SECCIONES

viernes, 29 de julio de 2016

El ángel gordo

Juanito, de familia muy católica, anda preocupado con el asunto del ángel de la guarda: “¿qué ángel me habrá tocado?”, “¿cómo será?”, piensa; “¿será diligente?”, “¿estará atento o, por el contrario, será un manazas o… un distraído y estaré demasiado expuesto a que me pase cualquier cosa?”.
Un día, a la hora de comer, sentado a la mesa, oye de labios de su padre —que le comenta a su madre haberlo leído en un libro*— que los ángeles gordos vuelan menos. Inmediatamente le viene al niño, de nuevo, ese runrún a la cabeza, y le da por pensar que si son gordos no solo vuelan menos, sino que, además, lo harán más lentamente. ¡¿Entonces…, —se pregunta temeroso— esa rapidez necesaria para evitar el peligro a un niño, para salvarlo cuando está a punto de caer por un precipicio, para evitar el accidente antes de que ocurra?!
Y por la noche, tras las oraciones de rigor —ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día...; cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan…—, vuelve el runrún: ¿Y si me caigo de la cama? ¿Y si me atraganto a media noche? ¿Y si viene el Tío Saín?... Y no puede remediar seguir pensando, preocupado, obsesionado, que le puede haber tocado en suerte un ángel de la guarda gordo, o…, peor, muy gordo.

Lo ha leído en Un conjunto de pétalos… no es una rosa, de Paco González.

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