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viernes, 24 de agosto de 2018

Un sexto especial (y 2)

Tras la sesión de la mañana, cada día, a la hora de la comida, la mayor parte de estos alumnos tenía que desplazarse al comedor del centro escolar del que dependía aquel sexto especial, y lo hacía a patita, recorriendo —ida y vuelta, pues había clase por la tarde—, con el riesgo inherente, un buen tramo de la transitada carretera que cruzaba el pueblo. La directora del centro (Señorita Rottenmeier la llamaban los alumnos entre sí, influenciados por los dibujos animados de entonces), advertida del peligro que ello suponía, tomó la decisión de que maestro y alumnos «especiales» se mudaran al aulario principal del colegio, y allí fueron «aparcados» en un pequeño cuchitril sin ventanas (solamente, muy altos y muy pequeños, unos pocos respiraderos).
Intentó enseñarles las divisiones, algo muy difícil pues la mayoría no sabía las tablas de multiplicar; así que resolvían, colectivamente y muy de la mano del maestro, problemas sencillos de la vida cotidiana, copiaban textos y dibujos fáciles, hacían dictados de nivel elemental... y, muy importante, para compensar la muy deficiente lectura de aquel alumnado, diariamente les leía él, y recuerda al respecto que entre las lecturas que utilizó triunfó Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, que les gustó mucho.
Salían a la cercana huerta a buscar regalicia, y allí también capturaban ranas y culebras (estaban acostumbrados y nunca supieron que al maestro estos «bichos» le hacían poca gracia), animales que introducían en grandes tarros de cristal improvisados como acuarios y terrarios; y quienes se portaban bien, como premio, podían de vez en cuando sacar a los animales para que tomaran el sol en el patio del colegio.
No es fácil recibir directamente el reconocimiento personal de un alumnado así, pero algunos casos sí se dieron. Una de las niñas de la clase estuvo enferma una buena temporada y, creyendo que no volvería a clase, mandó a su maestro una carta que este todavía conserva. En ella le decía que en la escuela nunca la habían tratado tan bien como él lo había hecho, y le daba las gracias, provocando la emoción de este, que no mucho después se enteró de que la zagala se había ido con el «novio», un joven y alocado macho de la zona, todo un «personaje» con «buena cabeza», del que por lo oído se había enamorado y…
Con el tiempo, poco ha sabido de Mari Carmen, de Juanito, de Diego, Pepe, Charly, Julián…, aunque alguna vez, hace ya bastantes años, coincidió con alguno de ellos, con quien rememoró aquel curso escolar de antaño, sobre todo la fiesta prenavideña en el aula. También, pasados los años, en alguna ocasión se encontró en algún bar con la cuenta pagada, y cuando le dijeron quién lo había hecho, saludó con aprecio a alguno de aquellos alumnos especiales. Actualmente, sus recuerdos, teniendo en cuenta que entonces era un novato, son casi de satisfacción por el trabajo realizado, y dice «casi» porque piensa que podría haber hecho más por aquel sexto especial.
Últimamente, ya jubilado, el azar ha propiciado su encuentro con la hija de uno de aquellos alumnos, una chica que le ha proporcionado la localización del paradero de su padre, que lleva una tienda familiar en el pueblo donde vive y al que el maestro está pensando visitar, para saber qué ha sido de aquel alumnado, de aquellas personas tan «especiales», de aquellos alumnos, a muchos de los cuales tan poco había favorecido la vida cuando los conoció.
 

4 comentarios:

  1. La cuestión, Pepe, es “… que en la escuela nunca la habían tratado tan bien…” Esta frase es tan importante como la didáctica empleada o los medios que utilizó aquel maestro novato. ¿Qué había pasado en los cursos anteriores para que esta chica se sintiese mal en la escuela? Bien, nunca lo sabremos pero podemos suponer que entre su entorno familiar y “la letra con sangre entra” como única metodología para “obligar” a aprender unos conocimientos nunca entendidos, esta chica era “una marginada”. Evitemos culpas pero es necesario comprender que la enseñanza mezclada con la educación, en esa etapa de la vida de unos adolescentes, debe poseer una dinámica muy comprensiva, arrebatadora ppor su interés. En caso contrario, nunca se alcanzarán ni uno solo de los objetivos que se pretenden. Mis felicitaciones a este maestro, no a los de cursos anteriores. Un abrazo, Pepe.

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    1. Gracias, Antonio:
      Aquel maestro suele decir que hizo lo que supo, aunque quizá no lo que pudo, y cree que por ello le quedó una sombra de duda sobre su actuación.
      Un abrazo.

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  2. Pepe un texto maravilloso!! Me encanta, lo leeré domingo en una reunión familiar.

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    1. Gracias (supongo que eres Andrea):
      Me alegra mucho que te guste el artículo; espero que a tu padre también.
      Un saludo.

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