Desde hace ya muchos años (precisamente desde los inicios de mi etapa de docente maduro, la de un ya más sólido asentamiento y confirmación de conocimientos) me identifico con algo que (también hace ya mucho tiempo, más todavía) leí que había dicho o escrito Oscar Wilde: «Nada que merezca la pena ser aprendido puede ser enseñado» (supongo que la literalidad de la cita dependerá de la traducción). Y me gustó tanto que se lo he transmitido muchas veces en clase a alumnado de todo tipo, desde niños de Primaria a, sobre todo, maestros, y también lo he defendido en ocasiones ante amigos y conocidos. Y es que estoy de acuerdo con Oscar Wilde porque aprecio importantes, aunque pequeñas, diferencias entre «enseñar», con un protagonista sujeto-agente enfocado en el docente, y «aprender», con un protagonista sujeto-agente enfocado en el alumno. Al respecto, les he dicho muchas veces a mis alumnos que yo no podía meterles el conocimiento en su cabeza como si esta fuera una hucha, pero que sí podía, y eso trataba de hacer en mis clases, ayudarles a aprender.
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