SECCIONES

viernes, 25 de mayo de 2018

¡¿Que, porque yo sea pobre...?!

Voy en el coche y aprovecho para escuchar la radio. Como estamos en plena temporada de comuniones, el programa al que presto atención va sobre estos acontecimientos familiares. Y no me sorprende lo que oigo sobre el actual disparate de las celebraciones de estos eventos: que si trajes carísimos, que si limusinas o carruajes para el traslado de niños comulgantes a la iglesia, que si un convite fastuoso compitiendo por realizarlo en los «mejores restaurantes» —léase «más caros»—, que si... ¡Vamos!, un verdadero y escandaloso derroche de dinero, de tiempo, de energía..., además de un claro mal ejemplo de religiosidad.
Fue también en días de comuniones hace ya muchos años cuando escuché la frase que pongo a continuación de este párrafo, unas palabras que oí decir, como exclamación y pregunta retórica a la vez, a una mujer que periódicamente limpiaba la casa de un pariente mío. Y la escribo de forma literal, tal y como ella la dijo, sin variar en absoluto el modelo original, pues desde entonces la tengo clavada en mis neuronas.
«¡¿Qué, porque yo sea pobre, mi hija no va a poder hacer la primera comunión como los demás?!»
Y, excusándose en este argumento, esta buena mujer sacó un préstamo de quinientas mil pesetas —¡medio millón!, in illo tempore— para que su hija pudiera celebrar, tan bien como los que bien podían, su primera comunión. Y eso que el trabajo de la madre, limpiar casas aquí en el pueblo y en Murcia capital, no daría para mucho dispendio, pero, ¡claro!, ello no supondría un obstáculo infranqueable para algo tan importante como la celebración por todo lo alto de la primera comunión de su hija. ¡Faltaría más!
Esto me choca sobre todo viniendo de personas que tienen una economía muy apretada, y, además, una consideración muy particular de la religión a la que aparentan y dicen pertenecer, ya que se trata de gente que, tras los acontecimientos eclesiásticos cruciales en momentos determinados y contados, no suele portar por la iglesia o raramente lo hace alguno de sus miembros, y/o que te sueltan que creen en Dios pero no en los curas ni en la Iglesia, y que, llenos de supersticiones, recurren a menudo a sus acertados dichos, máximas, refranes…
Le comento todo esto a un amigo, a uno de aquellos chiquillos de mi infancia, y le pregunto cómo fue celebrada su primera comunión en su casa. Me dice que el convite de aquella su primera vez consistió en «un plato de pastas y una botella de vino viejo» que su madre puso sobre una mesa pequeña en la entrada de su modesta vivienda para que se fuesen convidando quienes pasaran a felicitar a la familia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario