado al respecto te la encontraste —hace un mes de esto— desarrollada tras este, para ti, llamativo titular de prensa:

«Los hospitales privatizados sacrifican calidad por costes: reducen personal y priorizan a los pacientes “rentables”» (Ramírez, Begoña P. InfoLibre, 17-03-2024).

«Lógico», te dijiste entonces, y te repites ahora al concluir de nuevo —un mes después— su enésima relectura, justamente un poco antes de la inesperada aportación al asunto de la magnífica viñeta de El Roto que publica hoy El País:



viernes, 12 de abril de 2024

Aclaración

Un buen amigo (y sacrificado lector de Abonico, tengo que añadir, pues me dice que lo lee todas las semanas), me pregunta que a qué viene ese título de «La caída de los dioses», el que adjudiqué al artículo de hace dos semanas en el blog.

Le respondo tratando de disculparme por no haberlo dejado más claro —la verdad es que entonces no lo creí necesario—, y a continuación le digo que tal enunciado se refiere a la caída «en desgracia» de personajes que uno tiene idealizados positivamente en su cabeza, como subidos a un pedestal, cual si fueran dioses, y que, debido a su comportamiento (bien sea por lo que dicen, bien por lo que hacen, bien por cómo viven…) caen —los bajas, mejor dicho— de ese pedestal en el que los tienes.

Y le aclaro a mi amigo que Rafael Nadal ya había perdido puntos en mi valoración por prestarse a protagonizar anuncios publicitarios que, pienso, aumentan innecesariamente su ya gran fortuna —qué falta le hace, me digo—, pero que, por otro lado, y quiero pensar que a ojos de mucha gente, deteriora su imagen. Así que lo de aceptar el para mí poco honorable papel de embajador del tenis de Arabia Saudí (algo a lo que veo, más o menos, la misma finalidad que la publicitaria) ha sido la causa definitiva de la caída de su pedestal: para mí, claro, pues habrá mucha gente que no piense así.

 

viernes, 5 de abril de 2024

Cierto paralelismo

Parece cosa del caprichoso azar. Con muy pocos días de diferencia, cuatro concretamente, leo en la prensa dos artículos que comentan sendos libros, ambos novelas históricas, que llaman mucho mi atención, pues se desarrollan las dos en períodos de nuestra historia muy interesantes para mí.

Inmediatamente, tras la lectura de cada artículo, tomo nota del título del libro, de su autor y de la editorial que lo publica, para pedirlo en mi librería de costumbre —comercio local, como hago, siempre que puedo, desde hace ya bastantes años—, un pedido que ya he realizado.

Y ahora, animado por la nutritiva temática de cada novela, y esperando ampliar y mejorar el foco de luz de los períodos históricos tratados en sendas obras, aguardo su llegada para poder ponerme con su lectura.

La protagonista, en cada uno de los dos trabajos, es una mujer: una reina de nuestro país en tiempos históricamente muy importantes. La primera, Gala Placidia (ya sabía algo de ella por mis estudios y lecturas), fue nieta, hija y esposa de emperadores romanos, y también fue esposa del primer rey visigodo de la península, Ataulfo, el primero (el segundo si contamos a Alarico, pero, realmente, el primero en territorio peninsular) de una larga lista de más de treinta monarcas que —seguro que mucha gente todavía lo recordará— nos hacían aprender de niños en aquellos mis primeros tiempos de estudiante.

Y la otra, la protagonista de la segunda novela, Egilona (desconocida para mí hasta ahora), fue esposa del último rey visigodo —el Don Rodrigo tan nombrado en los versos de nuestro romancero—, y, posteriormente, también lo fue del primer valí de Al Andalus —el segundo, según la Wikipedia—: Abd al-Aziz, hijo de Musa Ibn Nusair, el famoso «moro Muza», en expresión coloquial muy usada popularmente aquí en nuestro país.


viernes, 29 de marzo de 2024

La caída de los dioses

Leyendo la prensa, me encuentro con frecuencia con ideas que, después, desarrollo y me ayudan a decir —mejor, con más facilidad— lo que pienso. En este caso es una cita de Michel de Montaigne, que obtuve de Íñigo Domínguez («Nadal entusiasmado de ser parte de eso», El País, 21-01-2024), una cita que afirma: «nadie está exento de decir necedades, el mal está en decirlas con pompa»; y esto lo traía a cuento el periodista por unas declaraciones de Rafael Nadal, que, recientemente entonces, había sido nombrado embajador del tenis de Arabia Saudí, un país que no respeta los derechos humanos, pero al que el tenista había elogiado desde su alta tribuna. Supongo que para eso le pagan.

 

viernes, 22 de marzo de 2024

De plástico

De precio asequible, las flautas de pico fabricadas en material de plástico (ligero, resistente, barato…) apenas necesitan cuidados, y menos aún tratamiento especial alguno, pues basta con que muy de vez en cuando se las someta a un baño, a una puesta en remojo en agua jabonosa templada, para procurarles un buen mantenimiento y conservación. Y, además, y esto es lo más importante en un instrumento musical, su sonido es bueno: son instrumentos que suenan aceptablemente bien, tanto en lo referente a su timbre, como a su afinación, algo muy a tener en cuenta, por lo que hay que elegir con sumo cuidado.

Lo último que conozco en este campo son unos ejemplares hechos en plástico de procedencia vegetal, ecológico, que, además, y es lo más importante, suenan muy bien.

Por todo ello (por su precio, por su facilidad de mantenimiento, por su calidad sonora...) resultan ideales para el estudio cotidiano, perfectas para unas cuantas o muchas horas diarias de trabajo con ellas, sin tener que preocuparte de secar bien el exceso de humedad tras cada sesión, ni de impregnar de aceite su interior de vez en cuando, ni de vigilar sus juntas de ensamblaje…, tal y como hay que hacer con las de madera.

A cambio —todo no va a ser ventajoso—, debido a la condensación del aire en su canalillo de emisión (ocasionada por diferencias de temperatura, algo que ocurre sobre todo cuando esta es baja), este, el canal que conduce el aire desde la boca del flautista hasta el bisel del instrumento, se obtura con cierta facilidad y hace que su sonido se resienta, se apague, se vele.

En mis últimos años de estudio en el conservatorio, las marcas más extendidas, las más famosas en el ámbito académico, fueron Aulos, Zen-On, y Yamaha; de ellas, las dos últimas, eran tenidas por los expertos que conocí como las de mayor calidad, y, concretamente, la última (en los distintos tamaños por mí utilizados: soprano, alto, tenor y bajo) fue y sigue siendo mi favorita en términos absolutos.


viernes, 15 de marzo de 2024

500 pesetas al día

Me acuerdo de que, siendo un joven adolescente, tenía en mi horizonte, para cuando comenzara a trabajar, la meta de ganar quince mil pesetas mensuales. Entonces me parecía que quince mil pesetas al mes (un billete de quinientas pesetas cada día, redondeaba mi mente) era una cantidad muy respetable, quizás porque había leído en algún sitio —algo así permanece en mi recuerdo— que eso mismo era lo que ganaba entonces un marine estadounidense, cuando aquí en nuestro país un maestro de escuela (muchos todavía recordamos aquello de «pasar más hambre que un maestro de escuela») no llegaría, ni mucho menos, a la mitad.

Comparativamente, visto con ojos de ahora me parece una ridiculez, pues hoy esa cantidad de quince mil pesetas supondría unas ganancias —y redondeo de nuevo— de noventa euros mensuales —tres diarios—, muy alejadas, alejadísimas, de lo que le proporciona su pensión a aquel mismo maestro.