SECCIONES

viernes, 12 de enero de 2018

Como un cherro

Son imágenes que me suelen venir a la cabeza sobre todo en días como los festivos que acabamos de dejar atrás, fechas de excesivas comilonas con exagerada abundancia de alimentos de todo tipo sobre manteles que celebran una Navidad muchas veces mal entendida, unas fiestas concebidas —y planificadas, además— con poca inteligencia (gasto desmesurado aun sin necesidad, atracones e indigestiones poco saludables, mucho consumo de alcohol…), con unas mesas llenas de carne, pescado, marisco, turrones y dulces, amén de todo tipo de bebidas, unas menos recomendables que otras: cerveza, vino, cava…
Bueno… pues… más de una vez en días como estos pasados, quizás debido al contraste entre situaciones, me han venido a la cabeza (no está mal recordarlo aunque a algunos nos pellizque un poco la conciencia) algunas imágenes de otros tiempos no tan lejanos en que se pasaba muncha hambre en nuestro pueblo, en nuestra región, en nuestro país. (Aquí, mucha gente utilizaba, y alguna utiliza todavía, las palabras muncho y muncha, y sus plurales, quizás —pongámosle un poco de humor— porque se les queda pequeño, corto, el significado de las más correctas «mucho», «mucha» y sus plurales; es como si las primeras indicaran una mayor cantidad: «muncho es más que mucho», dicen algunos).
Era frecuente en aquellos años oír hablar de la terrible guerra pasada, la guerra civil, muy cercana entonces en el tiempo, y de la por aquellas fechas aún más reciente y también terrible postguerra —para algunos, peor que la guerra—, una postguerra presente todavía aunque ya algo menos en aquellos días de mi infancia.
Aunque no era mi caso, el de mi familia, pues en mi casa no pasamos hambre, escuchaba en aquellos años hablar de la que mucha gente había pasado y de la que todavía entonces, años después, muchos seguían pasando. En el pueblo se palpaba, y se hablaba a menudo, aunque en pasado, de algo que denotaba la necesidad extrema, de algo que nunca vi pero estaba presente en el ambiente: las cartillas de racionamiento, que, ya digo, no llegué a conocer físicamente porque fueron suprimidas poco después de nacer yo, cuando comenzaron tiempos algo «mejores» para los adalides de la cruzada.
Muchas veces vi a niños del pueblo merendar a mi alrededor una rebanada de pan a la que habían echado sus mayores un chorro de vino y, con suerte, espolvoreado por encima un poco de azúcar; recuerdo, incluso, haber envidiado el consumo de este alimento alcohólico tan frecuente para muchos de aquellos chiquillos de entonces; se podría pensar ahora que era una manera de doparlos para matar el hambre, camuflando así la gazuza reinante.
Refiriéndose a las hambrunas sufridas en los años de la guerra civil y en el período inmediatamente posterior a ella, bastante tiempo después escuché contar a Antonio el Brujo, a lo bruto pero con un toque de gracejo especial y con gran aparato de gestos que adornaban la narración, que, para matar el hambre que pasaba su familia, su maere solía cocer en una olla hierbajos arrecogíos de aquí y de allá, de la huerta y del campo.
Hago un alto para aclarar cómo se pronunciaba y se pronuncia aquí la palabra «maere»; se articula en dos sílabas: «mae-re», diptongando «mae».
Pues... bien, él, Antoñín, niño espabilao y hambriento de aquellas terribles guerra y posguerra, merodeaba por allí, cerca de la olla donde se cocían los hierbajos, sin perderla de vista, esperando con impaciencia mal disimulada la ocasión que evitara algún manotazo disuasorio, y anhelando el momento en que su madre se descuidara y/o se alejara; entonces, cuando esto último ocurría, rápido, muy rápido, el zagal metía la mano en la olla, sacaba un puñao de hierba, por muy caliente que estuviera, se lo echaba a la boca y... (al llegar este momento en la narración, Antonio hacía una pequeña pausa mientras añadía el gesto de limpiarse bruscamente la boca con el dorso de la mano derecha) …«salía rumiando como un cherro».
La palabra «cherro» no aparece en el diccionario de la Real Academia; sin embargo sí la encontramos en los de las hablas de Murcia. En Vocabulario del dialecto murciano, de Justo García Soriano, poco se nos aclara; dice: cherro, rra. M. y f. (Aféresis de becerro y becerra.) Novillo. (En el N.O. de la región, chirro, rra.) Y nos cita un par de versos de José Frutos Baeza (Desde Churra a la Azacaya, pág. 70):
«Ya no me dan armonía
ni la burra ni la cherra»
En Diccionario del habla de Yecla, de Miguel Ortuño Palao y Carmen Ortín Marco, he encontrado algo más, aunque todavía insuficiente, impreciso: cherro. (Quizá mozárabe, aféresis de becerro). M. Novillo, becerro, ternero recental.- Murcia, Alicante y Andalucía.
Sí que concreta más Diego Ruiz Marín (Vocabulario de las Hablas Murcianas), para quien un cherro es un becerro que no ha cumplido un año. Pero si miramos en el diccionario de la Real Academia Española encontramos que un becerro es una «cría de la vaca hasta que cumple uno o dos años o poco más». Así que… ¿en qué quedamos: un año, dos, poco más?
Sigo indagando y encuentro, en Murcia de la A a la Z, de Antonio Martínez Cerezo, que «Llámase en Murcia “cherra” a la vaca joven que no ha conocido macho, no teniendo, por ende, ni crías ni leche. Cuando tal estado asuma, dejará de ser “cherra” para pasar a ser denominada vaca». Y mi pregunta ahora es ¿y a qué edad debe conocer macho?
Resumiendo para terminar, un cherrocherra en femenino— es como se llamaba —y en algunos lugares se llama todavía—, aquí en la huerta de Murcia a un ternero joven, pero no sabemos con precisión hasta qué edad se denominaba así al animal. He preguntado a algunas de las personas mayores del pueblo por si me aclaraban algo más sobre esto pero no he podido sacar conclusiones que afinen más que lo descubierto en los libros. Así que, concluyo, un cherro es un becerro, un ternero joven.
Bueno… como sabemos, eso sí con seguridad, que un cherro es un rumiante («rumiando como un cherro», dijo el Brujo en su relato), nos podemos hacer una idea visual clara de… (además del hambre imperial que se pasaba en aquellos años) …de cómo salía Antoñín, nuestro personaje, con la boca llena y rebosante de hierba «sustraída» de la olla que preparaba su maere.

