SECCIONES

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Pater noster

En el medio pagano de la Antigüedad, durante los tres primeros siglos de nuestra era, los cristianos pertenecían a sectas prohibidas, pero ya en el s. IV (Constantino, Edicto de Milán, año 313) el cristianismo pasó de ser perseguido a convertirse en la religión oficial del Imperio Romano, y los hasta entonces clandestinos cristianos, que ya valoraban la música y cantaban en las catacumbas, salieron a la calle y se manifestaron públicamente, algunos excesivamente (vean Ágora, de Alejandro Amenábar).
Al principio no crearon nuevo repertorio musical, simplemente utilizaron, adaptándolo, lo que había a su alrededor, lo que el pueblo cantaba. Según los especialistas, se aprecian en estas músicas dos claras influencias: De un lado, la de la cultura grecorromana, de la que heredaron la teoría musical con su sistema modal y la valoración ética de la música, muy adecuada para elevar el alma. Y de otro lado recibieron la influencia del pueblo hebreo, de los judíos, de quienes heredan la importancia del canto en el culto religioso y la utilización de largos melismas en dicho canto.
Esta primera música cristiana es esencialmente vocálica y religiosa (para el culto), y sus cantos adoptan dos formas principales: la responsorial (alternancia entre un solista y un grupo) y la antifonal (alternancia de dos grupos). Las formas litúrgicas más significativas fueron:
  • La salmodia.- El modo de cantar los salmos —textos poéticos del Antiguo Testamento, atribuidos al rey David— en el oficio.
  • La himnodia.- Composiciones versificadas —canciones— de alabanza a Dios.
  • Los aleluyas.- Expresiones de júbilo y alabanza. Aclamaciones heredadas de la sinagoga; solían estar adornadas con largos melismas.
Como los cristianos se habían extendido por distintas zonas de Europa, norte de África y costas de Asia Menor, con el tiempo se formaron distintas escuelas regionales, cada una con su propio repertorio musical. De ellas fueron notables: en Bizancio, la Bizantina; en Francia, la Galicana; en la península itálica, la Romana (en Roma) y la Ambrosiana (en Milán); y en la península ibérica, la Visigótica —más tarde llamada Mozárabe—, en Toledo.
Esta dispersión y variedad chocaba con el centralismo del papado romano, que terminó por “unificar” el rito imponiendo (no sin dificultades, y en unos sitios más que en otros), el canto romano, lo que supuso el origen de lo que hoy conocemos con el nombre de canto gregoriano, debido al papa que puso su empeño en la unificación: Gregorio I, conocido también como Gregorio Magno y como San Gregorio.
Bien..., aclarado que no todo el canto llano perteneció al Gregoriano, Abonico quiere ofrecer una obra perteneciente a uno de esos repertorios pregregorianos, a una de esas escuelas regionales anteriores a la unificación gregoriana; se trata de un paternóster de “nuestro” repertorio, del visigótico, mozárabe o hispánico.
El Pater noster (Padre nuestro, traducido del latín) es un canto perteneciente al ordinario de la misa (la parte que era siempre igual y no variaba según la fiesta del día). Se canta en forma responsorial: el sacerdote desgrana las peticiones del padrenuestro y el coro responde a cada una con la aclamación Amén —así sea—, que cambia en el versículo 5º y en el final. La melodía, totalmente silábica —sin melismas—, es parecida a otras de los ritos ambrosiano y romano antiguo, por lo que pudiera proceder de un repertorio común anterior.
Aquí tienen la letra:
Pater noster qui es in cælis. Amen.
Sanctificetur nomen tuum. Amen.
Adveniat regnum tuum. Amen.
Fiat voluntas tua sicut in cælo et in terra. Amen.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Quia Deus es.
Et dimite nobis debita nostra sicut et nos dimitimus debitoribus nostris. Amen.
Et ne nos inducas in tentationem. Sed libera nos a malo.
Aquí, la traducción:
Padre nuestro que estás en los cielos. Amén.
Santificado sea tu nombre. Amén.
Venga a nosotros tu reino. Amen.
Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Amén.
El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Porque eres Dios.
Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Amén.
Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal.
Y aquí, la audición, a cargo del Coro de Monjes de la Abadía de Santo Domingo de Silos, dirigido por Ismael Fernández de la Cuesta.

2 comentarios:

  1. Uniendo sus dos entradas, el análisis de la vejez y Pater Noster,y, sobre todo al oír el canto gregoriano, pienso que un monasterio debe ser el sitio ideal para retirarse cuando las fuerzas físicas fallan y el espíritu necesita sobre todo paz. Pero vamos, yo creo que a pesar de los "problemillas" que usted apunta la mayoría queremos seguir inmersos en la vida. Un saludo

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    1. Gracias por el comentario, Tía Conchi:

      Estoy de acuerdo con usted: “queremos seguir inmersos en la vida”. El problema es cuando esos “problemillas” pasan a ser problemazos, que no es mi caso, por cierto.

      Un saludo.

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