SECCIONES

domingo, 28 de junio de 2015

En exposición

La Escolar es la panadería de Santogudo donde Antonio suele comprar diariamente el pan, y, ocasionalmente, bizcocho, tarta de manzana y algún otro producto del ramo. Se trata de un buen establecimiento, con productos de calidad y buenas dependientas, pendientes, educada y simpáticamente, de cómo te gusta esto o aquello: ninguna queja respecto de ellas —dice Antonio—; todo lo contrario, su felicitación por una labor bien hecha.
Dicho esto, vayamos a la exposición.
—Antonio, ¿quieres dulzatas? —pregunta la dependienta Menganita—, hoy los tenemos en exposición.
—Por eso mismo no los quiero —contesta Antonio con cierto retintín—, porque están “en exposición”; además, yo diría que demasiado expuestos.
Con la expresión “están en exposición”, a lo que la dependienta Menganita se refiere es que los productos —en nuestro caso, de panadería y confitería, para más inri—, están expuestos sobre la superficie del mostrador —que, como su nombre indica, sirve para mostrarlos—, y sobre ellos, con más frecuencia de la deseada, nada que los proteja, o algo que los protege mal; ni vitrina ni armario…; solo, a veces —Antonio dice que puede conceder el “a menudo”— algún plástico pretende cubrir y lo hace escasamente, más mal que bien, dichos productos.
Bueno… ¿y proteger, de qué? se preguntará alguien.
Algunos de los productos que se suelen poner en lo que las dependientas —Antonio nunca ha visto un chico trabajando tras el mostrador de esta panadería— llaman exposición, están justo y desgraciadamente al alcance de las manos y de los involuntarios salivazos de los clientes y de los de ellas mismas al atenderlos; unos y otros hablan —ríen, a veces a carcajadas— para hacer y atender pedidos.
Precisamente, no hace tanto tiempo, el mismo Antonio ha visto cómo uno de esos salivazos salido de la boca de una clienta que estaba hablando con la dependienta, caía y se perdía en la bandeja de dulces en exposición —o sea, expuesta excesivamente—, esa vez sin plástico protector, frente a la clienta en cuestión.
—Antonio, ¿quieres…?
—No, gracias, están demasiado expuestos.

martes, 23 de junio de 2015

¡Qué mierda de libros son estos!

Que por septiembre era, por septiembre, cuando [todavía] hace la calor… ¿De qué año?: de 1976, todavía reciente la muerte del ahora llamado, no por todos, Dictador: Don Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, por más señas, por si alguien no se sitúa, “el Caudillo” y también “el Generalísimo”, entre otros apelativos, no todos elogiosos, desde luego; y el país no estaba como para tirar cohetes, pues el “atado y bien atado” todavía se notaba mucho.
Toñi y yo, en nuestro viaje de novios, tras una breve visita a la ciudad de Toledo, llegamos a Madrid, al que dedicamos el resto de nuestro tiempo. En la capital de España permanecimos unos cuantos días (en total creo que fue una semana), disfrutando, entre otras cosas, todas las mañanas, del Museo del Prado. Por las tardes recorríamos la ciudad, visitábamos distintos tipos de locales y esperábamos la llegada de la noche para ir al cine o al teatro.
En una de esas visitas vespertinas entramos en una librería que tenía ennegrecida la pared en su parte exterior, la que daba a la calle, una fachada poco alta porque pertenecía a un entresuelo, al que se accedía descendiendo por unos pocos escalones situados en la puerta de entrada. El establecimiento, creo recordar que su nombre era La Tarántula, había sufrido un atentado con un artefacto explosivo —algo no infrecuente en aquel tiempo—, consecuencia de una “visita” de los “bárbaros”, no de los del norte sino de los del propio Madrid.
Por cierto, el librero (algo notaría en mí —quizás falta de “barbaridad”— o algo le diría yo, no sé) me llevó con él al fondo del establecimiento, donde tenía un armario, lo abrió y me ofreció su género: libros prohibidos —sí, en 1976—, sobre todo, quiero recordar, textos sobre la historia reciente de España.
Los “bárbaros”, como todos ustedes saben, son, dicho con retranca, los “amigos” de la cultura, del conocimiento, del progreso..., que —¡vaya paradoja!— han mantenido a través de los tiempos —“por los siglos de los siglos”— la costumbre de quemar libros. ¿Odian todos los libros? ¿Los queman todos? ¡No! Solo los que ofenden a su tradición ultraconservadora, a sus ideas, a su religión, a sus costumbres... a su testosterona.

