SECCIONES

viernes, 6 de septiembre de 2019

El lazo del delantal

Paso andando una mañana reciente por lo que fue la Era de los Espinosas, ahora plaza con el mismo nombre, y saludo a una mujer bastante mayor que está en la puerta de su casa, una señora ya octogenaria que lleva puesto un delantal y trata de ocultarlo a mi vista con disimulo, supongo que porque lo lleva manchado y/o porque estamos en la calle; así que lo mantiene sujeto provisionalmente con una mano por una de las puntas inferiores, una esquina que ha doblado hacia arriba, hacia la cintura, donde apoya esa mano que lo sujeta, quedando el brazo como el asa de una jarra grande (un ánfora es lo que me viene a la cabeza). Por cierto, acabo de relacionar «delantal» con «delante».
***
Las mujeres del pueblo, entonces (esta del párrafo anterior, cuando joven, sería una de ellas), con pocas excepciones, llevaban delantal a diario y a todas horas, un mandil que generalmente competía en tristeza colorista con el resto de la vestimenta femenina —¡y con la masculina, claro!—; y cuando salían de sus casas, aunque fuera un momento (para pedir algo a una vecina, o comprar algo en la tienda, alguna falta de la casa...), si la prenda estaba poco presentable —vieja, ajada, manchada...—, muchas veces se limitaban a coger una de las puntas inferiores, llevarla a la esquina contraria, doblando el delantal en diagonal, y remeterla tras la cinta que lo ajustaba a la cintura.
Aunque un servidor no fuera un niño de los que se pudieran calificar como de los más traviesos y atrevidos, en la tienda de mi padre me gustaba, mejor si era en compañía de algún amigo, deshacer el lazo del delantal que llevaban las mujeres que se alineaban al otro lado del mostrador y esperaban su turno para ser despachadas.
Desatar la cinta del delantal era muy fácil; normalmente solo había que tirar de una de las puntas de la lazada que caía desde la cintura por la parte de atrás sobre el trasero de la mujer y... salir corriendo mientras ella protestaba, la mayoría de las veces sin mucho enfado, incluso algunas hasta divertidas por la travesura de un chiquillo de poca edad e hijo del propietario de la tienda.
Hay una copla murciana que, aunque con otras connotaciones, me recuerda, cada vez que me la encuentro, esta travesura infantil mía.
Anoche soñé un ensueño,
ojalá fuera verdad,
que te estaba desatando
la cinta del delantal.
 

2 comentarios:

  1. Paco González Soto24 de octubre de 2019, 2:33

    El primer propósito del delantal de la abuela era proteger la ropa debajo, pero, además ... sirvió como un guante para quitar la sartén del horno. Fue maravilloso secar las lágrimas de los niños y, en ocasiones, limpiar las caras sucias. Desde el gallinero, el delantal se usó para transportar los huevos y, a veces, los polluelos. Cuando llegaron los visitantes, el delantal sirvió para proteger a los niños tímidos. Cuando hacía frío Su abuela se abrazó. Este viejo delantal era un fuelle, agitado sobre un fuego de leña. Fue él quien llevó las papas y la madera seca a la cocina. Desde el jardín, sirvió como una cesta para muchas verduras después de que se cosecharon los guisantes, fue el turno de las coles. Y al final de la temporada, se usaba para recolectar manzanas caídas. Cuando los visitantes llegaron inesperadamente, fue sorprendente ver qué tan rápido este viejo delantal podía dejar el polvo. Cuando llegó el momento de servir las comidas, la abuela fue a la escalera a sacudir su delantal y los hombres en el campo supieron de inmediato que tenían que ir a la mesa. La abuela también lo usó para poner la tarta de manzana justo fuera del horno en el alféizar de la ventana para que se enfriara. Pasarán muchos años antes de que algún invento u objeto pueda reemplazar este viejo delantal ... En memoria de nuestras abuelas.

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    1. Buena aportación. Creo que no se me hubiera pasado por la cabeza la cantidad de cosas para las que utilizaban el delantal las mujeres de antes.
      Gracias, Paco, un abrazo.

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