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viernes, 14 de julio de 2017

El Barras (y 2)

El Barras era especial con sus clientes, supongo que sobre todo con los buenos clientes. Cuando escuchaba a lo lejos la pitada cómplice de un vehículo que se acercaba a la altura del quiosco (recuerden: la Nacional 340, la carretera general Murcia-Alicante, con mucha circulación entonces), pronto identificaba al individuo que lo conducía y que, si había tráfico muy denso, no tenía siquiera que detenerse, pues Antonio le lanzaba un cartón de Winston, Marlboro, Chesterfield... —el preferido del cliente—, se lo introducía por la ventanilla mientras le decía «tira, ya lo pagarás».
En los más inmediatos alrededores del quiosco eran celebrados con bombo y platillo por el Barras y sus amigos determinados acontecimientos, entre los que destacan como más sonados los balompédicos, pues Antonio, muy aficionado al fútbol —era del Barça: un cérrimo—, celebraba sus victorias —y las derrotas de sus máximos rivales— a lo grande, por todo lo alto, pero sobre todo con originalidad, con apuestas e ingeniosos espectáculos, como el rezo que le era impuesto a modo de penitencia al forofo perdedor; para ello había en el «almacén» del Barras un reclinatorio —sí, de los de la iglesia— y un rosario, y con ellos, arrodillado en el primero y con el segundo entre las manos, el penitente perdedor de turno tenía que rezar o simular que rezaba, en los días siguientes a los partidos, a primeros de semana normalmente.
Cuando nuestro paisano Vicente Carlos Campillo obtuvo el carnet de entrenador de fútbol (me surge una mínima duda sobre si fue entonces o si fue cuando de su mano el Real Murcia subió a primera), el acontecimiento fue celebrado cortando la circulación en la carretera nacional. La fila de coches que venía de Alicante la detuvo el propio Barras haciendo el alto a los vehículos con una infantil pala playera de plástico, y la fila de coches que venía de Murcia la detuvo su compadre Soto, otro célebre personaje al que llamábamos el Capitán Veneno, que había sido caballero legionario y del que algunos jóvenes de entonces aprendimos el himno de los de la cabra. Y todo esto del  corte de la circulación, se preguntará más de un lector, ¿para qué?, pues para que Vicente Carlos, flamante y pronto exitoso entrenador de fútbol, en esos pocos segundos que duraba el parón de tráfico, «se pegara» una acrobática voltereta en medio de la carretera, voltereta premiada con una salva de aplausos de los allí presentes para la ocasión: circo en estado puro.
Siendo yo jovenzuelo, en alguna ocasión presencié cómo el Barras, muy generoso, hacía de banquero prestamista con algún amigo mío. Me consta, además, que este amigo mío no era el único «cliente» prestatario que tenía, y que, al contrario que hacían las distintas entidades bancarias, Antonio prestaba sin cobrar intereses: desinteresadamente, nunca mejor dicho.
Como para él el estudio debía ser una tarea derretidora de sesos, me «aconsejaba», a su manera, que no estudiara «tanto», que no era bueno, y me decía, simulando tocar la flauta de manera grotesca, que si seguía así «acabaría loco, como el tío nosequién —nunca supe de quién me hablaba—, que terminó en lo alto de una morera y con una sartén al hombro».
Cuando la vida le vino mejor, me acuerdo, le gustaba salir, como él mismo te decía, preparao —de dinero, se entiende—, y comer «bien», como te contaba después con detalle. En una ocasión me dijo que mi hermano —buen amigo y guía suyo en las «salidas»— lo había llevao «cal Rigan» (con el apellido del presidente estadounidense se refería a un restaurante cercano a la costa regentado por un extranjero, un belga, Míster Roland) y que «cal Rigan», me siguió contando, se había comido «un mendrugo de carne así», y me mostraba con satisfacción el puño como referencia del grosor del trozo de carne comido.
Después, pasado el tiempo, supe que andaba muy delicao; me enteré por mi hermano, que, tras algunas visitas a su casa y al hospital, me informaba de su evolución. Tras su muerte, siempre que por cualquier circunstancia me viene a la cabeza su imagen (asociación de ideas, alguna conversación, el encontrarme con algún libro o disco comprado en el quiosco...), lo recuerdo con afecto: sit tibi terra levis, Barras.

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