SECCIONES

martes, 14 de abril de 2015

El "tu-tú" y los huevos del burro

Había, como ahora, muchos detergentes en la época de mi infancia; entre ellos, recuerdo en el comercio de mi padre, los de las marcas Secopón, ESE, OMO, Persil y tu-tú. Es casi seguro que todos no coincidieron en los mismos días, pero también lo es que algunos de ellos, no solo el tu-tú, fueron protagonistas en “los tiempos” en que se desarrolla esta pequeñísima historia. Todavía no había llegado la Nieve, un detergente que teníamos en la tienda en cajas grandes, que se vendía a granel y que triunfó años después.
Los paquetes de estos detergentes, para estimular su compra, solían llevar dentro algún tipo de regalo, generalmente para los niños —una figurita, estampas para álbumes de coleccionables, cromos…— e incluso para los adultos, como vales por cierta cantidad de dinero que se le restaría al costo del producto al hacer la cuenta.
Recuerdo que el tu-tú, entonces, tenía un precio de siete pesetas el paquete, pero también se vendía —recordemos las escaseces y penurias de aquellos tiempos— en cantidades más pequeñas: se abría el paquete y se pesaba la cantidad proporcional correspondiente. Hay que señalar que de vez en cuando aparecía dentro de algunos envases de este detergente un vale-descuento por valor de cinco pesetas, con lo que, si habías comprado el paquete entero y resultaba premiado, pasaba a costarte, realmente, dos.
Doña Pillina (o Doña Pillastra, no recuerdo bien su nombre), una señora lisssta —con varias eses—, entra en la tienda, espera su turno y, cuando le llega, pide:
—Rosendo, dame tres pesetas de tu-tú.
—¡Mujer! —contesta Rosendo blandamente, tratando de argumentar con coherencia— llévate un paquete, que solo vale siete, y, además, te puede salir dentro un vale de…
—¡No! —responde enérgicamente, cortando al tendero, la señora—, si me apaño con tres pesetas, ¿por qué me voy a gastar siete? ¡Tú, con tal de vender…!
Al abrir Rosendo el paquete para pesar la cantidad correspondiente a lo pedido por la clienta, ¡qué casualidad!, dentro se encuentra con un vale de cinco pesetas. Entonces, la mujer —listilla, recuerden— le dice:
—Oye, me lo he pensado mejor, me llevo el paquete entero.
—¡¡Vaya!! —le faltó tiempo a Rosendo para contestar, con bastante recochineo— “¡claro... después de verle los huevos al burro, sabes que es macho!”. Ahora te llevas tres pesetas de tu-tú, que es lo que me has pedido; si quieres un paquete entero, te doy otro que esté sin abrir.
Doña Pillina (o Pillastra, que, recuerden, no recuerdo), torciendo el gesto y refunfuñando, optó por sus iniciales tres pesetas de tu-tú, y ahí acabó esta historia; esta concretamente, porque…
Colorín colorado…
este tipo de historias no ha terminado,
pues pillos y pillas ha habido siempre,
en el presente y en el pasado.



