SECCIONES

sábado, 26 de diciembre de 2015

Hava nagila

Hava Nagila pasa por ser la canción judía más famosa del mundo. Pertenece al repertorio tradicional hebreo y su título significa “Alegrémonos”. Se trata de un canto de celebración muy popular entre la comunidad judía, y se ha convertido en un elemento básico del repertorio de sus músicos.
Parece que la melodía es antigua, pero la letra es relativamente moderna (primer cuarto del siglo veinte) y su mensaje se reduce a decirnos que nos alegremos, que seamos felices, que cantemos y que nos despertemos con un corazón feliz.
He utilizado Hava Nagila en mis clases, y a mis alumnos, tras vencer la primera impresión —de extrañeza—, les ha gustado y han disfrutado mucho escuchando y cantando la versión de Harry Belafonte, “el Rey del calipso”, muy conocido como cantante, actor de cine y por su labor de compromiso como activista en el Movimiento de Derechos Civiles en los años sesenta.

Harry Belafonte
Ahora la traigo aquí para felicitar las navidades y el año que pronto comenzará a los seguidores de Abonico. Aunque no soy optimista ante el panorama que se nos presenta, deseo —ya he dicho más arriba el mensaje que encierra la letra de la canción— que seamos felices, que cantemos, que escuchemos música, que leamos, que veamos buen cine, que... (añadan a voluntad).
Aquí está:


miércoles, 23 de diciembre de 2015

El árbol mágico

En los años de mi infancia no se ponía árbol de Navidad en las casas de nuestros padres; se ponía, en las que se ponía, belén, y los Reyes Magos monopolizaban el magro reparto de regalos, y eso en las viviendas en que los había, ¡regalos, claro!
Sin embargo, en mi casa, cuando mis hijos eran pequeños, poníamos y disfrutábamos por Navidad de un árbol mágico. Era mágico de verdad, no el típico árbol en el que te encontrabas los regalos únicamente el día después de Nochebuena; en nuestro árbol había regalos constantemente, casi diariamente. Cierto que eran, muchas veces, “regalitos” —golosinas, pequeños juguetes...—, pero el árbol “los ponía” muy a menudo, incluso más de una vez en el mismo día.
Jose Alberto y Antonio se asomaban expectantes de vez en cuando al salón donde estaba el árbol, esperando con ilusión que este se hubiese espolsao y les hubiera dejado algo por los alrededores. Y cuando de vuelta de alguna salida cualquiera entrábamos en la casa, yo me adelantaba y así podía anticipar a los niños que había escuchado algo, algún sonido, en la habitación del árbol, lo que podía significar que este se había desperezado; antes de terminar de decirlo, los pequeños —primos y amigos incluidos cuando estaban con ellos— salían disparados para comprobar cómo el árbol mágico acababa de obsequiarlos a todos con regalos que ellos disfrutaban y celebraban mucho.
Todavía recuerda Antonio, además de los frecuentes juguetitos y golosinas, cómo una vez, al acercarnos para ver si se había espolsao el árbol, tropezó el que esto cuenta y, al mirar la causa del traspié, encontramos unos atriles en el suelo.
Todavía, ahora con dos nietas en la familia, conservamos el mismo árbol; y el año pasado, tras un enorme intervalo de tiempo, quiso mostrar sus cualidades, pero no pudo, por lo menos con la frecuencia y eficacia que mostraba antaño; es posible que ello se debiera a los muchos años de inactividad regalística, o a las muy espaciadas visitas de las niñas, o a la corta edad de las mismas, o... ¡vaya usted a saber!
Espero que esta Navidad el árbol mágico vuelva por sus fueros y retome con fuerza su costumbre, para que Paula y Ángela —la primera ya con tres años— comiencen a ilusionarse de verdad con su magia.
Aunque, pensándolo con detenimiento, la magia del árbol quizás tenga sus mayores efectos en los adultos, que, embobados, disfrutamos viendo cómo reaccionan los pequeños. Miren qué bien lo refleja esta viñeta de Erlich:

Erlich 25/12/2014 (El País)

jueves, 17 de diciembre de 2015

Elecciones desiertas

—Tiempo de elecciones. Todo, o casi, me suena a lo mismo: pan y circo.
—¡Qué exagerao eres!
—Decía hace unos meses, también en tiempo de consulta electoral, el humorista Alfons López, en el periódico Público, que las elecciones, igual que los premios literarios, tendrían que declararse desiertas cuando los concursantes, los candidatos en este caso, fueran de muy baja calidad. Mira:

Alfons - 17/03/2015 - Público
—¿Y qué hacemos cuando la calidad de los electores sea, igualmente, muy baja?
—¡Hombre, si te pones así, los examinamos antes de que ejerzan su derecho al voto!
—Pues… ya que lo dices... no estaría mal. Nos examinamos para cualquier cosa —para ser barrendero, por ejemplo—, pero no para algunas de las más importantes, como para ser padres, para votar o..., ya puestos, para ser ministro; mira, si no, lo que acaba de decir Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior: "Tengo un ángel de la guarda que se llama Marcelo y que me ayuda a aparcar".
—Creo que te estás pasando.
Además, un examen no tiene por qué ser solo de conocimientos, puede incluir otros aspectos.
—¡Sí, claro, igual que el psicotécnico para el carnet de conducir!
—No sé, podrían ser examinados aspectos que valoren realmente la capacidad de la persona en cuestión.
—¡Qué disparate! Ese terreno es muy peligroso.
—Mira... ya que has comenzado argumentando con un recorte de prensa, te voy a responder con otro: un fragmento del artículo Barbarie, de Félix de Azúa, publicado recientemente en El País (15/12/2015):
En una reciente entrevista el profesor Benito Arruñada, uno de los talentos de este país, decía que el problema no son los políticos, sino los votantes. Y lo razonaba: los políticos, aunque deseen ser racionales, acaban disparatando porque es lo que suma votos. La causa, como todos sabemos, es la nula educación española y la vagancia que conduce a no informarse, a desconocer, a no comprobar, a no exigir.
—¡Ahí me has dao!
—Bueno... ya en serio, sin exámenes ni leches, me concederás que los electores son, palmo arriba palmo abajo, de la misma calidad que los elegidos, ni más ni menos.
—¿¡De la misma!?
—Es un razonamiento simple: a tales elegidos, tales electores los han elegido.
—Bueno... pues... vale.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Entender

