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viernes, 17 de agosto de 2018

Un sexto especial (1)

Fue en el curso escolar 1978-1979, y así, «sexto especial», fue denominado el grupo que le adjudicaron al maestro con menos experiencia de todo el claustro del colegio, a él precisamente. ¿Se imaginan por qué llamarían 6º especial a aquel grupo de escolares? Lo de «sexto» es evidente: ese era el nivel del curso en la entonces vigente EGB; y lo de «especial», porque... (sí, entonces se podía y se solía hacer) ese sexto, esa clase había sido conformada con un grupo de pobres zagales elegidos entre los más desfavorecidos que había en el colegio, repetidores casi todos, y algunos requeterrepetidores y por tanto ya bien pasados de edad para ese nivel; y... sí, se los adjudicaron al maestro más novato del centro, y, además, el aula de esta clase fue ubicada fuera y lejos del edificio principal del colegio, en una casa vieja de un barrio periférico de la localidad.
Ya el primer día de clase, primer problema serio; de entrada, en la calle, la madre de una alumna le dice al maestro que no piensa dejar que su hija (desde luego bastante «desarrollada», aunque solo físicamente, como pronto pudo comprobar el docente) entre a clase con los mindangos que hay a la vista, que su hija ya es una mujer y que no…, que no se fía. Al maestro le costó convencerla y ahora no recuerda los detalles de cómo lo hizo, los argumentos que utilizó.
Lo que se encontró el joven magister en aquel sexto especial fue un alumnado también «especial», muy especial; sobre todo, un alumnado particularmente duro, de lo más duro por él conocido hasta entonces y —ahora lo sabe— desde entonces; un alumnado encallecido por circunstancias familiares, escolares, culturales…: sociales en definitiva. Y, además de muy duro, y quizás por ello, era un alumnado resistente (acostumbrado a castigos y palos: al mal trato), tenazmente resistente a la pedagogía tradicional, la de la letra con sangre entra.
Lo típico. Ya se sabe: alumnos con un vocabulario escaso donde muchas palabras son sustituidas por muletillas y tacos de todo tipo, donde expresiones como «mecagüen…», «si te meto una…», «que te den…»… estaban, a comienzos de curso, dentro de clase, a la orden del día, como también lo estaban todo tipo de ofensas, riñas y peleas. Por ello se le ocurrió al maestro, y lo ofreció a sus alumnos, poner un bote sobre su mesa, una hucha de hojalata a la que irían echando —él incluido— un duro por cada taco, por cada cagada, por cada ofensa, actitud violenta, falta clara de respeto... Lo acumulado en el bote —les garantizó a los chiquillos— sería utilizado en una merienda con la que toda la clase se convidaría en los días previos a las fiestas de Navidad, tres meses después.
Al principio no se lo tomaron muy en serio; bromeaban sobre ello e incluso se provocaban unos a otros para sonsacar al compañero el taco y, con él, la moneda correspondiente:
Ayer por la tarde vi a tu paere —decía un alumno a otro, tratando de pillarlo desprevenido—: iba borracho en la bicicleta.
¡Un capullo! —se apresuraba a contestar enfadado el segundo chaval— ¡eso es mentira!
¡Maestro! —dirigiéndose al docente, le faltaba tiempo al primero para denunciar a su compañero—, ¡este ha dicho «un capullo»!, ¡que eche un duro al bote!
También, aunque solo al principio, se dio el caso de algún gallito que preparaba la moneda por adelantado, llamaba después la atención del maestro, lo miraba desafiante, soltaba el taco y, sonriendo, dejaba caer las cinco pesetas en la hucha.
Con el tiempo, la cosa se fue «normalizando», dentro del poco margen que había para ello. Lo cierto es que llegadas esas previstas fechas navideñas, en el bote había tres mil y pico pesetas que, desde luego, como había sido acordado, fueron empleadas en refrescos, en pan y en companaje para hacer bocadillos, resultando de todo ello una buena e inolvidable fiesta.
Continuará.

1 comentario:

  1. Es habitual que lo inusual acabe atrayendo. Pero, claro, no siempre se va a estar siendo atraído por la inusualidad de tener que dar dinero a cambio y más en aquellos años. Lo cierto es que, cuanto menos, ese maestro utilizó un recurso que podría suponer un cambio aunque fuese por el dinero que no poseerían para golosinas o cualquier pequeña diversión. Y esta es la importancia de innovar en la metodología para atraer una atención perdida y para corregir sin ener que “hacer sangre”. Buena iniciativa. Veamos en qué acaba este famoso “sexto especial”. Un abrazo, Pepe.

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