SECCIONES

sábado, 27 de septiembre de 2014

¡Ya está bien!

Año dos mil no sé cuántos. Ha comenzado la primavera, y la Feria del Libro, puntual, siempre por mí esperada, pone su carpa en la plaza del Ayuntamiento.
Estoy deseando su apertura para comenzar a olisquear y hacer mis compras. Primero voy con mis alumnos, una visita obligada, académica, con la intención de “sembrar”, de contagiar el gusto por los libros, algo que procuro diariamente en clase, pero que ahora, sobre el terreno, puedo hacer de otra manera. Después, vuelvo varias veces, solo y con la familia, para, tranquilamente, comprar aquello que quiero.
La Feria del Libro de mi pueblo me gusta, sobre todo porque hacen un buen descuento en las compras: un veinte por ciento; en libros esto no es habitual, lo normal es un cinco por ciento; a lo máximo que aspiramos, en acontecimientos tales, es a un diez por ciento de rebaja. Parece que aquí el Ayuntamiento se hace cargo de una parte de este descuento y así los amantes de los libros podemos comprar sin muchos remordimientos por el gasto excesivo: “Es que hay que aprovechar unos precios como estos”, pensamos y decimos para defendernos.
Ahora me entero que en los últimos años el descuento corre a cargo exclusivamente de los libreros: el Ayuntamiento se limita a poner la carpa (aplausos).
Bueno… pues este año, después de varias visitas, no compro nada. La verdad es que no he encontrado títulos de mi interés. Es la primera vez —y única, hasta el día en que escribo esta entrada en Abonico—, que me ocurre eso.
A los pocos días, en la librería de mi amigo Jose —uno de los organizadores del acontecimiento—, me lamento:
—No he comprado nada en la Feria del Libro, Jose; es el primer año que no compro ni un ejemplar.
—¿Y eso?, pero… ¡si tú eres uno de nuestros mejores clientes, de los que más pasta se dejan!
—¡Joder!, —me quejo— ¡si solo había libros de César Vidal y de Pío Moa! —suelto sin pensarlo mucho— ¿Quién ha hecho la selección?
La pregunta se queda en el aire porque antes de terminar de formularla, un individuo que anda por allí husmeando salta indignado —sí, salta, su respuesta no es normal, es un ataque casi a la yugular— dirigiéndose a mí:
—¡Pues ya está bien! ¡Ya va siendo hora!
Me giro un poco y me quedo mirándolo, sorprendido. Se trata de un hombre de mediana edad —cuarenta y tantos—, más bien bajo, de complexión ligera, incluso podemos decir que algo debilucho. No lo conozco; aunque lo he visto en alguna ocasión —el pueblo no es muy grande—, nunca he hablado con él.
Después, con el tiempo, lo he vuelto a ver alguna vez, en días de elecciones políticas, por las mesas de voto de los colegios electorales, a las órdenes de su partido, llevando colgada del cuello una tarjeta de identificación que me confirma lo que yo había pensado de él. “¡Ah, ahora tiene más sentido!”, me digo al verlo.
Yo, un poco blando, pregunto:
—¿Ya está bien, de qué?
—Pues de escritores estalinistas —o marxistas o comunistas, no recuerdo bien qué término usa—; ¿te parece poco? —me tutea— ¿te parecen pocos los años que llevamos de basura roja?
Inmediatamente sé a qué se refiere. Cuando dice basura roja está pensando en historiadores no franquistas —vean que no he escrito antifranquistas—; por lo visto, para él todo escrito que no sea una alabanza al Régimen, que no sea pura propaganda, es escritura de rojos.
Y entonces caigo en la cuenta: Resulta que desde la victoria del PP en 1996, y sobre todo con la mayoría absoluta obtenida por el mismo partido en el 2000, comienza la expansión —¿controlada?— de tesis neofranquistas, donde se revisa benévolamente la imagen del Dictador y se culpa a la Segunda República y a los rojos de todos los males; cierto que se trata de un revisionismo con poco crédito en los ámbitos historiográficos serios, pero, por lo visto muy popular entre determinados sectores de la población. 

