SECCIONES

viernes, 28 de septiembre de 2018

A cántaros

Antes del agua corriente en el pueblo, la «que corre» por mangueras y tuberías y sale por los grifos, y antes también de la construcción del aljibe que tan buena agua potable almacenaría para el consumo familiar en casa de mis padres, Juan el Pilaro era el aguador que llenaba y rellenaba periódicamente las tinajas que había en aquella vivienda cuando yo era niño, agua que este hombre transportaba con parsimonia rutinaria en unos cántaros que alguna vez le vi llenar en una de las pozas de una acequia que hay en las afueras del pueblo, unos cántaros que llevaba —acarreaba, nunca mejor dicho— hasta las viviendas de quienes se lo encargaban, en un carro hecho ex profeso para ello, que consistía en una parrilla horizontal de madera con una veintena de huecos con forma de cuadrícula en los que se insertaban los recipientes de barro, un vehículo del que tiraba con visible desgana un burro más que harto.
Recuerdo la vestimenta de aquel hombre ya mayor para mis años de entonces, y sobre todo retiene con claridad mi memoria sus pantalones grisáceos con grandes refuerzos a base de enormes remiendos, siempre con los laterales exteriores de las perneras mojados por el roce de los pesados y chorreantes cántaros cargados de agua hasta el gollete, de tal manera que el líquido rebosaba debido al movimiento provocado por el dificultoso andar con uno en cada mano.
Lo estoy viendo ahora mismo, mentalmente, con un cántaro a cada lado del cuerpo, bamboleante en el esfuerzo, atravesando el almacén del comercio de mi padre en dirección a las tinajas situadas junto a una de las puertas que daban al patio.

4 comentarios:

  1. Paco González Soto10 de octubre de 2018, 17:39

    Imágenes que se quedan grabadas a fuego en la mente,´en el rincón de la añoranza y a las que podríamos añadir como fondo musical el corto pero grandioso tema de Serrat "Aquellas pequeñas cosas".
    Un abrazo Pepe.

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    1. En efecto, Paco, son pequeñas, escenas sueltas muchas veces, que permanecen a lo largo del tiempo.
      Un abrazo.

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  2. Pues sí, Pepe, Juan “El Pilaro” era muy conocido por quienes no tenían ni aljibe ni pozo. El agua que transportaba era utilizada preferentemente para lavar la ropa cuando las crecidas a causa de la lluvia provocaba el arrastre de sedimentos arenosos, se “enturbiaba”. Las cuadrículas de la plataforma llevaban cuatro trozos de cubierta de coche en los cuatro lados del cuadrado para que el cántaro, de forma semicónica, no rozase directamente con la madera y se rompiese con el traqueteo que padecía en las calles llenas de baches. Y sí, su pequeño burro poseía la expresión de quien está hasta la coronilla de hacer el trabajo pesado que era ordenado por Juan. Sin embargo, el ardor de macho del animal estaba intacto. Presencié el fin del trabajo de Juan. El agua, que extraía de la poza de la acequia en el camino de la señorita Adelita, estaba aquella tarde muy baja. Un paisano caminaba por el camino en dirección a la huerta con una yegua que llevaba a la parada, a la monta, porque estaba en celo. Al pequeño burro se le llenaron los belfos del aroma hormonal de la yegua y, enjaezado con el carro como estaba trató por todos los medios de montar a la yegua a pesar de los gritos de Juan y del paisano que llevaba al animal. No pudieron ninguno de los dos f¡detenerlo y los cántaros fueron cayendo en medio del camino uno tras otro y rompiéndose sin remedio. No, no pudieron detener al pequeño pero matón burro y consiguió su propósito puesto que cada vez que lo intentaba caían más cántaros y su fuerza era mayor. Burro y yegua quedaron satisfechos de la experiencia mientras paisano y Juan se llevaban las manos a la cabeza. Sospecho que, con el tiempo, el parto sería el híbrido normal de este cruce. Juan, ya no repuso los cántaros y creo que ahí acabó tanto el duro trabajo de su burro como el suyo. Claro, que el burro se despidió disfrutando de lo lindo… Un abrazo, Pepe.

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    1. Veo que tienes claras en tu cabeza algunas imágenes del Pilaro. Yo también recuerdo perfectamente lo que dices sobre los cuatro trozos de goma en los lados de cada cuadrícula donde se insertaba el cántaro. Sin embargo, la información sobre el ardor sexual de aquel burro y sobre la rotura de los cántaros es novedad para mí.
      Gracias, Antonio.
      Un abrazo.

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