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viernes, 11 de enero de 2019

Eso sería alardear

Leo hace poco en Xataka que «La Voyager 2 está a punto de dejar atrás el Sistema Solar para adentrarse en el espacio interestelar», un titular que me trae a la cabeza el asunto de estas naves espaciales —fueron dos— y, ampliando el foco, el recuerdo de aquel año, 1977, en el que fueron enviadas al espacio, ambas con el mismo nombre: Voyager 1 y Voyager 2.
Y es que 1977 fue muy importante en mi vida, porque en él nació mi primer hijo y, también, porque fue en el que (¡por fin!, tras varios intentos poco serios por mi parte: a mi manera, diría ahora no muy orgulloso) pude superar las oposiciones de magisterio. (Por cierto, se puede decir que los dos acontecimientos, el nacimiento de mi primer hijo y la superación de las oposiciones, fueron simultáneos, pues coincidieron en día y hora el natalicio y la tercera y definitiva prueba de examen.)
Bien, pues… justo coincidiendo con mi primera semana de trabajo tras los días de descanso que siguieron a los agotadores exámenes de la oposición, el día cinco de septiembre de 1977 partía desde Cabo Cañaveral —Florida— rumbo a lo desconocido la sonda Voyager 1 de la NASA; su hermana, la Voyager 2 había sido lanzada dieciséis días antes, el veinte de agosto; sí, la 2 antes que la 1 ¿?.
Con las naves se pensó mandar un mensaje que pudiera ser interpretado en un futuro interestelar por alguna civilización avanzada; y de la elección del contenido de dicho mensaje se hicieron cargo el famoso científico estadounidense (astrónomo, astrofísico, escritor…) Carl Sagan y un equipo de prestigiosos colaboradores, que determinaron lo que sería más apropiado enviar al espacio exterior como resumen de nuestros logros en la Tierra.
Así que las dos sondas, que aún hoy siguen su marcha por el espacio, transportan, cada una, un disco fonográfico de cobre recubierto de oro (no existían todavía los modernos discos duros de almacenamiento de datos), una grabación que contiene un mensaje para las posibles civilizaciones extraterrestres que se puedan encontrar en tiempos y lugares remotos. Cada disco contiene más de un centenar de fotografías de nuestro planeta, de sus habitantes… de su civilización; también contiene casi hora y media de música, una recopilación de sonidos de la Tierra, saludos en más de cincuenta idiomas...
A mí, una vez conocido todo esto, me ha llamado mucho la atención el que, ante el dilema de qué ofrecer que mereciese la pena, qué enviar que mostrase los más importantes logros humanos de los terrícolas, Carl Sagan pensó que debería figurar la música, y pidió sugerencias a otras gentes, una petición a la que —se lo he leído a John Eliot Gardiner— «el eminente biólogo y escritor Lewis Thomas respondió: “Yo mandaría las obras completas de Johann Sebastian Bach”. Tras una pausa, añadió: “Pero eso sería alardear”».

4 comentarios:

  1. Ja,ja. http://www.hondarribikoalardea.com/es/alarde-de-hondarribia/presentacion/que-es-el-alarde-origen-e-historia

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    1. Gracias, Mariano, no conocía lo de El Alarde de Hondarribia.

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  2. En esos años, estos eminentes científicos que mencionas y sus colaboradores, fueron imprescindibles para que los habitantes de la Tierra comprendiesen, someramente, la magnitud del Universo y el alcance que podía tener una comprensión de mensajes con otros mundos. Un día, esperemos que pronto, podríamos recibir una respuesta con una composición musical de Bachuniver, el compositor más prolífico y escuchado de un mundo lejano. Un abrazo, Pepe.

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    1. Aunque nosotros tenemos a Bach, me gusta lo que dices de Bachuniver.
      Gracias, Antonio. Un abrazo.

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