SECCIONES

sábado, 19 de marzo de 2016

Esfarataores

A Antonio Martínez Sarrión (Escaramuzas, Alfaguara, pág. 190) le gustaba competir con su amigo Luis Carandel, contando sucesos sobre algunos típicos personajes del medio rural, tipos como el esfarataor (desbaratador), llamado en gallego o escarajante, que no es otra cosa que un reventaor de bailes, sin razón aparente o por la que le salga de los mismísimos, por ejemplo el que una moza no quiera bailar con él.
Esfaratar. tr. vulg. y rúst. Desbaratar, deshacer // Esfaratarse. prnl. Desbaratarse // 2. Propasarse. Perder la compostura y buenos modos // Encolerizarse (Diego Ruiz Marín, Vocabulario de las hablas murcianas. Diego Marín, 2007).
Inmediatamente trato de recordar; pienso: “¿No hay una figura parecida en la tradición huertana de Murcia?”. Y recuerdo que de joven oía hablar a los mayores, en plan chascarrillo, de un personaje parecido, chocante como mínimo, una figura especial dentro del grupo de jóvenes machos huertanos; era el encargado de darle un alpargatazo al candil que alumbraba el baile organizado en cualquier rincón de la huerta del Segura, dejando el lugar a oscuras y ocasionando el consiguiente griterío y escándalo. Hay quien añade, con picardía, que esos momentos de oscuridad se aprovechaban para meter o meterse mano, para dar o darse un beso y para alguna otra cosa que no se “podía” hacer a la vista de todos o que sonrojaría a quienes la hacían si era conocida públicamente.
Y una cosa me lleva a otra, pues también recuerdo que hace bastantes años algo había leído sobre el tema. Así que busco y, en Pedro Días Cassou (Tradiciones y costumbres de Murcia), me encuentro (pág. 119) con un capítulo que, con el título de Rondas y músicas, comienza así (la negrita es mía):
 “El día ha terminado, y, al trasponer el último rayo del sol, los trabajos de la Huerta. La placidez de la noche convida al esparcimiento. Un panocho descuelga el estrumento, guitarra, guitarro, tenor, timpliquio... y echa una relinchá, el ajuju de los moros. Pronto tiene a sus lados otros dos panochos que, empuñando sendos garrotes, traen por misión defendella, la música; y poco a poco, se forma detrás de los tres, un apretado grupo. Van de ronda y mu aper­cibíos. Porque ir de ronda, tiene sus azares. A veces, uno o dos panochos, al oír la música, salen a hacer una hombrá, que consiste en esfaratalla, rompiendo del primer estacazo el guitarro, y disolviendo el grupo a garrotazo limpio, porque hay ígaos pa echar gente al Hespital. Otras veces se encuentran dos rondas que marchan en opuestas direcciones, y ninguna se deja avasallar, y las dos arman la sarracina, hasta que la una pasa sobre la otra. La ronda va cantando de barraca en barraca a las muletas de los rondaores.
Nota fonética: Uno, en absoluto especialista en la materia, recuerda la pronunciación que muchas veces ha oído y, a veces, todavía escucha: esfaratalla (y defendella, también), no con “elle”, sino con dos “eles” que, separadas, corresponden a dos sílabas distintas; algo así: esfaratal-la.
O sea que “al oír la música, salen a hacer una hombrá, que consiste en esfaratalla…”. Y… pregunto yo: si esfaratan la música… ¿nos son esfarataores?

sábado, 12 de marzo de 2016

Luis “El Espinosa”

 Yo era muy joven y a él lo recuerdo ya mayor pero no excesivamente, vestido de oscuro, delgado, de talla alta —quizás desde mi pequeñez de entonces—, cabeza poco voluminosa, con el pelo muy corto y blanco, piel blanquirrojiza en una cara con ojos pequeños y rodeados —y esta es una imagen nítida— por la vistosa rojez de la zona interior de los párpados; los labios, gruesos y algo plegados en una boca grande; en mi mente aparece sin afeitar, con una barba de unos pocos días.
Todo un personaje: “un salvaje de la sierra” parece que se autodenominaba él. Sus frases eran famosas en el pueblo, y hablaba ex cátedra, como el infalible papa. Luis era provocado constantemente por algunos de sus acompañantes para que los presentes pudiéramos escuchar de sus labios lo que para muchos eran sentencias y pensamientos profundos; para otros, todo lo contrario, auténticos disparates; y para unos pocos, ni lo uno ni lo otro, solo ocurrencias y chascarrillos.
Yo mismo, siendo niño, le oí decir, con grandeza, cual superhéroe que lo puede todo, que él era capaz de saltar el río Segura con los pies juntos. Quizás estaba hablando metafóricamente y yo era demasiado joven y no podía entender el alcance de tal afirmación: o era una gigantesca proeza o una enorme mentira.
Parece que anduvo enamorado platónicamente —un amor puro, romántico… de lejos— de una moza que servía en una casa junto a la mía; cuando llegó el momento en que ella dejó el trabajo para casarse —lo normal en la época—, Luis exclamó con solemnidad, despacioso, aparentando finura y clase: “me han robado la flor de mi solapa”.
Un día, años después, aunque no recuerdo dónde ni en qué circunstancias, le escuché una interesante reflexión, que en más de una ocasión he rumiado; venía a decir Luis que cada uno de nosotros, en esta vida, lleva una cruz, pero que, como hay tanto idiota —y entonces miraba despectivamente, girando la cabeza y señalando circularmente con el índice a su alrededor—, a él le había tocado llevar la suya propia y la de algunos otros de esos individuos. ¿Tiene su lógica, no?
Debía tener cuentas pendientes con Dios, porque a menudo sus famosas frases aludían a él o contra él iban dirigidas: “A veces Dios se me figura un monaguillo” se dejaba caer mientras tomaba un vaso de vino en el bar. También, de vez en cuando, le daba por retar al Altísimo: “¡baja, si tienes huevos, baja!”. Incluso hay quien dice que le ofrecía la iniciativa en el duelo al Todopoderoso: “te doy dos puñalás de ventaja”.
En otra ocasión —recuerden siempre la sociedad en la que se desarrollan estas historias—, cuentan, Luis estaba jugando, no sé si a las cartas, con tan poca suerte que las blasfemias, las cargas contra Dios, no cesaban; alguno de sus compañeros de juego, disimuladamente y mirando alrededor, le llamó la atención; poco después, en vez de la cagada habitual, del exabrupto duro, Luis mira para arriba, donde se supone que está el que busca, a quien se dirige, y dice sin levantar la voz: “¡tú ya me entiendes!”.
También he oído, de fuentes distintas coincidentes, que tras una fatal tarde de juego en que Luis lo había perdido todo, ya de vuelta al pueblo, pidió al taxista que lo traía —aficionado igualmente a jugarse el dinero, y también perdedor ese día— que parase ante la tienda del Rosendo.
—¿Para qué? —contestó el chófer— ¿qué vas a comprar ahora?
—¡Una soga para ahorcarme! —dijo con su habla pausada y sentenciosa.
Dicen que cuando el conductor paró en el sitio pedido, Luis se rajó, pero a su estilo, con su clase.
—¡Anda, sigue! —y añadió— ¡me faltan cojones!

