Me he enterado de que la madre de mi amigo Fabiano, Doña Paquita, ha dejado los medicamentos. Doña Paquita es muy religiosa, ¡mucho!, y, harta de las
medicinas para los achaques que la aquejan, decidió, hace algún tiempo, dejar
de tomarlas. Preparándose para ello, fue a la iglesia del pueblo, se postró
delante del Corazón de Jesús y le dijo: “Corazón de Jesús, en ti confío, en tus
manos me pongo, a ti me encomiendo”. Después de esto no ha vuelto a tomar ni
una pastilla. Y, ¿saben ustedes qué?: que, según su propio hijo, desde
entonces, Doña Paquita está mejor de sus dolencias, o, por lo menos, no está
peor; y sin tomar nada para ello.
¡Sí,
señora! Yo llamo a esto ser congruente con lo que se piensa, con lo que se
cree. Pero lo considero una equivocación, un disparate, si los achaques son
graves.
Estimulada
mi memoria por Doña Paquita y el Corazón de Jesús, les traigo aquí, de la pluma
de Richard Dawkins, una anécdota
sobre un sanador cristiano que predicaba a quienes lo escuchaban, entre otras
cosas, utilizar la oración en lugar de la insulina para la diabetes y de la
quimioterapia para el cáncer; y, de paso, también vamos a ver lo que le pasó a
quien, “razonablemente harto”, intentó denunciar tamaño disparate:
David
Mills, en su admirable libro Universo
ateo, cuenta una historia que se descartaría como caricatura irrealista de
fanatismo policial si fuera ficción. Un sanador cristiano organizó una «Cruzada
Milagrosa» que iba a la ciudad de Mills una vez al año. Entre otras cosas, el
sanador animaba a los diabéticos a dejar de lado la insulina y a los pacientes
con cáncer a prescindir de la quimioterapia para, en su lugar, rezar por un
milagro. Razonablemente harto, Mills decidió convocar una manifestación
pacífica para advertir a la gente. Pero cometió el error de acudir a la policía
y contarle sus intenciones y pedir protección policial contra posibles ataques
de quienes apoyaban al sanador. El primer oficial de policía con quien habló le
preguntó: «¿Va usted a protestar con él o contra él?» (queriendo decir si era
en apoyo o en contra del sanador). Cuando Mills respondió: «Contra él», el
policía le dijo que él mismo pensaba acudir al acto del sanador y que escupiría
directamente en la cara de Mills cuando desfilara en la manifestación. Mills
decidió probar suerte con un segundo policía. Este dijo que si cualquiera de
los seguidores del sanador se enfrentaba violentamente a Mills, detendría a
este último, porque estaba «intentando interferir en el trabajo de Dios». Mills
volvió a su casa e intentó llamar por teléfono a la comisaría de policía, con
la esperanza de encontrar más simpatía en un nivel superior. Finalmente le
pusieron con un sargento, que dijo: «¡Váyase al infierno! Ningún policía quiere
proteger a un maldito ateo. Espero que alguien le machaque bien». Por lo visto,
en esta comisaría de policía estaban faltos de adverbios y rezumaban amabilidad
humana y sentido del deber. Cuenta Mills que ese día habló con unos siete u
ocho policías. Ninguno de ellos fue amable, y la mayoría le amenazaron directa y
violentamente. (Richard Dawkins (2007),
El
espejismo de Dios, Espasa Calpe, págs. 53-54).
¿Qué
les parece la reacción de los siete u ocho
policías a quienes Mills pide ayuda? Yo creo que lo resume muy bien la
respuesta del sargento, el superior en rango entre los que habló:
«¡Váyase
al infierno! Ningún policía quiere proteger a un maldito ateo. Espero que
alguien le machaque bien».
Y
eso que, como ya vimos aquí en Abonico,
todos, en más o menos medida, somos ateos.