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viernes, 16 de noviembre de 2018

Prosa despaciosa

Nicholson Baker dice (El antólogo, Barcelona, Duomo ediciones, 2010, pág. 5), refiriéndose a la poesía no rimada: «La poesía es prosa a cámara lenta». Supongo que con la expresión «a cámara lenta» se refiere a que es reflexiva, recreada, suave... abonico.
Y recuerdo estas palabras de Baker sobre todo cuando leo, y releo, a Mario Benedetti, a José Emilio Pacheco, a José Agustín Goytisolo, a Karmelo C. Iribarren... o —por ir ya a donde quiero desembocar— a nuestro paisano Eloy Sánchez Rosillo, el poeta murciano que ya con su primer libro, Maneras de estar solo, siendo aún veinteañero, ganó el Premio Adonáis, el de 1977, y que en 2005 recibió —por La Certeza el Premio Nacional de la Crítica.
La poesía de Sánchez Rosillo es, dicho de forma parecida a como lo hace Nicholson Baker, prosa despaciosa, una poesía para que el lector se recree estéticamente en lo que el poeta cuenta y —muy importante— en cómo lo cuenta. Ya conocía parte de su obra (tenía leídas en mis estanterías La certeza y La vida) cuando me enteré de que había salido Hilo de oro, Antología poética, 1974-2011, edición de José Luis Morante, Cátedra, 2014, con —leo en la contraportada del libro— «una significativa muestra de la obra poética de Eloy...» [...] «serenidad, armonía y transparencia», la antología de una obra que lo consagra como «personalidad indiscutible de la lírica española contemporánea»; entonces decidí conocer un poco mejor al autor murciano, la compré y la leí.
Y al poeta también lo conocía, de cuando éramos jóvenes, pero no en la cercanía de un primer plano, no personalmente. En mi juventud —y la suya, pues es solo tres años mayor que yo— lo veía de vez en cuando, y había oído hablar del él como un personaje peculiar, muy interesante. Recuerdo que lo que escuchaba sobre Eloy era todo elogioso, como si se tratara de alguien especial. Si a eso unimos su físico, su imponente imagen, el resultado era de cierta admiración a distancia. Es posible que esto fuera ya en sus tiempos universitarios y lo deduzco del hecho de que, según he leído en Hilo de oro, fue en la universidad donde se destapó; antes, él mismo cuenta lo infeliz que había sido en esos colegios, varios, a los que lo mandaron, así como los fracasos, uno tras otro, que lo acompañaban.
A uno le gusta identificarse con los grandes, aunque solo pueda hacerlo en asuntos como el mal recuerdo común sobre los establecimientos docentes que pisaron, sobre los centros que tan mal les sentaron. Y eso es lo que me removió la lectura, en la introducción a Hilo de oro, de «Una temporada en el infierno», donde comprobé que, como a mí, a Eloy Sánchez Rosillo le fueron fatal las cosas en «aquellos terroríficos colegios religiosos de la época».
UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO

(Fragm.)
Al final de la infancia —tenía doce años—,
estuve interno en uno de aquellos terroríficos
colegios religiosos de la época. Era
inhóspita y muy fría la ciudad en que alzaba
ese centro sus muros carcelarios. Tras ellos,
pasé yo un curso entero, solo, desesperado,
entre dómines crueles y extraños condiscípulos.
   […]
    Eloy Sánchez Rosillo

  ***
Acabado este artículo con lo hasta ahora escrito, resulta que no hace mucho, menos de un año, me encontré a su protagonista en Murcia, en la Librería Diego Marín, cuando entró estando yo allí ojeando las novedades expuestas sobre las mesas, en la primera de las cuales estaba su último libro, Poesía completa, una obra que yo, sabiéndola a la venta, había estado buscando días antes y no había podido localizar.
Mi interés por el libro momentos antes provocó que Alfonso, uno de los dependientes de la librería, un excelente profesional, muy atento, cuando llegó nuestro personaje, me dijera, ofreciéndome un ejemplar: «llévatelo, que Eloy te lo firma, seguro». A todo esto, el poeta —no sé si le habría llegado la onda sonora— se acercó, me vio con el libro en la mano, se dirigió a mí con amabilidad y me preguntó si me lo iba a llevar y si quería que me lo dedicase.
Me dio un poco de vergüenza aparentar que buscaba la dedicatoria que el autor me ofrecía, y le dije, quizás algo cohibido y torpe, que era lector suyo, que había escrito algo sobre él aunque todavía no lo había publicado en Abonico, y que tenía en mis estantes unos cuantos títulos suyos. Seguí hablando un poco y muy por encima sobre la admiración que a distancia he sentido por él desde que éramos jóvenes y sobre la coincidencia en ambos de una mala experiencia en los colegios a los que fuimos de adolescentes… Al final… me escribió en el libro una bonita dedicatoria que alude a «los primeros minutos de nuestra amistad». Y yo pensé: ¡Ojalá! ¡Qué más quisiera!
 

2 comentarios:

  1. Nada hay que agradecer a los semisádicos componentes de las diversas sectas religiosas que marcaron muchas mentes, si no es la facilidad de recordar y poder describir sus fechorías. Personalmente puedo narrar muchas de los jesuitas de Santo Domingo, en Orihuela. Después, con el paso del tiempo y en la etapa de formación universitaria, Sánchez Rosillo, compañero de Marisa en la Facultad de Filosofía y Letras, y posteriormente, contertulios en la trastienda de Diego Marín, fue un referente entre las mil desgracias que tuvimos que soportar en una etapa sin libertad ni razón, en continuación de las ya realizadas en nuestra estrenada juventud. En un momento de cambio entre la juventud, europea al menos, Sánchez Rosillo, fue un reflejo de luz que con la lentitud de su poesía fue adquiriendo la categoría de foco emisor de la luz que, en un principio, lo iluminaba a él. Muy buen recuerdo actualizado y siempre querido, Pepe. Un abrazo chillao.

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    1. Aprecio, por lo que dices, Antonio, que conoces bastante bien a Eloy Sánchez Rosillo. Yo, solo su obra, prácticamente. El que cuento ha sido el único contacto directo, la única ocasión que he tenido de hablar con el poeta, y aunque satisfactorio, la verdad es que me ha sabido a poco. De conocernos mejor, no sé, quiero pensar que sí, que tendríamos algunos gustos en común, podría ser, en literatura, música, cine…
      Un abrazo más chillao que el tuyo.

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