sábado, 5 de marzo de 2016

El Everest del violín

Leo “Sirkka Kaakinen y el Everest del violín barroco”, un interesante artículo de Eduardo Torrico publicado en El arte de la fuga (25-04-2014), revista online de música clásica.
Fíjense en lo que dice Torrico (la negrita es mía):
[...] Siempre he creído que para los violinistas (especialmente, para los violinistas barrocos) el Everest musical lo constituyen las Sonatas y Partitas para violín solo de Johann Sebastian Bach. Las tocan porque están ahí, claro, pero también porque es una forma de demostrar al mundo y de demostrarse a sí mismos que pueden superar tan colosal reto [...]
Después nombra el autor algunos violinistas que se han aproximado a lo que hasta entonces él consideraba la cima del Everest violinístico. Entre los que nombra, para no pasarnos, elegiremos los más conocidos en Abonico: François Fernández, Amandine Beyer, Chiara Banchini, Viktoria Mullova, Sigiswald Kuijken… 
Pero ahora dice Torrico que todos ellos se quedaron cerca de la cumbre, no llegaron a coronarla. ¿Y por qué piensa esto?: porque cree haber encontrado, tras años de búsqueda, la instrumentista que de verdad encumbra violinísticamente el pico más alto del planeta: la finlandesa Sirkka-Liisa Kaakinen-Pilch. Para el crítico, “ella ha sido la primera en hollar la cima y ese mérito ya jamás se lo arrebatará nadie”.
Tras leer el artículo, busco la grabación recomendada —ahora, con Internet, es muy fácil—, la compro y en pocos días la tengo en mis manos. La escucho y, desde luego, si no la cima-cima —yo no puedo hacer tan rotunda afirmación—, es una de las cimas: una maravilla de la técnica y un portento de la expresión: una delicia.
He elegido para Abonico, y lo ofrezco a continuación, un fragmento de la Partita Seconda à Violino Solo senza Basso. Partita No 2 in D minor, de Johann Sebastian Bach, concretamente un trocito del primero de sus movimientos, una Allemanda.
La Allemanda es una danza considerada muy antigua ya en el siglo XVI, y muy utilizada en la suite (Purcell, Couperin, Händel, Bach...), donde suele ocupar el primer lugar. Seria pero no pesada, debe interpretarse normalmente a una velocidad moderada (indicaciones de tempo encontradas: lento, majestuoso, moderato, allegro moderato…), aunque en la segunda mitad del XVIII a menudo se hace más rápida. Su melodía, ondulante y arpegiada, da la sensación de fluidez rítmica.
Cierren los ojos y escuchen el fragmento seleccionado de esta obra de Bach interpretado por Sirkka-Liisa Kaakinen-Pilch.
 

sábado, 27 de febrero de 2016

Aquello mayor que lo cual…

A mi amigo Ambrosio le gusta pedirme, en reuniones de maestros compañeros de colegio —acontecimientos festivos colectivos, casi siempre comidas—, sobre todo cuando ya llevamos unas cuantas copas de vino en el cuerpo, que “recite” el argumento según el cual San Anselmo pretende —y supongo que para muchos consigue— demostrar la existencia de Dios.
La verdad es que no me acuerdo cuándo y dónde lo aprendí; tampoco sé si mi recuerdo es totalmente fiel al original estudiado; creo que sí.
Así lo recuerdo:
Aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, debe existir en la realidad y no solo en el entendimiento; es así que Dios es aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, luego Dios debe existir en la realidad.
¡Toma ya!
Dice la Wikipedia que
El argumento ontológico para la existencia de Dios es un razonamiento apriorístico que pretende probar la existencia de Dios empleando únicamente la razón; esto es, que se basa únicamente —siguiendo la terminología kantiana— en premisas analíticas, a priori y necesarias para concluir que Dios existe. Dentro del contexto de las religiones abrahámicas, el argumento ontológico fue propuesto por primera vez por el filósofo medieval Avicena en El libro de la curación, aunque el planteamiento más famoso es el de Anselmo de Canterbury […]
¿Este Anselmo de Canterbury es San Anselmo?
Sí.
¿¡”Empleando únicamente la razón”!?
Eso dice.
¿¡Qué razón!?
A muchos les parece una suerte de juego de manos teológico, como sacar a Dios de una chistera. (John Allen Paulos, Elogio de la irreligión, Tusquets).