2 comentarios:

  1. La estupenda y sana “ensalada del campo”, denominación general del grupo de plantas herbáceas salvajes que se recogían en los cultivos tradicionales o tierras sin cultivar. Estaba formado por acelgas salvajes, lizones, cerrajones… y un sinfín de plantas, consideradas “malas hierbas”, que una vez cocidas, se aliñaban con un buen chorro de aceite de oliva virgen, directamente de la almazara de presión en frío y medio o un limón exprimido por plato. Delicioso su peculiar paladar semifibroso y sabor amargo mezclados con el aceite y el limón. Comprensible por tanto, el afán por este “plato de pobres” aún en plena cocción. Desgraciadamente los herbicidas y tratamientos químicos en general, han eliminado la frondosidad de estas plantas e incluso es muy difícil encontrarlas y poco fiable su consumo. Creo, Pepe, que un cherro/a es el nombre que siempre ha recibido un eral, un ternero/a de menos de un año. Algunos continúan denominando cherro/a hasta los tres meses, como máximo, después de cumplido el año. Son grandes comilones, de ahí la similitud de Antoñín, Un abrazo, Pepe.

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  2. No creo, Antonio, que fuera tan estupenda y sana la «ensalada» que rumiaba el Antoñín el Brujo, pero posiblemente a él le pareciera gloria bendita.

    En cuanto a lo del cherro, no he encontrado información precisa.

    Un abrazo.

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