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sábado, 29 de abril de 2023

Aljamiado

Para alguien como yo, inseguro ante la toma de decisiones más o menos trascendentes (debería de haber escrito «más y menos trascendentes»), incluso casi totalmente intrascendentes, la perdurabilidad del tatuaje supone un muro insalvable. Tanta duración me preocupa… me frena. Quizás aceptaría, ¿toleraría?, uno pequeñito, en algún discreto rincón del cuerpo, con algún motivo de mucha relevancia para mí, un grabado que me sugiriera algo importante, por ejemplo… musical, como una clave de sol, un pequeño motivo melódico, una flauta de pico…, o alguno literario, como la imagen de un libro o una frase breve y significativa sacada de alguna de mis lecturas predilectas…; ya digo… quizás.

Se me ocurre que un pequeño pentagrama, sin nota alguna en él, situado en un lugar de cómodo acceso para mi mano derecha, podría ser una buena idea, porque sobre él podría ir colocando, con bolígrafo o rotulador, un fragmento de melodía distinto cada vez (Händel, Vivaldi, Bach, Mozart, Beethoven…), dependiendo de la ocasión, según efemérides, temporadas, avatares, estados de ánimo…

A lo más que he llegado, y lo hice en mi juventud, fue a escribir en aljamiado sobre alguna de mis prendas de vestir de aquellos tiempos tan felices en mis recuerdos de ahora. En los años a los que me refiero, la lengua árabe fue una de las asignaturas que estudié en la universidad; pronto aprendí a dibujar con buena caligrafía sus fantásticos caracteres y, para celebrarlo, orgulloso, escribía aquí y allá mi nombre y apellidos, ya digo, en aljamiado: en nuestra lengua española pero con caracteres árabes.

Recuerdo haberlo hecho concretamente en la dedicatoria de un libro que regalé a Toñi —mi novia entonces, ahora mi mujer—, y en los parches de piel de camello de unos bongós con cuerpo de cerámica que, como regalo, me había traído mi hermano de un viaje a Ceuta, y también sobre la pernera izquierda de unos pantalones bastante jipis que vestía en aquellas fechas. 

Y, ¡claro!, los pantalones y los bongós desaparecieron de mi vida, pero el libro continúa en mis estanterías; y lo he localizado, y he mirado la dedicatoria… pero, con el tiempo transcurrido, no recuerdo lo que escribí, ni logro deducirlo por más que lo intento; aunque... en la línea de abajo, a la izquierda, me atrevería a decir que aparece la fecha, creo que mal escrita: ¿11 - marzo - 1975?

Después, de mayor, he vestido y sigo vistiendo de vez en cuando, aunque cada vez menos, algunas camisetas en las que va impreso y luzco orgulloso un fragmento de partitura de un concierto para violín —J. S. Bach—, o el dibujo del colegio donde en ese momento he estado trabajando, o…; ya digo, siempre algo significativo, valioso para mí, incluso reivindicativo.

 

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