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viernes, 1 de junio de 2018

El Rojo de la Payana

Aunque lo recuerdo como el Rojo de las Payanas, porque así lo escuchaba de niño y lo asociaba al negocio (una tienda de frutas y verduras, de las de entonces) que regentaban cerca de mi casa dos hermanas suyas, me aconsejan ahora que lo escriba en singular, pues la Payana era su madre; así que él era, por tanto, el Rojo de la Payana.
Mi mente, entonces muy infantil, entendía lo de rojo por el color de su piel y de su pelo, que eran de ese tono, pero con el tiempo pensé que el apodo podría haberse referido además a sus ideas políticas, también de ese color; así que, en todos los sentidos, lo de «rojo» le venía que ni pintado.
En mi infancia «le cogí» miedo, y he supuesto después que quizás se lo tenía, además de por su imagen, también, y sobre todo, porque escucharía a algunos mayores decir de él, más o menos, que era un diablo con cuernos: malo, rojo, comunista..., uno de los culpables de la guerra civil, de los que quemaban santos e iglesias, y qué sé yo cuántas horribles cosas más.
Después, siendo yo adulto y él ya bastante mayor, pude conocerlo mejor, y con el tiempo fui descubriendo a la buena persona que, oculta tras la imagen terrible que me habían inculcado, había en él. Por tanto, la cosa cambió y la opinión que de él me había formado de chiquillo (me habían formado, mejor dicho) dio un giro de ciento ochenta grados: mi valoración se situó en las antípodas de la anterior infantil y llegué a apreciarlo bastante. El Rojo de la Payana era un buen hombre.
Joaquín era su nombre, y lo recuerdo como un hombre de buenas maneras, prudente, contenido, sosegado, conversador, con un discurso que pretendía didáctico, tratando de explicarlo todo con sencillez, con pedagogía, y siempre en un conciliador «tono» de voz y en un apianado volumen: jamás le oí levantar la voz para tratar de imponer su criterio.
Practicaba un hablar lento, parsimonioso, con algún problema en el ritmo: pequeños atranques. Me dice su sobrino Fernandín que, según un amigo médico, esas arritmias en la locución pudieron deberse a los «repasos» que durante mucho tiempo le dieron periódicamente —todos los miércoles, dice— en el cuartel de la guardia civil: por republicano, por rojo, por comunista.

El diccionario de la Real Academia Española dice que «dar un repaso a alguien» es una locución adverbial que coloquialmente significa «demostrarle gran superioridad en conocimientos, habilidad, etc.». Pero aquí en nuestra zona solemos utilizar dicha expresión, además de con el significado de la RAE, con otro adjudicado localmente, uno que hemos encontrado en obras de consulta referidas a nuestra habla murciana, un significado que coincide con el que utilizamos en este artículo:
repaso. M. 2. Advertencia, bronca, paliza. (Diego Ruiz Marín (2007): Vocabulario de las hablas murcianas, Murcia, Diego Marín).
El sobrino de Joaquín se emociona cuando habla de este tema, y me cuenta, tratando repetida e inútilmente de contener las lágrimas, que, terminada la guerra, se hallaba su tío en Francia cuando le dijeron que podía volver a España tranquilamente, sin preocuparse; que, puesto que no tenía las manos manchadas de sangre —frase muy utilizada entonces—, no había nada que temer.
¡¿Nada que temer!? A su vuelta, justo un poco antes de la entrada al pueblo viniendo de Murcia, lo estaban esperando, adivinen quiénes, para llevarlo al cuartel y comenzar los repasos. Sí, porque, por lo visto —por lo escuchado y por lo leído, sobre todo—, en aquellos tiempos, en los cuarteles de la guardia civil —también en el nuestro— a algunas personas, periódicamente, semanalmente en el caso de Joaquín, les daban un buen repaso; sí, aunque se tratara de buena gente.

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