SECCIONES

jueves, 22 de octubre de 2015

Los piensos

Si yo digo, apreciados aboniqueros, frases como “las carreteras no piensan”, o “los corazones están locos”, o… “los aviones se vuelven conejos”, les estaré dando pie para que opinen de mí cualquier cosa, por muy disparatada que sea: que soy un superdotado, un intelectual de altura que se expresa en un raro lenguaje encriptado, o, por el contrario, con más razón, que no ando muy bien de la mollera, o... qué sé yo.
Pero el asunto va por otro camino; las anteriores son frases del Lolo del molino, un personaje del pueblo, que fue famoso por esos discursos tan particulares, y tan elocuentes a veces, sobre todo cuando sabías qué estaba diciendo, cuando conocías de qué iba la cosa; se trata de frases que soltaba aquí y allá, donde se le ocurría, sin pararse a pensar, sin importarle mucho quiénes eran sus destinatarios, sus interlocutores a veces, sus escuchantes en definitiva.
Sus historias pasaron a ser tan populares en el pueblo, en otros tiempos, que, con los años, como suele ocurrir en estos casos (cambios, añadidos, personalizaciones…) se convierten en mitos, en leyendas.
Así, dicen, un día iba el Lolo en el carro —vehículo del que tiraba una yegua y que entonces era un medio normal de locomoción y transporte— y lo paró la guardia civil; cuentan que la benemérita le dio el alto porque había rebasado la línea amarilla continua que separaba los dos carriles de la carretera. Ante la demanda de la pareja de civiles nuestro hombre se despachó a gusto, pues contestó en su media lengua particular y con una entonación que subía frecuentemente el tono dentro de una misma frase, pronunciando unas palabras —o partes de ellas: algunas sílabas— más agudas que el resto, como si le salieran gallos (en La diligencia, de John Ford, el conductor del vehículo habla de manera parecida): “¿Quién ha pisao la raya?, ¡la yegua!, pues… ¡multa a la yegua!”, añadiendo a continuación, “¡ganduleras!, que no hacéis na por las carreteras”.
No creo que haga falta traducirlo, ¿verdad? Pues, bien, los guardias, tras insistir unas cuantas veces, tuvieron que dejarlo porque él no salía de ese bucle de oraciones, que repetía, galleando, una vez tras otra: “¿Quién ha pisao la raya?… ¡Multa a la yegua!… ganduleras...”.
Bueno… pues a lo que vamos. Me cuentan fuentes autorizadas, de las que podríamos llamar de toda confianza, que estando reunidos los mandamases del partido gobernante entonces en la localidad —no sé en qué fechas, pero el partido sí lo sé: es uno que tiene en su emblema un pío-pío, como diría mi nieta Paula—, se asoma el Lolo del Molino al local de reunión —en el que por cierto estaba en ese momento la persona de quien procede esta historia, uno de los mandamases, de ahí lo de fuentes autorizadas— y, al ver las caras de quienes allí estaban, les dijo subiendo un par de veces el tono al agudo:
“vosotros, los piensos
Supongo que la cabeza del Lolo discurriría: “si estos son los que gobiernan, los que deciden en el pueblo, evidentemente deben ser los que piensan”, y, a su manera, se lo dijo a ellos, pero en vez de pensantes o pensadores, le salió los piensos.
Y no le faltaba razón.
Adenda: Los Piensos es el nombre, a propuesta mía, de la tertulia con la que unos cuantos amigos “disfrutamos” en Santomera un par de veces a la semana.
¿Lo han cogido?

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