miércoles, 8 de abril de 2015

Diccionario del Diablo

El autor
Ambrose Gwinett Bierce (1842-1914), a quien, por su estilo, llamaban El Amargo, fue un escritor y periodista estadounidense que nació, décimo de trece hermanos, en una casa pobre, con un ambiente puritano lleno de prejuicios, y que recibió una educación escasa y pobre, aparte de lo aprendido como agricultor en la granja familiar y en otros trabajos: aprendiz de imprenta, peón en una ladrillera, mozo de cantina… Y de ese ambiente y educación represivos adquirió y conservó un odio a los suyos —padres y hermanos—, que no lo abandonaría nunca y que se deja ver en catárticos parricidios literarios:
"En las primeras horas de una mañana del mes de junio de 1872 asesiné a mi padre, hecho que, por entonces, causó en mí una profunda impresión".
Escribió bajo el influjo de Edgar Allan Poe, a quien superó en renombre por entonces —aunque la posteridad lo haya casi olvidado después—, y es, con Stephen Crane, uno de los precursores de la novela corta norteamericana.
La obra
La obra más famosa de Bierce es El Diccionario del Diablo (The Devil's Dictionary), escrito fragmentadamente durante veinticinco años; en él recopiló un millar de corrosivas definiciones, de las que en 1911 se editó una versión completa: una verdadera sátira contra la sociedad. Las primeras entradas lo sabemos por el propio Bierce aparecieron en un semanario en 1881 y su publicación continuó, esporádica, con largos intervalos, hasta 1906. Por entonces gran parte de la obra ya se había editado como libro con el título de Diccionario del cínico, nombre que no gustaba al autor pero que no pudo rechazar, pues se impusieron los escrúpulos religiosos del último periódico en que apareció el trabajo. El éxito provocó que sus aforismos se extendieran y se popularizaran rápidamente.
El diccionario —en sus entradas vemos reflejado el encono— es un magnífico ejemplo del encabronamiento del autor, de su mala relación con la humanidad, a la que mete los dedos en todas las llagas, señalando vicios, debilidades y taras. La vida aparece ennegrecida por el egoísmo, la mezquindad, la estupidez y otros atributos humanos. A Bierce, que desde niño tuvo motivos para la pesadumbre, no le fue difícil, a lo largo de su vida, encontrar más razones para su pesimismo, a pesar de la gloria, la admiración y los halagos que despertó en un largo período de tiempo. Así pues, su obra es fruto de la desdicha, a la que se enfrenta con un sarcasmo que elige de la A hasta la Z, flagelando las bases de la sociedad.
Para muestra, un botón
Para mostrar la brillante acidez de Bierce, he hecho una selección de entradas; todas comienzan por la letra "A": disfrútenlas e imaginen qué les espera en el diccionario completo.
Abdicación, s. Acto mediante el cual un soberano demuestra percibir la alta temperatura del trono.
Absurdo, s. Declaración de fe en manifiesta contradicción con nuestra opiniones. Adj. Cada uno de los reproches que se hacen a este excelente diccionario.
Adagio, s. Sabiduría deshuesada para dentaduras débiles.
Admiración, s. Reconocimiento cortés de la semejanza entre otro y uno mismo.
Aforismo, s. Sabiduría predigerida.
Aire, s. Sustancia nutritiva con que la generosa Providencia engorda a los pobres.
Alba, s. Momento en que los hombres razonables se van a la cama. Algunos ancianos prefieren levantarse a esa hora, darse una ducha fría, realizar una larga caminata con el estómago vacío y mortificar su carne de otros modos parecidos. Después orgullosamente atribuyen a esas prácticas su robusta salud y su longevidad; cuando lo cierto es que son viejos y vigorosos no a causa de sus costumbres sino a pesar de ellas. Si las personas robustas son las únicas que siguen esta norma es porque las demás murieron al ensayarla.
Amistad, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.
Ancianidad, s. Época de la vida en que transigimos con los vicios que aún amamos, repudiando los que ya no tenemos la audacia de practicar.
Antiamericano, adj. Perverso, intolerable, pagano.
Año, s. Período de trescientos sesenta y cinco desengaños.
Ardor, s. Cualidad que distingue al amor inexperto.
Arrepentimiento, s. Fiel servidor y secuaz del Castigo. Suele traducirse en una actitud de enmienda que no es incompatible con la continuidad del pecado.
Arzobispo, s. Dignatario eclesiástico un punto más santo que un obispo.
Audacia, s. Una de las cualidades más evidentes del hombre que no corre peligro.
Autoestima, s. Evaluación errónea.
Ayer, s. Infancia de la juventud, juventud de la madurez, el pasado entero de la ancianidad.