sábado, 20 de febrero de 2016

Calle del Rosendo

Murcia.
Otros tiempos.
Un huertano va al pueblo, entra en una tienda de las de antes, de las que tenían de todo.
—¿Tiene mencheroh?
—¡Oiga! ¡¿Qué educación es esa?! —responde el tendero muy apersonao, tratando de articular, exageradamente, todos los sonidos como si de Valladolid fuera— Salga usted a la calle, vuelva a entrar y diga “buenos días, por favor ¿tiene usted encendedores?”.
El cliente, cabizbajo, pensativo... muy mosqueado, sale a la calle y vuelve a entrar, ahora muy serio.
Buenoh díah, por favor... ¿tiene’uhté’encendedoreh? —dice, esforzándose pero articulando bien solo algunas palabras.
—Buenos días —contesta el tendero con bastante rimbombancia—, sí, en efecto, tengo encendedores...
El huertano, cabreado, no lo deja seguir, lo interrumpe.
—Pues... —contesta al tiempo que levanta amenazador el índice de la mano derecha, convencido de que se la quieren empantillar— ¡métaselos en el pijo!, que lo que yo quiero es... —eleva exageradamente las cejas en una leve pausa— ¡¡¡un menchero!!!
***
Yo no llegaré a tanto pero quiero decir que, en mi pueblo, no utilizo la Calle San Rosendo, utilizo la Calle del Rosendo y lo hago con frecuencia. Y es que la Calle San Rosendo, en Santomera, no es la Calle San Rosendo, es la Calle del Rosendo.
A continuación, trataré de explicarme.
Cuando todavía no tenía nombre “oficial”, cuando aún no había rótulo alguno, la gente del pueblo, para referirse a ella, la llamaba Calle del Rosendo; entiendo que era así porque comenzaba justamente en la esquina de la tienda del Rosendo, y la tienda del Rosendo era un comercio muy conocido en la localidad.
Cuando preguntabas a alguien del lugar, como se estilaba entonces, por ejemplo, “buenos días, buen hombre, ¿me podría usted decir dónde está el horno del Mellao?”, normalmente ese alguien te contestaba: “muy fácil, oiga, se mete uhted por la Calle del Rosendo, to p'arriba to p'arriba, y al llegar a la Plaza de loh Ehpinosah, allí mihmico tiene el hohno que buhca”.
En lo que no nos ponemos de acuerdo los miembros que quedamos de la familia del Rosendo es en la identidad de la persona que cambió el nombre de la calle al pasarlo a los planos, pero eso es lo de menos, porque lo que este artículo quiere dejar claro es lo dicho más arriba: que la calle cuyo rótulo reza Calle San Rosendo es la Calle del Rosendo.
Queda dicho.

sábado, 13 de febrero de 2016

Una flauta recta (y 2)

Como la familia es lo primero, la semana pasada se me quedó en el tintero, dispuesto para una segunda entrega sobre el saxofón “recto”, un famoso instrumentista al que traigo aquí sobre todo por la proeza de conseguir sobre su instrumento el record mundial de soplo continuado, sin interrupción.
Aunque sus interpretaciones no figuran entre mis favoritas —me resultan demasiado almibaradas—, creo que a muchos de ustedes sí les gustará su estilo “romántico”, y por ello les propongo que escuchen ahora el sonido del saxofón soprano del estadounidense Kenneth Gorelick (n. en 1956), ganador de un Grammy, más conocido por su nombre artístico, Kenny G. Aunque también toca los saxofones alto y tenor, su preferido es el soprano. 
Kenny G entró en 1997 en el libro Guinness de los récords al ser capaz de mantener una nota durante 45’47’’, ¡tres cuartos de hora sin interrupción! La técnica para hacer esto es conocida en el mundo de los instrumentistas de viento como respiración continua (también como respiración circular) y es utilizada para no interrumpir la emisión de sonido mientras se inspira; se trata de no “cortar” la columna saliente de aire en el momento de inspirar; y consiste en introducir aire por la nariz al mismo tiempo que se expulsa el que previamente se ha almacenado en la boca, algo que a mí, que conozco la técnica ya muchos años, me pone los nervios de punta con solo pensarlo. Dicho de otra forma: se almacena un poco de aire en la boca y se expele mientras se inspira por la nariz; después se continúa soplando desde los pulmones.
Y la obra elegida es As Time Goes By, traducida habitualmente como El tiempo pasará, una canción de Herman Hupfeld, muy conocida sobre todo gracias a una de las más famosas escenas de la historia del cine, una secuencia de la película Casablanca en la que el personaje que interpreta Ingrid Bergman le pide al pianista, Dooley Wilson, que toque la canción. Curiosamente, aunque se ha hecho famosa la frase “tócala otra vez, Sam”, en realidad no es eso lo que se dice en la película.

sábado, 6 de febrero de 2016

Una flauta recta (1)

