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viernes, 2 de octubre de 2020

Hay caramelos

Aquel hombrecillo, además de poca estatura y escasez de carnes, tenía un brazo más delgado que el otro, medio inútil, igual que la pierna del mismo lado, como si debido a un ictus u otra causa se hubiera quedado hemipléjico, con el lado izquierdo semiparalizado. Por la edad que aparentaba, bien pudiera haber sido un niño de la terrible guerra civil que nuestro país había sufrido veinte años antes.

¡Cuántas veces el chiquillo curioso que fui vería subir al pobre tullido, con dificultad, al coche de línea de la empresa Martínez que esperaba en Murcia capital su hora de salida aparcado junto a la acera derecha de la calle Simón García según se iba en dirección a la plaza de toros! Y siempre lo hacía por la puerta delantera, supongo que para que los viajeros que ya estuvieran sentados esperando la puesta en marcha del autobús pudieran ver bien, de frente y con tiempo suficiente… la mercancía que vendía.

A continuación, recorría parsimonioso y renqueante el pasillo longitudinal que había entre las dos dobles filas laterales de asientos, y acompañaba su recorrido con una cantinela —siempre la misma— en la que, sin mucho énfasis, ofrecía algunos de los productos —siempre los mismos— expuestos en una cesta de mimbre que colgaba de su brazo malo, una canasta de color claro cuya imagen me viene ahora a la cabeza como si la hubiera visto ayer mismo: rectangular y con las esquinas redondeadas, de extensa superficie pero con poca profundidad, y con asa, donde se podían ver pequeñas bolsas de plástico transparente, cada una con caramelos de una clase distinta en su interior.

Y siempre el mismo sonsonete, un recitado de ritmo marcado y escasa línea melódica: «hay caramelos de Hellín, hay pastillas de café con leche, hay caramelos» (de vez en cuando, el primer «caramelos» del mensaje era sustituido por el más murciano caramelicos, en la única variación que, según recuerdo, se permitía aquel vendedor ambulante).

Por último, llegado al final del pasillo, nuestro hombrecillo se apeaba del coche por la puerta de atrás y se iba alejando por la acera con su paso lento y trabajoso, supongo que en busca de otro lugar con buena clientela para sus golosinas. «Hay caramelicos de Hellín, hay pastillas de café con leche, hay caramelos».

 

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