miércoles, 1 de abril de 2015

Paula, Ángela y Schubert

Paula y Ángela a 4 manos
Sí, ya sé que todavía no pueden interpretar obras como la que hoy traemos a Abonico, pero a su abuelo le gusta fantasear con la idea de que un día lo puedan hacer, y para ello estamos trabajando, poniendo granitos de arena, arrempujando, como todavía dicen algunas personas por aquí.
¿Que son cosas de abuelo ñoño a quien se le cae la baba con solo contemplar a sus nietas sentadas al piano?: cierto. Pero recuérdenlo en el futuro, manténganlo en su memoria para cuando, pasado el tiempo, vean y, sobre todo, escuchen (Michel Chion utiliza el término audiovisión) tocar a las dos hermanas, juntas, en el mismo instrumento, a 4 manos: como unas auténticas Gasol de la interpretación pianística. Entonces podrán decir que su abuelo ya lo “sabía”, ya lo “audiovisionaba”.

Máxima concentración
Observen, en la foto de arriba, la concentración de las dos niñas siguiendo las directrices del encantado abuelo. La imagen canta por sí misma: ¿No les llega al oído, apreciados lectores-escuchantes, el trémolo que hace Ángela —en primer plano— en la zona aguda del piano?; fíjense en la óptima colocación de su mano derecha.

Nota pedagógica: Paula, la mayor, sabe, porque se lo ha enseñado su abuela Toñi, que la zona aguda, las teclas de la derecha, son los pío-pío (para ella es pío-pío toda ave: gorriones, palomas, pollitos…); la zona media, central, del piano, representa a la mamá de los pío-pío, la gallina; y la zona más grave, a la izquierda, al lobo.
Y ahora observen en la fotografía siguiente el muy meritorio titánico esfuerzo que, debido a su tamaño, tiene que hacer Paula para llegar a lo más profundo del registro grave del piano —al lobo—, y ello sin descuidar el tempo de la obra y sin caerse de la banqueta: todo un alarde.

Paula, hacia los graves, arriesgando el físico
Piano a 4 manos
Llamamos tocar a cuatro manos, refiriéndonos al piano (en mis tiempos también se daba en las parejas de novios en que del individuo en cuestión se decía que parecía un pulpo), a la modalidad en que dos pianistas, con una compenetración máxima, interpretan en el mismo teclado: el de un solo piano; porque si lo hacen en dos instrumentos, aunque también sumen en total cuatro manos, se trata de una obra para dos pianos.
El piano a cuatro manos, una modalidad bastante ligada al ámbito del entretenimiento doméstico (hermanos, padres, hijos…, en todas las combinaciones posibles) potencia las posibilidades del instrumento, pues aumenta su capacidad polifónica, ya que son 20 los dedos —4 manos— que actúan sobre su teclado, que, no lo olvidemos, tiene 88 teclas (siete octavas y media).
Una Fantasía de Schubert
Para piano a 4 manos se han transcrito óperas, sinfonías, cuartetos…, pero también se ha compuesto música específica, original, para esta modalidad, de la que vamos a destacar y ofrecer en Abonico un fragmento (corto, para no cansar; quienes estén interesados pueden encontrar completas fácilmente esta y otras interpretaciones) del primer movimiento de la bellísima Fantasia en Fa m, D 940, de Franz Schubert, compuesta en 1828, para una alumna, dicen que un amor no correspondido.

Schubert, por Wilhelm August Rieder

Se trata de una conocida obra maestra del piano a cuatro manos —y de la música en general—, del que es gran representante el compositor austriaco (otros compositores que cultivaron esta modalidad: Johann Christian Bach, Mozart, Schumann, Brahms, Debussy, Ravel…). La interpretación que elegimos es la de la pareja formada por la portuguesa Maria João Pires —lo más de lo más, con perdón— y el brasileño Ricardo Castro, en grabación para el sello amarillo, Deutsche Grammophon.
Pires y Castro

Otras interpretaciones: Maria João Pires y Hüseyin Sermet, Murray Perahia y Radu Lupu, Emil y Elena Gilels (padre e hija), Christoph Eschenbach y Justus Frantz...

Aquí está la audición: