SECCIONES

viernes, 12 de octubre de 2018

Levantarse el castigo

Una mañana de uno de los primeros días de este verano recién acabado voy caminando tras la consecución de mi dosis diaria de pasos, mi «anda-dura», callejeando por el pueblo todavía temprano pero buscando la sombra en lo posible en unos días en los que desde las primeras horas comienza a molestar el Lorenzo.
De pronto, ya en un barrio alejado del mío, a la vuelta de una esquina, me encuentro con un amigo que de manera bastante graciosa me confiesa haber cometido una «infracción», que me dice haberse saltado una de las casi sagradas normas para la buena convivencia en su hogar —«las famosas reglas»—, y ello aprovechando que su mujer había salido de la casa y con la seguridad de que no regresaría en un tiempo mínimo suficiente para una mayor tranquilidad de mi amigo. La transgresión consistió en comerse un trozo de tocino y un par de blancos (ese embutido tan rico, con más tocino que magra, parecido a la butifarra), algo que tiene prohibido por el médico y vigilado por su señora.
blanco. m. Embutido de carne cocida de cerdo, huevos y especias, semejante a la butifarra. […] (Diego Ruiz Marín: Vocabulario de las Hablas Murcianas, Diego Marín)
El que mi amigo me haya contado esto (creo que, por motivos que rezuman evidencia, no debo decir su nombre) ha venido a cuento porque cuando nos hemos encontrado, nada más vernos, tras el saludo inicial y la recíproca manifestación de alegría por el encuentro, él ha comenzado el diálogo elogiando mi «fuerza de voluntad», el valor de mi tesón por salir todos los días a andar y así mejorar mi salud; «o por lo menos para no facilitar su deterioro», he añadido yo; y a continuación le he respondido que sí, que muy bien, pero que, debido a las dichosas caminatas diarias, llevo ya unos días con un hambre que me está costando mucho esfuerzo controlar, además de que no siempre lo consigo. Él, comprensivo —«sé muy bien de lo que me hablas»—, me responde que no me preocupe mucho, que no le dé tanta importancia a lo de excederme comiendo, siempre que sea ocasionalmente, ¡claro! —levanta el dedo índice—, y añade seguidamente que «de vez en cuando hay que levantarse el castigo», que él mismo lo ha hecho unos pocos días antes, y con un satisfactorio resultado, sobre todo anímico: «me quité el hipo», concluye. 
Y entonces me cuenta muy al detalle cómo se levantó el castigo y se quitó el hipo: Cómo le vino la idea a la cabeza cuando su mujer salió para ir a la peluquería; cómo lo pensó detenidamente valorando pros y contras; cómo fue a la tienda, incluso me dice a qué carnicería fue y me especifica que compró dos blancos y un trozo de tocino de buen tamaño, y se ayuda en la explicación señalando, con una mano sobre el dorso de la otra extendida, una longitud de ocho o diez centímetros, al tiempo que expresa verbalmente esa cantidad: «una leva [de] tocino magroso de unos ocho o diez centímetros»; y cómo, por fin, después, para finalizar —terminó de contarme—, se dio un buen banquete en su casa: «me alpargaté bien, aprovechando que mi mujer estaba en la peluquería».

4 comentarios:

  1. Ay! Como echo de menos esos paseos matutinos en los que a veces coincidíamos! Una feroz ciatica inmisericorde me tiene retirado (espero que por poco tiempo). Abrenuncio, por el momento, tambien de blancos, morcillas y similares. Un abrazo.

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    1. Siento lo de tu ciática, Mariano. A ver si te recuperas pronto y nos vemos por ahí en alguno de esos paseos, o, mejor frente a unos blancos, longanizas, salchichas…

      Un abrazo.

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  2. “Estaba a punto de reventárseme la hiel…”. Esta expresión, dicha siempre que ha existido una transgresión, justifica sobradamente a la misma. No puede ser. “Las normas están para no cumplirlas”, segunda justificación, más serena y que culpa a quien establece el cumplimiento de sus mandatos, en general, el médico. La vigilante es la ujer pero puede ser también el hombre el “espantaburras” que vigila el cumplimiento de los mandatos. Claro, después vienen los lamentos … que si ciática, que si las vértebras, ... No, las analíticas son las que se resienten. Así que, Mariano, no nos convences, eras tú quien se zampó “la leva de tocino” y nos quieres engatusar… Pepe, qué sano estás… es una envida no seguirte todos los días. Un abrazo.

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    1. Mi amigo del tocino y los blancos me dejó claro que lo de levantarse el castigo debía de ser ocasional, muy ocasional.
      Gracias, Antonio.
      Un abrazo.

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