SECCIONES

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Juan el Carlos

No había posibilidad de pérdida: justo detrás, inmediatamente detrás, de la iglesia del pueblo, allí estaba el Bar de[l] Juan el Carlos, toda una institución, entonces, el establecimiento, y todo un personaje, siempre, el dueño. Además de bar y casa de comidas, era una pensión.
A pesar de que hace bastantes años que fue cerrado al público, todavía queda el local, cierto que con la frialdad propia de lo no utilizado, de lo deshabitado, pero compensada por el recuerdo que trae la conservación todavía de la misma distribución de estancias de que gozó en “vida”; hasta la barra permanece, al entrar, a la izquierda, con su curvatura, algo que, a quienes lo conocimos, nos permite recordar, tras ella, a Juan —su gran corpulencia, sus andares pausados y balanceantes, su cara llena y graciosa— despachando a sus clientes, convidándose y bromeando con ellos, y..., muy importante, contando sus anécdotas, sus chascarrillos…: sus cosas.
Las cosas de Juan el Carlos no se pueden contar ahora, no, por lo menos, como las narraba el protagonista: imposible imitar, y menos reflejar por escrito, su gracia, su chispa, su dicharachería. Imagínenlo diciendo algo así:
Como aquella vez que fuimos al fútbol mi Paco, Fulanico y yo. [pausa y aclaración] (Cuando íbamos a los toros o al fútbol, yo me echaba todos los “recortes” que encontraba encima de la barra [haciendo el gesto de recoger, arrastrando el brazo sobre el mostrador, de fuera a dentro]: jamón, lomo, morcón, chorizo…, acompañados de la bota del vino). Entonces, pa que lo sepáis, mi peso estaba en los 140 kilos, y el de mi hermano no andaría muy lejos. Llegamos al “campo” y ocupamos nuestros asientos, de esos señalados con rayas de pintura en las gradas de cemento. Poco después viene un tío que quería sentarse donde estábamos nosotros; decía el individuo que allí estaba su asiento, que lo ponía en su papeleta. Después de discutir un rato, tuvimos que llamar a un acomodador, que estuvo indagando hasta que descubrió que entre mi Paco, Fulanico y yo, entre los tres, ocupábamos cuatro localidades: ¡ahí estaba la rata! ¡menudos culos!
O cuando ¿¡se comió 58 huevos fritos!?:
En un viaje para comprar vino, fuimos a Pinoso mi Paco y yo, y en una venta del camino, apostamos a ver quién comía más huevos fritos. Gané yo, que me comí 58. [Pequeña pausa y aclaración pedagógica] (Para comerse 58 huevos fritos no hay que “magrearlos” mucho: se pincha con el tenedor en un lado [gesto de hacerlo], se dobla el huevo, se pincha el otro lado... [gesto] y pa dentro); ¡ah!, y con cada huevo, un trago de vino.
Los miércoles… sí, creo que era ese día cuando su mujer, la Teresa (su Teresa) hacía callos, que Juan iba despachando en el bar como tapa en pequeñas cazuelas de barro: ¡buenísimos! A mi mujer y a mí nos gustaban tanto que ella tenía la costumbre de ir más de un miércoles con una cacerolica y traer unas raciones para comérnoslas en casa: ese día ya teníamos la comida.
Como era tan bromista, uno de esos miércoles, Juan le coloca a un cliente, desconocido, un forastero, un plato de callos sin que este los hubiera pedido; el hombre, extrañado, contesta, quizás algo desabridamente:
—¡Yo no he pedido eso!
A lo que nuestro entrañable personaje responde, teatralmente, muy serio y abrumador, como enfadado:
—¡Todavía no ha nacío quien se niegue a comerse unos callos hechos por la Teresa!
Pronto se descubría la broma, salía a relucir su talante y no pasaba nada: unas aclaraciones, unas risas y unas convidás.
La verdad es que la diferencia entre nuestras edades (la mía y la suya) dificultó que lo conociera mejor, pero he de decir que entre nosotros había una recíproca apreciación; tan clara, que cuando murió Juan, su hijo, mi amigo y también compañero de aventuras durante unos años, Vicente Carlos, me dijo: “ha muerto tu amigo”; y así era, si no amistad entre iguales, sí por lo menos, por lo que a mí respecta había, y mantengo, mucho cariño, y admiración, por su talante bromista, comprensivo y parlanchín.
Le gustaba el tango y creo que su favorito era —se lo oí cantar algunas veces, mitad emocionado mitad en broma— Sus ojos se cerraron, cantado por Carlos Gardel, claro. Y ese es el homenaje que Abonico quiere ofrecer a Juan el Carlos, ese tango que tanto le gustaba y que con tan graciosa teatralidad cantaba.
Va por ti, amigo Juan.

Carlos GardelSus ojos se cerraron.
Fotos de Juan El Carlos, cedidas por su nieto Antonio.

Y aquí tienen la letra para que nadie se pierda:
Sus ojos se cerraron  
(Música: Carlos Gardel 
Letra: Alfredo Le Pera)

Sus ojos se cerraron 
y el mundo sigue andando, 
su boca que era mía 
ya no me besa más, 
se apagaron los ecos 
de su reír sonoro 
y es cruel este silencio 
que me hace tanto mal.  

Fue mía la piadosa 
dulzura de tus manos 
que dieron a mis penas 
caricias de bondad, 
y ahora que la evoco 
hundido en mi quebranto, 
las lágrimas trenzadas 
se niegan a brotar, 
y no tengo el consuelo 
de poder llorar. 

¡Por qué sus alas tan cruel quemó la vida! 
¡por qué esta mueca siniestra de la suerte! 
Quise abrigarla y más pudo la muerte, 
¡Cómo me duele y se ahonda mi herida! 

Yo sé que ahora vendrán caras extrañas 
con su limosna de alivio a mi tormento. 
Todo es mentira, mentira ese lamento. 
¡Hoy está solo mi corazón! 

Como perros de presa, 
las penas traicioneras 
celando su cariño 
galopaban detrás, 
y escondida en las aguas 
de su mirada buena 
la muerte agazapada 
marcaba su compás.  

En vano yo alentaba 
febril una esperanza,
clavó en mi carne viva 
sus garras el dolor; 
y mientras en las calles 
en loca algarabía 
el carnaval del mundo 
gozaba y se reía, 
burlándose el destino 
me robó su amor.

¡Por qué sus alas tan cruel quemó la vida! 
¡por qué esta mueca siniestra de la suerte! 
Quise abrigarla y más pudo la muerte, 
¡Cómo me duele y se ahonda mi herida! 

Yo sé que ahora vendrán caras extrañas 
con su limosna de alivio a mi tormento. 
Todo es mentira, mentira ese lamento. 
¡Hoy está solo mi corazón! 


1 comentario:

  1. Muy bueno Pepito, un estuepndo aporte a los personajes clave de la santomera de entonces...

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