SECCIONES

viernes, 7 de diciembre de 2018

Una buena hepatitis

Muchas veces, cuando estaba oficialmente en activo (me refiero a antes de la jubilación, porque activo estoy todavía, y bastante activo), pensaba que hay días en los que es de agradecer una tarde de obligada estancia en casa, sin poder salir o con dificultades para hacerlo, una tarde que entonces imaginaba desapacible: de frío, de viento, de lluvia…; tenía la idea de que una tarde así —mejor más de una, por supuesto— me vendría bien para dar un buen avance a cualquier apetecible lectura que tuviera entre manos.
Y he leído alguna vez que para enfrentarse a la lectura de determinada obra (refiriéndose a un buen tocho) vendría bien un resfriado, una gripe o qué sé yo, queriendo indicar con ello que hace falta disponer de mucho tiempo, bien sea en la cama, en el sofá, en un buen sillón..., pero..., ¡claro!, sin malestar, sin dolores o excesivas molestias, o preocupaciones.
De joven —veintipocos años—, casi recién comenzado mi trabajo como docente, padecí una hepatitis que me mantuvo tres meses en cama, aunque sin dolor alguno, sin molestias de ningún tipo; el médico especialista me advirtió de que lo más importante que tenía que hacer era guardar «reposo absoluto», además de llevar unas pautas estrictas en la alimentación (decir no a las grasas y a la sal, pero sí al azúcar, a los dulces), y, por la posibilidad de contagio, seguir otras observaciones también estrictas de relación con los demás, como la ausencia de contacto físico directo con ellos y el que mi ropa y mis cubiertos fueran tratados aparte de los de mi familia.
Aquel período de tiempo me fue muy útil, porque los tres meses de obligado reposo que comprendió propiciaron mi «despegue» en la lectura, a lo que contribuyó el que en aquellas fechas ya se publicaran en nuestro país, aunque con problemas de censura, interesantes revistas, como Triunfo, Cambio 16, Cuadernos para el Diálogo y la entonces más recienteacababa de iniciar su andadura— Tiempo de Historia, del mismo grupo editorial que Triunfo. También, aunque no tenía mucha información todavía al respecto, comencé a leer novela en serio, con intención, no cualquier cosa. ¡Qué pena no haber tenido entonces a mano mejores obras! Recuerdo de aquellos días Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella, un tocho de casi novecientas páginas, el primero de una trilogía —terminó siendo tetralogía— famosa en aquellas fechas. Además escuchaba la radio sintonizando Radio España Independiente, más conocida como La Pirenaica, de la que me atraía el morbo transgresor de su oposición al régimen dictatorial franquista.
Desde entonces, sobre todo cuando el exceso de trabajo no me ha dejado tiempo suficiente para la lectura, he pensado, y dicho en más de una ocasión, que no me vendría mal «una buena hepatitis», expresión que se puede traducir por algo así como que no me importaría que algún médico me recomendara reposo, siempre que no fuera a causa de algo grave; o, todavía mejor, que me impusiera ese reposo, aunque ello llevara consigo el no poder salir de casa durante una temporada. Y esto lo he seguido pensando después, con los años y con, entonces sí, una casa bien provista de buenos libros, de flautas y partituras, de un buen equipo de música y bastantes discos..., a lo que desde hace un par de décadas largas se suma el ordenador. ¡Vamos, que «agradecería el no poder salir!», pensaba y decía.
Ahora, jubilado, no «necesito» esa buena hepatitis, pero no crean que me sobra el tiempo, en absoluto, ya lo he dicho antes aquí.

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