Cuando “saqué” las oposiciones, lo primero que había que hacer tras el papeleo era elegir destino: el primero como propietario provisional (en realidad, el primer año se consideraba de prácticas). Entre las localidades —o nombres de centros, no recuerdo bien— que aparecían en la lista de vacantes, estaba Torreteatinos, que asocié inmediatamente con Los Teatinos, un lugar junto al Santuario de la Fuensanta, cerca de la Cresta del Gallo, en Algezares; Rafa, mi cuñado, maestro también, me dijo que me enterara bien, que él creía que la escuela estaba en El Raal; y no andaba equivocado.
[...] en El Raal, pedanía de Murcia, se alza aún hoy la casa-torre Teatinos, que ha prestado recientemente su nombre al colegio público Torreteatinos, evocando un remoto pasado en que los jesuítas fueron dueños de casi todas las tierras de ese anejo murciano”. (Gómez Ortín, Francisco: El topónimo murciano Los Teatinos).
Y así llegué al colegio Nuestra Señora de los Dolores, mi primer destino tras las oposiciones, y allí fui compañero de José Luis Nicolás, uno de mis mejores amigos desde entonces hasta su muerte hace unos años. También fui compañero d'El Pupi, un ejemplar de maestro un tanto especial.
El Pupi era de ciencias. Daba clases de Matemáticas, Física, Química…, las asignaturas más importantes, ya saben ustedes. Y era muy aficionado a los aparatitos, a los cacharros, a comprar artilugios, cosas de segunda mano… Cuando se enteró de que yo estaba estudiando flauta travesera, me dijo, con mucha —demasiada— suficiencia:
—Pues yo tengo una flauta recta: la he comprado de ocasión.
—¡Ah, sí! —contesté yo, creyendo entender lo que quería decir— eso es una flauta de pico, una flauta dulce —y añadí a continuación—: precisamente flauto diritto es uno de sus nombres en italiano.
—¡No!, ¡qué va!, no es una flauta dulce; es una flauta metálica, con llaves, como la travesera, pero se toca recta; además —añadió para darme más pistas—, tiene una caña por la parte donde se toca.
—¿En la embocadura?
—Sí.
—Entonces —contesté inmediatamente— es un saxofón.
—¿¡Un saxofón!? —añadió, insisto, sobrado de conocimiento y con algún recochineo— ¡pero si es un instrumento recto! —breve pausa para, después, afirmar— ¡Es una flauta! ¡¿Sabré yo lo que compro?!
—Es un saxofón soprano —contesté yo—, que, por ser pequeño, no necesita ser curvado para una mejor sujeción: se puede tocar recto, al frente, sin tener que forzar las manos; ya digo, su tamaño lo hace manejable.
Entonces empezó a mirarme de otra manera.
—¿¡Un saxofón recto!? ¿¡Hay saxofones rectos!?
—¡Sí, sin duda!
 —¿Estás seguro?
—Claro, ya te digo: el saxofón soprano, aunque también te lo puedes encontrar curvado. ¿Recuerdas el de los payasos de la tele, el que tocaba Gabi, un saxo pequeñito, que parecía de juguete?
—Sí.
—Pues ese es el mismo saxo soprano, pero en este caso con la forma típica del saxofón, la curvada.
 —¡Ah, leche!
No sé si, después, El Pupi buscaría información y quedaría convencido, pero lo cierto es que no me habló más de su “flauta recta”.
Bueno… tras la anécdota, escuchemos el sonido del saxofón soprano en Son Medley (Guantanamera, Manisero, Qué bueno baila usted, de los que he seleccionado solo los dos primeros temas: Cartagenera y El manisero), interpretado por José Luis Santacruz, saxo soprano —recto, ¡ojo!— y Pepe Abellán, percusión.
El percusionista del dúo es mi hijo Jose Alberto, más conocido como Pepe Abellán, igual que su padre. Jose —sin tilde, así lo llamamos en la familia— se especializó en percusión latina y ahora se dedica sobre todo al cajón flamenco, del que está publicando (tiene un canal en Youtube: https://www.youtube.com/playlist?list=PLmYE-D3tnhGn7ATlN6YaDiSManj7mrYkd) un método muy interesante.
“¡Qué va a decir su padre!”, pensarán ustedes.
Pues... eso, lo dicho.