SECCIONES

sábado, 16 de abril de 2016

Mil peseticas

Cualquier parecido con la realidad… ya saben.
Sí, todavía pagábamos en pesetas, lo que quiere decir que ya hace algún tiempo. Lo cierto es que no sé qué percance tuvo la mujer de Antonio, Loli, en la tienda que tiene en el pueblo, quizás algún robo; la cuestión es que decidió poner una denuncia y, para ello, fue al cuartel de la guardia civil. El guardia de turno, un ejemplar con más medida de cintura que de altura, la atendió simpáticamente, le pidió los datos que necesitaba para cursar la denuncia y le dijo que no se preocupara.
—Puedes irte tranquila —le aseguró—, que la denuncia ya está en marcha.
—Bueno… pues muchas gracias —contestó Loli, y añadió, sintiéndose obligada a preguntar— ¿qué se debe?
—Dame mil peseticas —contestó él, en voz baja, como si el escaso volumen sonoro y el diminutivo de las pesetas restara valor a la cantidad.
Al tiempo que Loli echa mano al bolso para sacar el dinero, entra en la oficina otro guardia civil, este, conocido de la denunciante; el otro, el que ha cursado la denuncia, desaparece momentáneamente del primer plano, se “distrae” por una orilla.
—Hola, Loli, —dice el recién llegado— ¿qué tal?, ¿qué haces por aquí?
—Pues… nada, que he venido a poner una denuncia, pero ya está, ya me ha atendido, y muy amablemente, tu compañero; solo falta que me cobre.
—Pero… —levantando las manos a la altura de la cabeza— ¡qué dices, mujer, esto es un servicio público!, es totalmente gratis, ¡faltaría más!
Y Loli, mosqueada, cierra su bolso y sale del edificio, no sin dejar de murmurar, entre dientes, para sus adentros:
“¿¡mil peseticas…, cabrón!?”

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