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viernes, 8 de enero de 2016

Cabeza menúa (1)

Aunque va de paso, se acerca Joaquín El Chorrillo al grupo que formamos la Tertulia Los Piensos, tensa el gesto, se pone serio, como cabreado, y dice, abroncando la voz: “índioh, in pego in hottia, in mato”. Pronto deducimos y contestamos, cercanos al unísono, casi todos los tertulianos presentes: “¡el Santiago de la cabeza menúa!”.
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Allá por el año catapún estudiábamos en la universidad una clasificación sobre la evolución del “hombre”, que, empezando en los primates, establecía una cadena que llegaba hasta nosotros mismos. Las distintas divisiones de esa cadena eran el resultado de las también distintas capacidades de sus cráneos. Dicha clasificación “nos” estratificaba evolutivamente desde nuestros remotos antepasados hasta la actualidad según el aumento paulatino de nuestra cavidad craneal, de nuestra capacidad cerebral.
No puedo contar los detalles (imperdonablemente, cuando cambié de vivienda destruí unos buenos apuntes que muchos años antes había tomado en la Universidad de Murcia al profesor Juan Bautista VilarEl Piojo—, en los que figuraba más detalladamente lo que cuento), pero recuerdo que en la clasificación había una lista que contenía una retahíla de nombres que conservo así en la memoria: primates, preconsúlidos, australopitecos, prehomínidos, homínidos y homo sapiens; y cada uno de estos nombres iba acompañado de un número que expresaba la capacidad, en centímetros cúbicos, referente a su tamaño de cráneo. Quiero recordar que a los primeros, los primates, la clasificación les adjudicaba una cavidad craneal de unos 600 cm3 de volumen, y a los últimos, los homo sapiens, de 1400 cm3 en adelante. Entre unos y otros, el resto, colocado en orden ascendente de tamaño de cabeza.
Un personaje de Santomera, en los años de mi infancia y juventud, Santiago, el de la cabeza menúa —también, directamente, el cabeza menúa—, por capacidad de cráneo podría haber sido incluido —según la clasificación anterior—, quizás, entre los primates; pero, no crean, pertenecía a nuestro escalón evolutivo, estaba entre nosotros, los homo sapiens.
A menudo me pregunto de dónde habrá salido lo de “sapiens”, a qué se debe ese calificativo, en qué período de la historia del mundo mundial —de paz, concordia y progreso— hay que fijarse para llegar a la conclusión de que somos realmente “sapiens”.
Quienes conocieron a Santiago no necesitan todas estas palabras para rememorar su imagen, pero los que no saben de qué hablamos, quienes no lo hayan conocido, o lo conozcan por vagas referencias, espero que con estas letras se hagan una mejor idea de cómo era nuestro personaje y les quede claro el porqué del apodo “de la cabeza menúa”: en efecto, ¡premio!, han acertado, por el tamaño de su cabeza, de su diminuta cabeza.
El término menúo/a no aparece en los diccionarios que tengo de las hablas murcianas. Aquí, en Santomera, se usa como una simplificación de menudo/a (del latín minūtus), un adjetivo que significa pequeño, chico, delgado.
Aunque realmente era pequeña, no crean que la cabeza de Santiago parecía tan menúa comparada con su cuerpo, porque este también era pequeño, y delgado: también era menúo, y no desentonaba, por lo menos excesivamente, del tamaño de su cabeza. Presentaba, en resumen, una figura muy peculiar: un cuerpo pequeño y microcéfalo que, además, caminaba un poco encorvao, como echao p’alante, y andando como a pequeños empujones; así, por lo menos, lo recuerdo.

Santiago y Manuel “El Sacristán”
Con esa su imagen que me he esforzado en acercarles, y ayudados por la fotografía, hagan un pequeño esfuerzo e imagínenselo, en un día de carnaval de hace ya más de cincuenta años, formando, con Paco El Botas —otro personaje mitológico—, pareja de circo callejero: Santiago, con una cadena sujeta al cuello y subido a un pequeño perigallo, cual típica cabra del espectáculo, simulando —con poco atrezzo: no era necesario— ser un mono; y El Botas, haciendo restallar un látigo con una mano mientras que con la otra asía el otro extremo de la cadena sujeta al cuello de Santiago, a la vez que presentaba con grandilocuencia —gestos amplios y voz grave y muy ronca— el gran espectáculo circense a la vista, a la “fiera” encadenada, como si de King Kong se tratara.
(Continuará)

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