Me viene a la memoria de vez en cuando una reflexión en defensa de la libertad de pensamiento que le leí, hace ya muchos años, a Bertrand Russell (si mal no recuerdo, fue en Por qué no soy cristiano, el primer título que disfruté de él), una aseveración en la que, en lugar de ateo o agnóstico o anti cualquier cosa, decía el filósofo que prefería autocalificarse de «librepensador», lo que, ya entonces, provocó mi admiración, al entender que con dicho vocablo quería indicar su independencia doctrinal de cualesquiera corrientes de pensamiento de todo tipo, de cualesquiera ideas procedentes de distintas maneras de pensar que a todos nos pueden colonizar, y nos colonizan, con mayor o menor facilidad y rapidez, dependiendo para ello de nuestra información y, sobre todo, de nuestra formación (y, como ya he dicho en alguna ocasión, cuando uso el término «formación» no estoy pensando en títulos académicos, por importantes que estos sean, que lo son).
Ya entonces me gustó mucho el término «librepensador» y, desde aquella primera lectura hasta ahora, yo también, en situaciones varias, me lo he atribuido en algunas ocasiones, queriendo indicar con ello… pues… eso: mi deseo —el logro es otra cosa— de autonomía en el pensamiento, sin por ello dejar de aspirar a saber, lo más fiable y profundamente posible (por supuesto que siempre desde mi pretendidamente razonable punto de vista), todo aquello que se conoce de las cuestiones que más me interesan.
Lo escrito en los párrafos anteriores me lo ha traído a la memoria una frase de Immanuel Kant que leí no hace mucho (Rojo, José Andrés: «Kant, la invitación a la crítica», El País, 09-08-2024) y que también me gusta, una oración que dice «¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!».
Para mí, el enunciado kantiano viene a defender algo parecido, si no lo mismo, que lo que sostuvo posteriormente Bertrand Russell al autocalificarse de «librepensador», destacando en ambos casos la importancia de la autonomía individual, el valor de ser independiente, de que cada cual se sirva de su criterio personal, la importancia de ser libre para pensar, al margen (no digo que desconectado y por ello desinformado, sino todo lo contrario: muy bien, muy fiable y documentalmente informado) del conocimiento que le llegue, de aquí y de allá, de un medio de comunicación u otro, y siendo siempre consciente de que nadie es totalmente inmune a la falsedad y a la maldad de alguna información de entre las que recibe cotidianamente, admitiendo, además, en mi caso —aunque creo que se puede generalizar—, mi mayor indefensión ante aquellas que me llegan a través de los que considero mis medios de comunicación favoritos, los que valoro como más honestos y fiables, y que, por ello, me ofrecen mayor credibilidad. Es por eso que insisto, una y otra vez, en investigar con profundidad, en comprobar con sistema, en contrastar con insistencia, en confirmar siempre… lo que, de uno y otro lado, me llega; y así una vez, y otra, y otra: mi naturaleza me lo impone.
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