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viernes, 24 de marzo de 2023

¡Corta el «rollo», tío!

No puedo decir que conociera entonces —de haberlo leído— a Carlos Sahagún (1938-2015), poeta de la Generación del 50, pero cuando me enteré de su muerte, su nombre me pareció familiar, incluso creí recordar una jugosa anécdota que sobre él había leído. Como no estaba seguro de que fuera el mismo personaje de la anécdota, eché un vistazo a la obra que tenía en mi memoria como fuente donde la había leído y, en efecto, se trataba de él, de Carlos Sahagún.

Había encontrado la historia en Jazz y días de lluvia, el tercer volumen de memorias de mi muy admirado, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con una prosa envidiable, Antonio Martínez Sarrión (Alfaguara, págs. 280-281), que dice que Sahagún puede ser el último por la derecha en la fila superior de una foto que, entonces lo deduje, es la que pongo a continuación:

Poetas de la Generación del 50, en Colliure (1959)

He encontrado después esta misma foto en distintas ocasiones y diversos lugares, algunos de ellos de plena confianza. En una antología poética de José Agustín Goytisolo (Poesía, edición de Carme Riera, Cátedra, 1999, pág. 23), bajo la foto pone que esta es de A. Carandell, aparece fechada en Colliure (donde murió y está enterrado Antonio Machado), el 22 de febrero de 1959, y nombra al primero por la derecha de la fila de arriba como Carlos Sahagún, pero le añade un interrogante. En Historia de la literatura española, vol. 7. Derrota y restitución de la modernidad 1939-2010, de Jordi Gracia y Domingo Ródenas, Ed. Crítica, se dice que los que aparecen en la foto son un grupo de poetas antifranquistas en un homenaje a Machado en Colliure, 1959, y se afirma —aquí no hay interrogante— que nuestro personaje es Carlos Sahagún.

Que Carlos Sahagún fue un poeta importante se lo he leído a José Carlos Mainer en el capítulo «Letras e ideas bajo (y contra) el franquismo», de la obra 40 años con Franco, VV. AA., Crítica, pág. 251. Dice Mainer: «En poesía se pudo hacer todavía más explícito el repudio, como sucedió en el excepcional libro de Carlos Sahagún, Profecías del agua, que ganó el Adonáis [...] a los diecinueve años».

Y esta es la anécdota protagonizada por el poeta tal y como la cuenta Martínez Sarrión:

[...] Ya era Sahagún poeta favorito mío en mis años murcianos [...] Con los años, Sahagún se fue enrareciendo respecto a los entusiasmos y verdores de juventud y ya no pensaba en cosa que no fuera jubilarse, como catedrático de instituto de lengua y literatura que era. Su desencanto con la docencia llegó a un punto de no retorno cuando, reintegrado a las clases tras años de excedencia, el primer día lectivo, con un curso alto: COU o parecido, Sahagún empezó su clase leyendo un poema de Antonio Machado, y al llegar, con voz emocionada, a «¿No ves, Leonor, los álamos del río?», se le cayó el libro de las manos con un sobresalto. Un jovenazo brutal, de zapatillas de baloncesto, camiseta negra con calaveras con voz de trueno, mientras mascaba chicle, le arrojó esta bomba de mano:

—¡Corta el «rollo», tío!

Sahagún echó al energúmeno de la clase y, terminada ésta, pidió al jefe de estudios que le asignase un curso de gramática, con alumnos pequeños [...]

Bueno... pues me pongo en el lugar del poeta profesor y entiendo perfectamente lo que pasó, incluso comprendo la determinación que tomó, pues a lo largo de mi vida de docente, y en distintos niveles educativos, me he encontrado frente a toda clase de individuos e individuas, y por eso creo que puedo comprender casi todo tipo de situaciones dentro y fuera del aula: con alumnos, con padres y hasta con compañeros en la docencia, que no docentes algunos de ellos.

Aunque, todo hay que decirlo, quizás uno haya tenido mucha suerte, o más paciencia, o una mejor y más flexible mano izquierda que ha sabido y podido capear bien el temporal a lo largo de su dilatada y variada vida en las aulas, o, también puede ser, que nunca se le haya presentado un problema ineludible y gordo, de los de verdad, pero, desde luego, ha visto de todo y no le extraña nada lo aquí referido hoy.

¡Cuántas veces habré oído, salida de la boca de algún ceporro —no siempre un alumno—, sobre todo referida a la música, mi querida asignatura, la pregunta despectiva «¿y «esto» pa qué vale?», siempre, debo insistir, de boca de algún mastuerzo, ¡claro!

 

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