Me ha ocurrido bastantes veces: lo de sentirme fuera de juego (en una clase —como alumno—, en una reunión, tertulia, discusión…), lo de pensar que no sé nada comparado con los demás. Ahora me pasa menos, lo tengo más claro, en parte gracias a Rafael Sánchez Ferlosio, a una reflexión suya.
De ninguna manera hubiera podido decirlo yo como lo hace Sánchez Ferlosio, nunca con la prosa que él utiliza; pero me parece, desde que lo leí por primera vez, y ya han sido muchas, que ha embellecido con sus palabras lo que yo he intuido con frecuencia y he terminado pensando con el tiempo; es como si me lo hubiera quitado de la boca para mejorarlo y lo hubiera dicho como el gran escritor que es.
Por favor, lean detenidamente, con mucha atención:
En otro tiempo yo creía que “entender” quería decir bastante más de lo que a mí me pasaba cuando en verdad estaba entendiendo igual que los demás, y como eso no me bastaba para satisfacer lo que yo pensaba que sería “entender” creía que yo no había entendido y que los que decían que habían entendido habían visto una luz mucho más clara y unas figuras mucho más nítidas que yo. Al cabo de los años empecé a sospechar que cuando los demás dicen que entienden en realidad están viendo ese vago resplandor, esos contornos de humo, esas difuminadas sombras que yo nunca habría osado antaño designar como «entender». Y empecé a sospecharlo porque la otra hipótesis sería que yo soy tonto y, a estas alturas, una infamia semejante tendría que haber llegado a mis oídos o supondría una doble e imperdonable canallada: una canallada por parte del Creador, porque al que no se le concede inteligencia debería proveérsele por lo menos de humildad, para que no se rían de su atrevimiento, y una canallada por parte del prójimo, por no habérmelo hecho saber o tan siquiera dejado delicadamente adivinar a tiempo. (SÁNCHEZ FERLOSIO, Rafael (1995): Vendrán más años malos y nos harán más buenos, Destino, págs. 104 y 105).
Estoy seguro de que a muchos prudentes lectores de Abonico les ocurrirá como a mí, que, sin saber expresarlo así de bien, les ha pasado por la cabeza más de una vez, pero no se han atrevido a formularlo.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Proud Mary

Para Toñi: un recordatorio
Muy a comienzos de los años setenta del siglo pasado, uno de los primeros discos que regalé a mi mujer (entonces no lo era todavía; ni siquiera, creo, era mi novia: salíamos) fue uno de “Los Criden” (perdonen la licencia: realmente eran Creedence Clearwater Revival, grupo musical conocido como Creedence o por CCR, sus iniciales). El disco —de vinilo, recuerden la fecha— terminó inservible, ondulado por una excesiva exposición en la bandeja trasera del coche a un inclemente tórrido sol veraniego; una verdadera pena, pues quedó como una montaña rusa que provocaba saltos en el brazo del plato giradiscos, con los consiguientes fallos y alteraciones en la audición. Si no me engaña la memoria, esta era la carátula:
Creedence Clearwater Revival fue un grupo de rock estadounidense, de la costa oeste, muy popular por esos años —finales de los sesenta y primeros setenta—, formado por cuatro californianos, dos de ellos hermanos, y liderado por el guitarrista, cantante y compositor John Fogerty, uno de los hermanos, que, sin ambiciones de visionario o virtuoso, retomó el ritmo de las contagiosas melodías de los discos de baile sureños (Sonido del Sur). Los Creedence supieron combinar distintos géneros, como el rhythm and blues, el country, el gospel y el rock and roll, por, y con sus triunfos (nueve éxitos entre los diez primeros de 1969 a 1971) consiguieron encarnar la esencia de lo que siempre había hecho únicos a los discos sureños.
Uno de los muchos grandes éxitos del grupo fue Proud Mary (conocida también como Rolling on the River), una de sus canciones más versionadas; escrita por Fogerty —que toca la guitarra principal y canta la primera voz—, fue la primera grabada por el grupo en un álbum de 1969, Bayou Country, que pronto se convirtió en el primer gran éxito de los CCR. Otras de mi gusto: Suzie Q., Bad moon rising, Cotton fields, Down on the corner, Hey tonight...
Además de la original, entre las versiones que he escuchado, quiero destacar, por impresionante, por explosiva, la de Tina Turner, en 1971, junto a su marido, Ike Turner (un maltratador violento, según la propia cantante), que toca el bajo eléctrico y aporta una enriquecedora voz grave a la interpretación. Aquí la tienen: