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viernes, 21 de diciembre de 2018

El aguilando

Publicado en LA CALLE, REVISTA DE SANTOMERA, N.º 182 / DICIEMBRE 2018
El significado de la palabra «aguilando», tan escuchada en los años de mi infancia cuando llegaban las navidades, es, según la Real Academia Española, «aguinaldo, regalo navideño»; aunque aquí el término también se extendía a las coplas que se cantaban para pedir ese regalo; se decía cantar coplas de aguilando o, más a menudo, directamente, cantar el aguilando, y equivalía a lo que ahora llamamos villancicos. 
En mi memoria, la primera acepción, la de regalo, aludía sobre todo al dinero en metálico que de chiquillo recibía o —menos, pero también—, ya más mayorcico, a una convidá con bebidas alcohólicas (coñá, anís, vino viejo…) y dulces típicos navideños (almendraos, mantecaos, pastelillos, tortas de pascua…). 
Y respecto a la segunda acepción, escuché llamar coplas de aguilando a unos villancicos que aludían con frecuencia a la Virgen, al Niño, a San José, a los pastores..., y también a otros cantos navideños llenos de picardías, alusiones personales e ironías, que, a menudo improvisados, se utilizaban para pedir la convidá antes mencionada. En el ámbito literario, una copla es una estrofa de cuatro versos octosílabos, con rima asonante en los pares, y esa precisamente es la forma de las coplas de aguilando. 
Apenas escuché emplear en aquellos años el término «aguinaldo»; entonces, como he dicho, se solía utilizar el de «aguilando»; así que lo que se cantaba era el aguilando, y por ello, por cantarlo por las casas de familiares y vecinos, algunos de ellos, los menos agarraos, te daban el aguilando, y podías recoger algunas pesetas. La palabra «aguinaldo» era, para algunos y sin una sólida razón que lo justificase, la versión más «fina», más educada y culta de la muchísimo más popular y extendida «aguilando».
Entre los estudiosos de la filología, el cambio de lugar de algún sonido dentro de una palabra es calificado como metátesis (Muy extendido últimamente es el caso de la palabra cocreta, que, por cierto, no aparece en el diccionario de la Real Academia Española, como tanto se ha dicho por ahí), y en el caso que nos ocupa, el fenómeno de metátesis se da con la transformación de la sílaba «nal» de a-gui-nal-do, en la sílaba «lan» de a-gui-lan-do (o lo contrario, porque no sabemos, ni nosotros ni los especialistas consultados, cuál de los dos términos fue anterior; precisamente, la Real Academia Española dice que aguinaldo viene de aguilando).
Y yo me pregunto, como en tantas ocasiones de metátesis y otros cambios lingüísticos, ¿por qué ese trueque?, ¿por la dificultad en la pronunciación?: no creo, pero si así fuera, ¿qué es más fácil de pronunciar, «lan» o «nal»? ¿Por qué caprichosos caminos y vericuetos se mueve la evolución de ese fenómeno comunicativo que es el habla? ¿Se debe solamente al predominio de la tradición oral, a una cultura ágrafa, y/o también a otros aspectos que se me escapan?
Me acuerdo perfectamente de la melodía del aguilando de mi pueblo y también de que mi padre decía todos los años por Navidad que la del de Murcia capital era distinta, y más bonita; y a continuación le escuchábamos cantar cada nochebuena este segundo aguilando, el capitalino, con su voz aguda, una voz de tenor que no le gustaba en los cantantes profesionales, y no le gustaba, precisamente, por aguda; él prefería una voz de barítono, como la de su admirado Marcos Redondo. 
Así pues, en aquellos tiempos y en aquella sociedad con tan pocas influencias foráneas, se repetían al principio, año tras año, las mismas coplas y villancicos debidos a la tradición folclórica, que cambiaban algo más por localidades, según zonas. Pronto empezaron a generalizarse unos cuantos, entonces más modernos (Los peces en el río, Tan tan, van por el desierto, el Chiquirritín, Gatatumba...), mezclados con los ya extendidos típicos cantos populares propios del folclore de la huerta de Murcia. Hoy en día el abanico es mucho más amplio, con unos medios de información y comunicación que desempeñan su papel divulgativo de manera sobrada, potenciado todo ello por las nuevas tecnologías, y con Internet al fondo desde hace ya años. 
Entre las coplas tradicionales de aguilando que atrajeron la mente de aquel chiquillo y de aquel adolescente que fui, y que quedaron en su memoria para siempre, tienen un puesto destacado, por un lado —siendo aún muy niño— las de tinte escatológico, sí, aquellas que contenían guarrerías y que tanto divertían a los chiquillos de entonces—, y por otro lado —ya más mayorcico—, las nombradas antes, aquellas que, con bromas, alusiones personales e ironías, se utilizaban para pedir por las casas una convidá: bebidas y dulces. 
Entre las primeras, sobresaliendo especialmente en el grupo de las pertenecientes a la categoría de caca–culo–pedo-pis, ha conservado siempre un lugar especial en mi cabeza la del tío cachirulo, el de las uñas negras, significara lo que significase la palabra «cachirulo», pues lo demás todo se entendía:
En el portal de Belén
hay un tío cachirulo,
que tiene la uñas negras
de tanto rascarse el culo.
También ha destacado, a la par que la anterior o quizá más, la del tío que estaba haciendo botas en el portal de Belén:
En el portal de Belén
hay un tío haciendo botas,
se le escapó la cuchilla
y se cortó las pelotas.
Después vino, un poco en la misma línea (también tenía su atractivo, aunque menos escatológico), la de los calzones de San José —asociados aquí a calzoncillos—, y ello quizás porque hasta entonces ni te habías parado a pensar que San José pudiera llevarlos:
En el portal de Belén
han entrado los ratones,
y al bueno de San José
le han roído los calzones.

Por lo observado con posterioridad, estas letras también divirtieron a los chiquillos en los años que siguieron a los de mi infancia, lo han seguido haciendo después, y aún hoy continúan gustando a los de ahora. Prueben, si no me creen, a cantárselas a la chiquillería actual y acabarán dándome la razón. Yo ya lo he podido comprobar, y resulta que sí, que estas coplas pertenecen al tipo de las que les gustan a mis nietas; debe de ser el atractivo de lo escatológico, de lo guarro, para las mentes de los pequeños.

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