SECCIONES

viernes, 2 de agosto de 2019

Por el Amor de Dios (5)

Así que estaba deseando poder desprenderme del cabás y tener una cartera, una buena y bonita, de cuero, como la de alguno de los niños mayores del colegio, o, mejor todavía, como algunas de las que exhibían los pocos jóvenes estudiantes de bachillerato que veía por la calle o en el coche de línea cuando iba a Murcia con mi madre, una cartera con diversos apartados, con correas y hebillas, incluso con cierre metálico y llave de seguridad. Aunque lo cierto es que, después, durante mucho tiempo, cuando tuve esas carteras —y fueron unas cuantas—, nunca alguna de ellas fue del todo de mi agrado; solo recuerdo una que sí, que me gustó y disfruté, pero eso fue cuando, tras muchos años, ya mayor, la compré yo mismo a mi entera y delicada satisfacción.
Y, por fin, tras los inicios como párvulo, con el detestado cabás de cartón y las pocas y pobres cosas que llevaba dentro, llegaron los tan deseados mejores tiempos de la cartera, que me gustaba mucho más, y que, además, llevaba en sus diversos apartados más enseres escolares que el cabás, y de más enjundia. Había en ella algún libro: Mis primeros pasos, al principio; la enciclopedia, después (en las monjas no utilizábamos la Enciclopedia Álvarez, usábamos la Nueva Enciclopedia escolar, de Hijos de Santiago Rodríguez); y siempre, el catecismo, que había que aprenderse de memoria aun sin saber muchas veces lo que decías; «¿qué es ser cristiano?»: «ser cristiano es ser hijo adoptivo de Cristo»; y tú te preguntabas: «¡¿adoptivo?!»).
También llevaba en la cartera alguna libreta y un estuche de madera de aquellos de tapa deslizante, de uno o, mejor aun, de dos pisos, y dentro de él un par de plumines y un palillero, los lápices, la goma, el sacapuntas…; y, muy importante, no debía faltar un trozo de papel secante para las manchas de tinta. Lo que no puedo recordar es si portábamos cada uno nuestro tintero o este permanecía en el colegio; sin embargo sí me acuerdo, y con claridad, de que cuando el lápiz se me quedaba pequeño, cortito, no lo quería, pero mi padre me obligaba a apurarlo a pesar de la rabia que me daba.
Continuará.

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