SECCIONES

viernes, 4 de mayo de 2018

Lápiz en mano

Me gusta, cuando leo (sobre todo si no es ficción —música, historia, antropología...—, pero no solo en ese caso), tener un lápiz a mano; a veces, mejor aún, en la mano; y ello para ir señalando todo aquello que me interesa de lo leído, con subrayados, con palabras y otros signos gráficos —algunos de mi invención— que realizo sobre todo en el texto y en sus márgenes, aunque también al principio o al final del volumen si el libro tiene páginas en blanco, páginas de respeto o de cortesía.
A todo lo anterior, de vez en cuando, desde no hace mucho y dependiendo de la importancia de lo señalado, añado, una vez acabada la lectura de la obra, una lista ordenada de las páginas en donde poder encontrar las señales hechas a lápiz, cada una de las cuales, en un principio, antes de la elaboración de la lista, puede ser fácilmente localizada por la colocación de un pósit que sobresale un poco de las páginas del libro y que durante la lectura ha sido cuidadosamente colocado en dichas páginas exactamente a la altura en que comienza la cita que quiero poder reencontrar posteriormente con facilidad. Una vez acabados, hay libros, sobre todo los que más me gustan, que terminan lleneticos de papeles de color amarillo, verde, naranja... incluso de diferentes colores, tamaños y formas en un mismo ejemplar.
La ventaja de los papelitos, ideales para una rápida exploración y consulta posterior, es que se pueden ver, y por tanto localizar las citas, incluso con el libro cerrado. Y su inconveniente, que suelen tapar parte del texto y entorpecer por ello las lecturas que de la misma obra quieran hacer después otras personas, lo cual se convierte en un problema con el que me encuentro a menudo, un verdadero freno si quiero que el libro lo lea mi mujer, mis hijos, algún amigo… (cuanto más interesante me parece una obra, más me gusta recomendarla y «pasarla», sobre todo a mi gente). Así que, en bastantes ocasiones, para no entorpecer esa lectura posterior, una vez terminado de «empapelar» el libro, pacientemente voy repasando todo y señalando con un lápiz cada uno de los lugares donde hay pósit pero no señal gráfica, al tiempo que voy quitando los papelitos, y es sobre todo en este caso de papeles quitados cuando considero importante la elaboración de esa ya comentada lista —al principio o al final— de ayuda a la pronta localización de citas.
Bien se sabe que cuando se relee, al cabo de los años, algo que nos conmovió o nos abrió una puerta imprevista, resulta verdaderamente remunerativo volver a sentir la misma intensidad emocional. (José Manuel Caballero Bonald: Examen de ingenios, Seix Barral, 2017, pág. 236).
Aunque… es cierto que con el tiempo algunas de estas citas marcadas cambian el significado que para mí tuvieron tiempo atrás, que pasados solo unos meses ya no me dicen lo mismo que cuando por primera vez las leí y señalé, y, claro, entonces no todas me parecen pertinentes o igual de pertinentes que antes, y también ocurre que cuando en esas relecturas posteriores amplío y extiendo la mirada por los alrededores de las citas señaladas tiempo atrás, otros fragmentos de texto que en su momento no me parecieron tan interesantes, ahora sí los creo reseñables. 
Aquí lo tengo, con las cubiertas descabaladas, separadas del libro, solo sujetas gracias a la cinta adhesiva. Un libro muy usado, lleno de anotaciones. Tiene pasajes subrayados que alguna vez significaron algo para mí, aunque ahora los miro y apenas entiendo por qué. A lo largo de los márgenes hay anotaciones, observaciones, comentarios de aprecio, felicitaciones a Shakespeare por su genio, signos de exclamación que indican mi aprecio y mi perplejidad. […] (Frank Mc COURT: El profesor, Maeva Ediciones, 2008, Pág. 49. Hablando de Obras Completas de William Shakespeare, recogidas en un tomo).

No hay comentarios:

Publicar un comentario