SECCIONES

viernes, 29 de enero de 2021

¡Sí, pero soy tonto!

Ni siquiera me acuerdo de cómo se llamaba aquel zagalón de mis años jóvenes, a quien apenas conocía de vista porque, además de que era mayor que yo, vivía en otro barrio del pueblo, en uno periférico, bien alejado del mío; pero, las pocas veces que me lo encontraba por la calle, me intrigaba el que no hablara, el que apenas abriera la boca: siempre serio, apagado, ensimismado, como si estuviera dándole vueltas una y otra vez a algo muy importante dentro de su cabeza.

Lo llevaron al médico —según contó a su manera él mismo después muchas veces— y la cosa cambió radicalmente, pues a partir de entonces lo podías ver por la calle parloteando de una manera muy peculiar, al tiempo que, debido a la falta de costumbre, por la novedad que el hecho suponía para él, bizqueaba al esforzarse para mirar sus propios labios mientras articulaba las palabras que, entonces ya sí, con fluidez casi atropellada, salían de su boca: una imagen digna de ver.

—¡Sí, pero soy tonto! —te decía cuando te veía por la calle, al tiempo que, bizqueando, ponía morritos para poder verse mejor los labios.

Y seguidamente, aprovechando tu asombro, sin darte tiempo a que reaccionaras, añadía:

—Me ha mandao el médico: costillas de vareta, paquetes de Ducados y chicas de dieciocho años —decía, continuando con la proyección de labios y el bizqueo de ojos; y volvía al principio, a lo mismo— ¡sí, pero soy tonto!

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario