SECCIONES

viernes, 29 de septiembre de 2023

Autoengaño

Es lógico que, a partir de cierta edad —y más lógico, quizás, cuanto más avanzada esa edad—, la vida, nuestra vida, aparezca poblada —aderezada, se me ocurre— de recuerdos de nuestra niñez, de imágenes de nuestra adolescencia, de escenas de nuestra juventud…; y en mi caso, muy poblada, superpoblada en gran parte, aunque estoy seguro de que también influye en ello el que dedico una buena parte de mi tiempo a escribir sobre ellos, sobre unos recuerdos no siempre diáfanos, claros, seguros…; a menudo… todo lo contrario: oscuros, borrosos, imprecisos…, y a veces, además, desagradables, incluso muy desagradables en ocasiones, tanto que preferiría que no acudieran a mi mente.

  VALOR DEL PASADO

Hay algo de inexacto en los recuerdos:

una línea difusa que es de sombra,

de error favorecido.

    Y si la vida

en algo está cifrada

es en esos recuerdos

precisamente desvaídos,

quizá remodelados por el tiempo

con un arte que implica ficción, pues verdadera

no puede ser la vida recordada.

                                                        Y sin embargo

a ese engaño debemos lo que al fin

será la vida cierta, y a ese engaño

debemos ya lo mismo que a la vida.

Benítez Reyes, Felipe:

Sombras particulares.

Madrid: Visor, 1992, pág. 36.

Y sí, desde luego que sí, así lo veo desde mi nostálgico ahora: en parte, si no totalmente, a ese engaño —¿autoengaño?— debemos lo que al fin será la vida cierta.


viernes, 22 de septiembre de 2023

Shakuhachi

Asistí, hace ya muchos años, en el Conservatorio Superior de Música de Murcia, a un interesante concierto bastante interactivo con el público asistente, un evento que tuvo como protagonista al shakuhachi, un original instrumento perteneciente al enorme mundo de las flautas. El intérprete era norteamericano y conservo de aquel acto un recuerdo muy bueno, y también una grabación en vídeo VHS en tan malas condiciones que no creo que merezca la pena digitalizar ahora.

Bien... pues lo que más me sorprendió del concierto no fue el instrumento en sí, que también, sino lo que el intérprete (buen sonido, buena técnica y buen gusto para la interpretación) hizo con él, ya que, bien con el shakuhachi solo, o conjuntándose con la flauta de pico y/o la travesera, el instrumentista interpretó, entre otras, de las que no me acuerdo, música barroca, de la que sí recuerdo vagamente alguna sonata o fantasía de Telemann.

El shakuhachi es una flauta japonesa elaborada en una gruesa y más bien algo pesada caña de bambú con varios nudos a la que se le laca el interior, resultando un tubo abierto por ambos extremos, en uno de los cuales, el de la embocadura, lleva un pequeño corte biselado hacia el que hay que orientar el aire soplado; a mí me recuerda, salvando las distancias, a una gran quena. Consta de cinco agujeros, cuatro de ellos taladrados en la parte delantera —equidistantes y bastante espaciados entre sí—, y uno en la posterior. Hay shakuhachi de distintos tamaños, pero su longitud normal es de 54,5 cm, y tiene por término medio un diámetro de 4,5 cm.

Por delante
 

Por detrás

Bisel de la

embocadura

Se toca en posición vertical, con una técnica difícil de dominar, y ofrece muchas más posibilidades musicales de las que aparenta su sencilla construcción, ya que, a pesar de estar supuestamente pensado para una escala pentatónica, se pueden conseguir, mediante la aplicación de procedimientos diversos —posiciones de horquilla, tapado parcial de orificios, intensidad de soplo...—, los doce grados cromáticos de cada una de las dos octavas completas que alcanza, que es más o menos la extensión de una flauta de pico. En el shakuhachi resalta la belleza del sonido, con un timbre excepcionalmente dulce, mucho más amplio y potente en el registro grave que en el agudo, que es más frágil.

Para la audición he seleccionado y cortado un fragmento de un vídeo protagonizado por el mismo genial instrumentista que conocí en el conservatorio de Murcia, el virtuoso John Kaizan Neptune, que interpreta «Summertime», un tema de George Gershwin.