SECCIONES

viernes, 15 de febrero de 2019

Mariano Sanz y el tío Rosendo

Tras publicar en Abonico el artículo «El Caleles», hace ya unos años, recibí un correo de Mariano Sanz en el que me mandaba, en un archivo anexo, un escrito que había elaborado sobre mi padre; en el correo me decía que ponía dicho escrito en mis manos para que hiciera con él lo que mejor me pareciese. Pues bien, lo que mejor me pareció desde el principio, y eso hago ahora, fue publicarlo tal y como lo recibí de Mariano, a quien agradezco sus palabras de entonces sobre mi magisterio, así como el artículo sobre mi padre.
***
EL TÍO ROSENDO (por Mariano Sanz)
Cualquiera que, como yo, tenga ya unos años, seguro que recuerda alguno de los muchos personajes célebres que el pueblo ha acogido cuando los bares eran tabernas, los teléfonos, de centralita con clavijas, y solo había un guardia municipal que se bastaba para mantener el orden en lo que parecía una plácida Arcadia. El único expendedor de gasolina estaba frente a la iglesia y se hacía funcionar a mano.
Uno de esos personajes se llamaba Rosendo y tenía un enorme almacén en la calle principal, donde ahora hay unas modernas tiendas que sigue regentando su familia.
Era yo un mozalbete inexperto cuando aterricé por el pueblo con ansias de cambiar mi vida ciudadana por lo que consideraba la plácida quietud campesina. Adquirí un roalico de tierra y una casa medio derruida con la sana intención de convertirme en campusino injerto de ecologista.
En el pueblo había por entonces las tiendas justas —los tiempos no daban para gollerías—, y en el almacén de Rosendo se podía encontrar prácticamente de todo. De todo menos Romanones o Charlots, que para eso había que ir a Carlos el de los caramelos.
Rosendo era, por la época que digo, un hombre ya mayor al que acontecimientos familiares habían castigado duramente. Sin embargo, por encima de su evidente tristeza, conservaba muchos restos de buen humor y un alto grado de socarronería.
Imagine el amable lector lo que debió pensar el día que vio entrar en su establecimiento a un churubito que creía saberlo todo. Mi intención era adquirir un pico, como me había recomendado mi recordado maestro de obras, Antonio. Cuando comuniqué a Rosendo mi necesidad, hizo un gesto para que lo siguiera y nos adentramos en las profundidades medio oscuras de aquel local que parecía la cueva de Alí Babá. Allí, amontonados sin orden ni concierto, había materiales de todo tipo: botijos, cántaros, macetas, herramientas de labranza, corvillas, sacos de azufre para los tomates, abono, patatas y un largo etcétera difícil de recordar, por no hablar de la sección de cintas e hilos, lamentablemente abandonada unos años antes que permanecía en su lugar cubriéndose de polvo. Rosendo, con su flotante Baby gris desabrochado, me precedía sorteando aquella multitud de enredos. Cuando llegamos al montón de los picos, me dijo:
Coge el que quieras.
Los había de todos los tamaños en una montonera informe, y yo pensé que tendrían diferentes precios.
¿A cómo valen?, le pregunté.
Pues mira, por ser tú, te los voy a dejar todos a lo mismo.
Tate, me dije. Ya lo he pillado, por el mismo precio, el más grande
Me llevo este, le dije cogiendo uno que casi no podía levantar.
El hombre me miró con sorna.
Vaya, tú sí que sabes, has escogido el mejor.
Cuando, una vez enmangado me dispuse a utilizarlo, por poco me caigo de espalda. Entonces supe la razón de la sonrisa de Rosendo cuando me lo estaba cobrando.
Cada vez que entré de nuevo al almacén, hablábamos del pico. Y nos reíamos los dos.

4 comentarios:

  1. Bien traído, Pepito. Gracias y un afectuoso recuerdo para el tío Rosendo.

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    1. La verdad es que no había escuchado ni leído antes referirse a mi padre como «el tío Rosendo», pero entiendo que lo de «tío» estaba muy extendido.
      Gracias a ti, Mariano.

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  2. ¡Eso por avaricioso, Mariano! ¡Cómo conocía el tío Rosendo a las personas y los géneros que vendía! ¿Te deslomarías, no? Creo que esta anécdota, del sinfín que podríamos contar del Rosendo, Mariano, te pone entre los primeros que han conocido, en su salsa, toda una institución: la tienda del Rosendo. Los tiempos modernos no saben de compras a fiao, multitiendas de buenos géneros y tenderos que, casi sin decir lo que querías, ya te estaba sacando lo que pedirías. Un abrazo, Pepe.

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    1. Todavía queda bastante gente en el pueblo que me recuerda cómo era la tienda de mi padre, personas que se refieren a ella como una súper tienda en la que había de todo lo que se pudiera buscar entonces.
      Gracias, Antonio. Un abrazo.

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