Algunos de ustedes creerán que ya no quedan “bárbaros” de ese tipo, que la especie se extinguió, como los neandertales. Pues… se equivocan: enemigos declarados de los libros todavía los hay y, me atrevo a decir, los habrá siempre; lo podemos comprobar echando un vistazo a la prensa sobre lo ocurrido recientemente en Madrid, en la Feria del Libro.
¡Menudo grito de guerra!: “¡qué mierda de libros son estos!”. Quizás, y no lo sepamos, el grupo de “bárbaros” estuviera formado por licenciados, doctores, catedráticos... ¡en filología, claro!; posiblemente fuese un grupo de especialistas en crítica literaria que habían llegado a “su” conclusión sobre la falta de “bondad” de esa “literatura de mierda” a través de un arduo proceso, a base de sesudos análisis y costosos, muy fatigosos, estudios.
Bueno… Fuese así o no, acongoja (¿acojona?, ¡qué cerca ambos términos!) ese grito de guerra de los que odian los libros, de los que los queman llegado el caso; y no lo hacen, no, con amor, como Pepe Carvalho, el famoso detective de Mauel Vázquez Montalbán.

miércoles, 17 de junio de 2015

Paula twists again

Llevaba unos días escuchando el twist de marras y viéndolo bailar a mi nuera y a mi nieta —modelo e imitadora, respectivamente— en el salón de su casa; incluso me habían anticipado lo que iba a ser el gran acontecimiento, pero no llegué a imaginar su alcance, su impacto, llegado el día; incluso, para que me hiciera una idea más completa de la coreografía, me habían mostrado una gran corchea —de unos veinticinco centímetros de altura— que luciría la niña en el pecho, pegada a la camiseta. ¡Ay, incrédulo de mí! 
Aquello fue el sursum corda.
Por cierto, y perdonen el comentario guarro, con la expresión latina me ha venido a la cabeza, recordando a mi amigo Molínber, que, cuando de chiquillos, en misa, escuchábamos decir al cura la expresión sursum corda, respondíamos por lo bajines con una rima fácil y grosera: “agárramela que me engorda”.
Bueno… a lo que íbamos, a lo que fue aquello. Llegó el momento de la verdad, el viernes pasado, y Paula se graduó —para mí, con sobresaliente cum laude— en Educación Infantil de 0 a 3 años. ¡Ahí es na! Y en el Auditorio del pueblo hubo un espectáculo de baile colectivo en el que participaron las escuelas infantiles Arco Iris —la de mi nieta— e Infanta Elena; y allí estábamos, con los baberos pertinentes, todos: padres, tíos, abuelos… de nuestros pequeñajos, para apreciar sus habilidades en el baile, sus destrezas, que, entérense, quedaron fuera de toda duda: aquello fue una exhibición, el no va más, el acabose, “la fin del mundo” como dicen por aquí.
  
Paula concentrada en su pie.
Aprecien el grado de madurez psicomotriz del grupo.
Quiero reconocer, yo que me he dedicado a la docencia durante 40 años, muchos de ellos en la labor musical, el trabajo de las educadoras, que, también allí, en el escenario y fuera de él, estuvieron empleándose a fondo para que el diminuto alumnado las imitara y no decayera el ánimo entre los pequeñines. Así se hace: la imitación como uno de los principios básicos del aprendizaje, uno de mis lemas, como saben muchos de los que me conocen.
Ya sé que ustedes se dirán, sobre todo los mal pensados (¡bueeeno!, solo algunos), “ya nos la ha colado otra vez, ya está aquí de nuevo Paula, la nieta del de Abonico”. Y reconozco que tienen razón, lo comprendo, la tienen toda, pero, ¿qué les voy a decir?, han de entender que una de las funciones más importantes que tengo ahora es disfrutar de mis nietas, y, ¿por qué no?, escribirlo, para que cuando me haya ausentado para siempre de este mundo (¡toma perífrasis!), quede constancia de ello, ¿dónde?, en Abonico.
Aprovechemos la entrada para engrosar nuestro conocimiento con una pizca de cultura musical, tratando de evitar la sensación de pérdida de tiempo en la visita al blog. Para ello les voy a ofrecer la música utilizada en el baile ceremonial de la graduación de Paula, la famosísima canción Let’s twist again, que el también famosísimo Chubby Checker, el rey del twist, lanzó al mundo en 1961 y que tantas versiones ha conocido (el mismo Checker la cantó en alemán —Der Twist Beginnt— y Johnny Hallyday la popularizó en francés —Viens danser le twist— en el mismo 61. También ha formado parte de la banda sonora de películas cuyo tiempo histórico transcurre en los años en que se puso de moda el twist, los 60, como la recomendable Criadas y señoras (The Help).
Chubby Checker
El twist (girar, giro, torcer, torcedura…) es básicamente un estilo de música de baile, y así llamamos también al baile mismo. Se hizo muy popular a principios de los años 60, como línea musical que partía del rock and roll, y a su popularidad contribuyó, qué duda cabe, Let's Twist Again (Bailemos otra vez el twist), título que hace referencia al éxito que había tenido el mismo Chubby Checker el año anterior con The Twist.
Let's Twist Again triunfó entre los adolescentes y también entre muchos adultos cuando salió como single en el verano de 1961 y supuso uno de los mayores éxitos del año: número uno en Reino Unido y octavo en el Billboard pop chart de Estados Unidos, la lista de éxitos pop de la famosa revista Billboard. En el año 1962 recibió el Grammy a la mejor grabación de rock and roll.
Escuchemos a Chubby Checker con esa voz característica que agudizaba y nasalizaba cuando cantaba estos ritmos, estas canciones para bailar, para girar y retorcerse tan provocativamente.
 

sábado, 13 de junio de 2015

Dios castiga, pero…

Durante mi infancia, mi madre, ante cualquier pequeño percance en el que salía malparado —un golpe al azar, una caída, malos resultados escolares…—, sobre todo si ella lo asociaba a alguna trastada mía, decía, tratando de aleccionarme, con el semblante serio y el dedo índice levantado en gesto admonitorio:
Dios castiga, pero no con palos
En realidad no utilizaba la conjunción adversativa “pero”, utilizaba, con el mismo significado, la copulativa “y”: Dios castiga y no con palos, decía.
Para mucha gente está claro que así es: Dios castiga, pero no lo hace en el momento, pegándonos, atizándonos; prefiere, supongo, según la falta o pecado: caídas, coscorrones, golpes, almorranas, fisuras anales, urticarias, hernias, diabetes, cálculos renales… incluso, cánceres, plagas, epidemias y desastres naturales.
¿Que no se lo creen? Vean:
DOS CASTIGOS EJEMPLARES
Leo hace ya un tiempo en El Blog de Sergio del Molino lo que él llama “una burrada propia de un hijo de puta malnacido”. Se trata de algo que apunta al concepto que de la enfermedad se tiene tradicionalmente en nuestra sociedad: un castigo divino por los pecados cometidos.
[...] Pedro Zerolo, concejal socialista del ayuntamiento de Madrid y una de las cabezas más rizadas y visibles del movimiento gay en España, ha anunciado que le han diagnosticado un cáncer. Entre las reacciones a la noticia, han resonado, como eructos en un baile de gala, las excreciones miserables de un portal de extrema derecha y catolicón (…). En él, se alegran por el cáncer de Zerolo, a quien consideran algo más que un enemigo político, y lo presentan como el justo castigo a su depravación moral.
Atentos a lo que dijo un cura: «El pecado tiene su sanción, su castigo, entonces no me extrañaría nada que eso fuera un efecto de la divina providencia». El individuo se llama Jesús Calvo, se le conoce como el cura de Falange y es famoso por su bocaza fascista llena de invocaciones al odio que, por otra parte, no parecen incomodar a la jerarquía de la iglesia católica, pues no me consta que haya sido amonestado en modo alguno por la organización a la que pertenece. Debemos deducir, por tanto, que esa organización está satisfecha con el hecho de que personajes así la representen y hablen en su nombre. [...] (El Blog de Sergio del Molino, 11-01-2014).
Y esto me lleva a algo que leí en Mortalidad, de Cristopher Hitchens, (Debate, 2012). Hitchens, escritor británico, filósofo, humanista y temido polemista, falleció de un cáncer de esófago que le diagnosticaron en julio de 2010 en plena promoción exitosa de Hitch-22, sus memorias (Debate, 2011). Entre sus obras, además de las dos ya citadas: Dios no es bueno, Dios no existe, Cartas a un joven disidente
Mortalidad trata de la resistencia de Hitchens a retroceder y renunciar a sus convicciones en su enfrentamiento a lo desconocido. Es un relato, una reflexión y el reflejo de su postura ante la muerte, justo desde el momento en que conoce la fatal noticia del cáncer que dieciocho meses después acabará con su vida. Hitchens sigue escribiendo lúcidamente, con valentía, inteligencia y brillantez asombrosas, rechazando el consuelo de la religión y mirando al dolor y a la muerte de frente. Mortalidad es una inteligente mirada a nuestra condición y una afirmación de la dignidad y el valor del ser humano.
Dicho esto, miren lo que escribe contra Hitchens en la red un defensor de la fe con ¿una ejemplar alma bondadosa?:
¿Quién más piensa que el hecho de que Christopher Hitchens tenga un cáncer terminal de garganta [sic] es la venganza de Dios por haber usado la voz para blasfemar? A los ateos les gusta ignorar los HECHOS. Les gusta actuar como si todo fuera una «coincidencia». ¿En serio? ¿Es solo una «coincidencia» [que], de todas las partes de su cuerpo, Christopher Hitchens tenga cáncer en la parte del cuerpo que usó para la blasfemia? Sí, seguid creyendo eso, ateos. Va a retorcerse de agonía y dolor, y se marchitará hasta desaparecer y tener una muerte horrible, y DESPUÉS viene la verdadera diversión, cuando vaya al FUEGO INFERNAL y sufra eternamente la tortura y el fuego. (Christopher Hitchens, 2012: Mortalidad. Ed. Debate, pág. 20).
En la “doctrina” que nos “metían” in illo tempore en nuestros cerebros de niños —la catequesis de entonces— nos decían que Dios lo ve todo: lo pasado, lo presente, lo futuro y hasta los más ocultos pensamientos, así que, como lo sabe todo, ¡cuidado con lo que hacemos, decimos o pensamos!, y sumemos a eso que castiga, pero no con palos, que te puede mandar por un quítame allá esas pajas (¡vaya, qué casualidad!: pajas) un tumor maligno para que te enteres de las púas que tiene un peine. Además, como hemos visto, hay gente que se alegra del castigo divino… por merecido… en los demás ¡claro!; y cuanto más terrible la sanción, mejor, más ejemplar.
Todo esto se desencadenó en mi mente, hace tiempo, con la aparición, en un programa de televisión, del entonces dirigente del PSOE Pedro Zerolo —reconocido homosexual e incansable luchador por la igualdad en la diversidad—; Zerolo apareció con la cabeza afeitada debido a los efectos de la terapia contra el cáncer, y en su imagen eché de menos los rizos que lo caracterizaban, lo cual activó mi memoria. Pensé ¿el Señor lo ha castigado?, escribí este artículo y, esperando un momento propicio para subirlo al blog, lo dejé dormir. El momento, lamentablemente, ha llegado, pues Pedro Zerolo ha muerto: Sit tibi terra levis.