Sí, recuerden: hay mucho engañabobos porque… 


lunes, 22 de septiembre de 2014

El ovedao

Todavía lo he escuchado recientemente:
—En la mesa no se habla, que te se va a ir la comida por el ovedao.
—¿El ovedao?
—Sí, ¡leche!, ¡por el otro lao, por el camino equivocao!
—¿?
—¡Ya verás cuando te entre la tosera! ¿¡es que no sabes que te se puede colar por el guajerro y te puedes morir!?
—¿¡El guajerro!?
—¡Sí!, el guajerro… el garganchón… ¡el gaznate!
—¡Ah, la tráquea!
—¡Sí, eso, joer! ¿Has visto la película del Mózar?
—¿Amadeus?
—Sí, esa.
—Sí, la he visto, ¿y qué?, ¿qué tiene que ver Mozart con el ovedao?
—¿No has visto lo que le pasa en la peli a uno que está hablando mientras come, echándole un puro a su hijo y, de pronto, se atraganta con la comida y se muere?
—¡Ah, sí, ese personaje es el padre de Salieri!
—Sí, ese, el que luego mata al Mózar.
—Bueno… Eso ocurre en la película, pero Salieri, realmente, no mató a Mozart.
—¡¿Ah, no!?
—No.
—Pues… ¡vaya una mierda de película!

¡Vaya que sí! Naces y creces en un entorno donde empiezas a oír lo del ovedao cuando eres chiquitito y desde entonces pasan años y años hasta que te enteras, porque te lo explica alguien, porque caes en la cuenta, porque lo lees… por lo que sea; te enteras de que el ovedao es “lo vedado”, lo prohibido. Claro, si te paras a pensarlo tiene sentido, porque vedado, en el DRAE, es ”campo o sitio acotado o cerrado por ley u ordenanza”.
Me imagino el camino filológico recorrido —lo vedado >>> lo vedao >>> el ovedao— y veo cómo ha llegado a ser, en boca de mucha gente de antes y todavía en alguna de ahora, el ovedao, que en murciano significa glotis, abertura de la laringe, según el Vocabulario del noroeste murciano: contribución lexicográfica al español de Murcia, de Francisco Gómez Ortín (Editora Regional de Murcia, 1991).
Así que ya saben: cuando se está comiendo no se habla, ni siquiera abonico.



domingo, 14 de septiembre de 2014

¿Existo?

MURCIAÚTIL, de Juan Ballester, es uno de los poquísimos blogs que conozco con entradas diarias (otro es Hemeroflexia, de Andrés Trapiello). Desde que entré en él por primera vez (no sé cómo llegué), he sido un asiduo seguidor, para ver la foto, acompañada de un breve comentario, que ponía todos los días el autor. Incluso, alguna vez, algo poco frecuente en mí, le dejé un comentario.
Ahora me encuentro con que Juan Ballester cree “que ha llegado el momento de abandonar el blog”, que “han sido diez años de mi [su] vida dedicados casi a diario a este medio”.
Y lo siento, pues, durante el tiempo en que lo he frecuentado, me ha gustado su manera de “mirar”, de “ver”, a través de su cámara.
Esta foto la tomé prestada de una de sus entradas.


Fíjense en el personaje que ocupa el centro de la escena tomada.
¿Qué estará pensando?
No creo que hagan falta comentarios. En todo caso, y echándole un poco de humor, yo los metería dentro de la foto:

No es lo mismo ver esta foto cuando tienes veinte años que cuando ya te vas acercando o ya estás en la edad de los protagonistas.

Gracias, Juan Ballester.




miércoles, 10 de septiembre de 2014

Barbarismos

Sigo desde hace tiempo el blog Microrréplicas, de Andrés Neuman, poco pródigo pero muy bueno. En una entrada de hace poco, encuentro una seductora selección de términos por orden alfabético, en forma de diccionario. Él los llama Barbarismos y anuncian un libro con el mismo nombre. Apunto el título para comprar la obra, la compro y compruebo que, como la muestra prometía, el disfrute está garantizado.


Algunos barbarismos
autoestima. Montaña rusa de un solo pasajero.
bandera. Trapo de bajo coste y alto precio.
democracia. Ruina griega. || 2. ~ parlamentaria: oxímoron.
joder. Verbo transitivo de admirable polivalencia.
kitsch. Mal gusto de buen gusto.
maternidad. Momento de plenitud de una trabajadora antes de ser despedida.
ñu. Especie rumiante protegida con el noble fin de que no se extingan los crucigramas.
querer. Extraño afecto hacia alguien que no es uno mismo.
viejo. Joven tomado por sorpresa.
yo. Conjetura filosófica.
Andrés Neuman, Microrréplicas (blog), 22-05-2014.