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viernes, 1 de febrero de 2019

Llevarse la novia

Dos mujeres mayores cuchichean entre sí mientras escudriñan a la gente que, ya cayendo la tarde, camina con sosiego por la orilla de la carretera del pueblo, que es el lugar de paseo de entonces en aquellas tardes de los días festivos.
¡Atí, tacha!
¿Qué?
¡Vaya una fresca!
¿Quién?
¡Esa!
¿Qué pasa?
Que se fue con el novio.
¿Y qué?
¡Que ahora se pasea con él del brazo, tan fresca, delante de to el mundo!
¡¡Habrase visto!!
***
Hace ya bastante tiempo que se perdió la costumbre, pero cuando yo era niño, y aún después, de joven —años cincuenta y sesenta—, el hecho de «llevarse [a] la novia» o, dicho desde el otro lado, el «irse con el novio», era una práctica muy extendida en la zona en que vivo, y constituía un tipo de matrimonio consuetudinario. (Según las fuentes consultadas, llevarse la novia era algo acostumbrado en tierras de Murcia, Alicante, Andalucía, Albacete y Ciudad Real.)
En todo el Sureste, hasta Granada y Almería, se halla muy intensificada la costumbre del rapto de la novia, que en el campo de Cartagena se convierte en rito propio de todas las clases sociales. (Julio Caro Baroja: Los pueblos de España, Tomo II, Ediciones Istmo, 1976, pág. 175)
En la huerta y campo del término de Murcia es muy común el rapto. […] en la huerta de Murcia se llama al rapto por parte del hombre «sacar la novia», por parte de la mujer «salirse». (Mariano Ruiz Funes: Derecho consuetudinario y economía popular de la provincia de Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, Murcia,1983, pág. 45)
Después, los derroteros de la evolución social y económica en nuestro país llevaron consigo la pérdida de este procedimiento matrimonial tan arraigado antaño en nuestras aldeas y zonas rurales, que comenzó a desaparecer en los años ochenta debido, sobre todo, a dos razones: por un lado, al abandono del campo por su gente, que emigra para buscar mejores condiciones de vida —sociales, económicas, laborales...—; y por otro lado, al cambio del papel de la mujer en la sociedad, que deja el trabajo casi exclusivamente hogareño, accede a los estudios y consigue una mayor independencia.
Llevarse [a] la novia, esencialmente, consistía en que el chico «sacaba a la novia» de su casa, o, lo que es lo mismo, ella se iba —se salía, se escapaba— con él, y ambos se fugaban juntos; y ello, normalmente, para evitar los rituales protocolarios establecidos para la boda, sobre todo los gastos que conllevaba la preparación de la misma y su posterior celebración. Sus protagonistas, los novios, solían ser jóvenes trabajadores pertenecientes a las clases más humildes, que, por no tener recursos para preparar una boda «como Dios manda», como las de la gente con mejor situación económica, «se iban» juntos y evitaban así estos «problemas».
La fastuosidad que exigía una boda en otro tiempo hacía que en los estratos sociales menos privilegiados «llevarse la novia», para evitar los desembolsos inevitables y celebrar más tarde el casamiento de modo más discreto no fuera demasiado insólito. (Enrique Luque Baena: Estudio antropológico social de un pueblo del Sur, Tecnos, Madrid, 1974, pág. 136)
Motivo frecuente de llevarse la novia también podía ser el rechazo paterno a las relaciones de los jóvenes (normalmente por diferencias sociales, económicas, culturales…), que por tanto veían en la fuga una manera de forzar la boda, ya que se daba por hecho que la chica, tras el «rapto», había dejado de ser virgen, que no siempre era así. Otro motivo podía ser el haberse quedado embarazada la joven, con lo cual se aceleraba el proceso para una boda que se conocía entre la gente con la expresión «casarse de penalti».
Los familiares y allegados de los fugados solían expresar de manera «visible» su disgusto en una teatral puesta en escena más aparente que real, ya que era normal que, posteriormente a la escapada, a veces al día siguiente, la pareja de jóvenes fuera a visitar a los padres de la chica, que, ya digo, solían mostrar visual y auditivamente su enfado con cierta exageración, tanto en privado como, sobre todo y para que los vecinos se enteraran bien, en público.
A pesar de las «visibles» muestras de disgusto en el entorno, esas uniones entre parejas de fugados solían obtener la aceptación de la comunidad a la que pertenecían, y, con posterioridad, con cierta frecuencia, eran formalizadas con una boda «legal» —por la iglesia, como no podía ser de otro modo en mis años jóvenes—, y ello debido sobre todo a motivos burocráticos y/o económicos, como la necesidad de obtener los «papeles» para pedir algún tipo de ayuda. Otras veces no se llegaba a formalizar legalmente dicha unión, a pesar de lo cual la gente los consideraba casados desde que se iban juntos. Después tenían sus hijos y convivían como un matrimonio normal, porque ambos al escaparse tenían claro que la unión era para toda la vida, «hasta que la muerte nos separe».
También ocurría con cierta frecuencia que los curas se negaban a casar a estas parejas; y cuando accedían a celebrar la boda, «para evitar que los amantes vivan en pecado», solían hacerlo a escondidas, casi con nocturnidad, y sin apenas ceremonia, ni casi acompañantes, ni... amonestaciones previas, ni... casi na.
Termino con dos coplas murcianas publicadas en 1900; la primera, con palabras puestas en boca de la chica, la novia; la segunda, en la voz del novio.
¡Mi padre me pone guardia
como si yo juá castillo!
y por más guardias que ponga
me voy a salir contigo.
                 [...]
¿De qué le sirve a tu maere
echar la yave ar corral?
si t’as de salir conmigo
por la puerta prencipal.
Pedro Díaz Cassou:
El cancionero panocho, 1900,
en Tradiciones y costumbres de Murcia.
Academia Alfonso X el Sabio, 1982,
Págs. 126 y 127 respectivamente.



2 comentarios:

  1. Lo establecido ha sido, en muchas ocasiones, una traba para aquellas personas, como dices, Pepe, que poseían estatus social bajo o eran marcadas por la intransigencia de quienes, con demasiada frecuencia, establecían que amor y sexo, a veces, difíciles de existir uno sin el otro, forzosamente debían “cumplir” unos requisitos que, casi siempre, eran tan irracionales como desconocidos. Así, personas trabajadoras y nobles se lanzaban contra esas implacables normas y, bien con la connivencia de uno hacia el otro, bien mediante aspectos fisiológicos que eran maldecidos ilógica e irracionalmente, formaban una familia feliz. Admiro la valentía de estas parejas que, en esa etapa oscura de nuestra historia reciente, tuvieron la valentía de desafiar y cambiar la anacrónica sociedad que les criticaba. Un abrazo, Pepe.

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    1. De aquellos fugados, Antonio, salieron parejas estables, quizás más felices muchas veces que las llevadas a cabo como Dios manda.
      Un abrazo.

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