lunes, 8 de junio de 2015

El aparejo

Titular reciente de prensa (El País, 23/05/2015):
¡Qué crueldad despliegan, a veces, los niños contra sus semejantes, contra los rechazados por el grupo!, incluso contra sus propios compañeros. ¡Pobre de aquél con el que la tome el cabecilla del clan, el cabroncete de turno!, porque, inexorablemente, dirigirá sus pasos y los de la troupe a hacerle la vida imposible.
Cuando un servidor era niño, uno de los “espectáculos” infantiles —y no tan infantiles— más desoladores que recuerda era el conocido como “hacer el aparejo” a alguien.
Hacer el aparejo: acto obsceno que efectúan los muchachos a otro, al que dejan al descubierto, contra su voluntad, las partes genitales, ensuciándoselas con saliva, barro o excrementos. (Diego Ruiz Marín, Vocabulario de las hablas murcianas. Diego Marín, 2007).
Aquí, en la Santomera de mi infancia, el aparejo (“una cabronada típicamente murciana”, decía Jaime Campmany) consistía en bajarle los pantalones, y calzoncillos si llevaba, al pobre desgraciao que le tocaba en la rifa de la mala suerte; a continuación, con violencia si se resistía —que era lo normal—, escupirle en los genitales y echarle tierra para lograr un amasijo de barro. No recuerdo que fueran utilizados excrementos para el revoltijo, quizás en mi época ya se había refinado la “operación”.
Y todo esto hecho en grupo, con las consiguientes risas y comentarios vejatorios, algunos de ellos referentes al tamaño de la pilila; si tenía la poca suerte de no tenerla de la medida estipulada normal o superior, podía quedar marcado para siempre. Todavía he escuchado, recientemente, algún relato al respecto, de alguien que, por lo visto y escuchado, sigue siendo tan bruto como lo era de niño.
Poh si a ese le hicimoh el aparejo cuando éramoh chiquilloh… —dice divirtiéndose todavía el individuo, y añade, separando enfrentados los dedos índice y pulgar de la mano izquierda unos pocos centímetros para señalar una corta distancia— ¡y tenía una pichiquia…!
¡Pobre aparejado!

martes, 2 de junio de 2015

Carlito atrapado

Carlito’s Way (1993) es el título original de una película de Brian de Palma, conocida en nuestro país como Atrapado por su pasado, en Perú, como Caracortada 2: Atrapado por su pasado, mientras que otros países hispanoamericanos (Argentina, México, Venezuela…) prefirieron el título original, Carlito's Way.
Se trata de un excelente thriller ambientado en 1975, basado en dos novelas (Carlito's Way y After Hours) del escritor Edwin Torres (antiguo juez de la Corte Suprema de Nueva York), con un excelente guion de David Koep, y un extraordinario elenco de actores (Al pacino, Sean Penn, Penelope Ann Miller…).
Muy resumidamente: Carlito Brigante (Al Pacino) es un narcotraficante que, tras unos años en la cárcel, decide dejar la mala vida y reanudar las relaciones con Gail, su exnovia (Penelope Ann Miller); pero su pasado —el crimen y los negocios sucios— se lo impide: ¡suéltame, pasado!, que dirían Les Luthiers.
Una película que destaca por sus cuidadas escenas y su sensible y complejo retrato de personajes” (FILMAFFINITY).
En la película, como dice mi amigo José Antonio Férez —a quien debo el descubrimiento—, hay una escena sublime, una maravillosa escena cargada de poesía. El Férez es un amante del buen cine —amante de verdad, y entendido también de verdad—, con una gigantesca memoria llena de conocimiento trabajado con pasión y esfuerzo además de disfrute. Recuerdo que hace unos años nos contó, a mi hijo Antonio y a mí, que siendo muy niño —cuatro o cinco años— le preguntaron por su película favorita y él, sin dudar, contestó, muy serio —repito, 4 o 5 años—: El sueño eterno. ¡Ahí queda eso!
Ese momento poético de Carlito’s Way que tanto conmueve a José Antonio es la escena que he seleccionado para Abonico, una en la que Carlito observa a Gail, su amada —a través de las ventanas iluminadas del edificio de lo que parece una academia o escuela de danza—, y la mira desde una cierta distancia y bajo una copiosa lluvia, tratando de protegerse del agua cubriéndose como puede con la tapa metálica de un cubo de basura, justo cuando en la banda sonora empieza un delicado, bellísimo, duetto musical.
Esta música es de Léo Delibes (1836-1891), compositor francés —organista—, atraído por el teatro, que, aunque muy estimado por sus contemporáneos, habría sido olvidado posteriormente si sus ballets (los más famosos, Coppélia y Sylvia, admirados por Tchaikovsky) no hubieran dado la talla dentro del repertorio. Le Roy l’a dit es, para muchos, su mejor obra, pero la más popular —para otros, su obra maestra, deudora de Bizet— es Lakmé, una ópera ambientada en la India bajo dominio británico, compuesta sobre un sentimental libreto en francés de Edmond Gondinet y Philippe Gille, basado en una novela de Pierre Loti, Rarahu: El matrimonio de Loti, de 1880.
Y en el primer acto de Lakmé, el famoso Dúo de las flores, llamado así porque es cantado por dos personajes femeninos de la obra mientras cogen flores: Lakmé y su criada Mallika (soprano y mezzosoprano, respectivamente). Es también conocido por las primeras palabras de ambos personajes cuando cantan simultáneamente: Sous le dôme épais —las de Mallika— o Dôme épais le Jasmin —las de Lakmé—).
Esta canción ha sido muy utilizada en otras películas además de la que tratamos hoy; entre ellas, El ansia, 1983 (en una escena lésbica entre Susan Sarandon y Catherine Deneuve) y Amor a quemarropa, 1993; también, en la serie de televisión española Doctor Mateo, y en publicidad, varias veces, por British airways.
La versión que escuchamos en el film fue interpretada por Joan Sutherland —soprano—, como Lakmé, y Jane Berbié —mezzosoprano—, como Mallika, acompañadas por la Orchestre National de l’Opera de Monte Carlo, bajo la dirección de Richard Bonynge. Aquí la tienen completa y sin la atracción-distracción visual que supone el gran Pacino.