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miércoles, 23 de diciembre de 2015

El árbol mágico

En los años de mi infancia no se ponía árbol de Navidad en las casas de nuestros padres; se ponía, en las que se ponía, belén, y los Reyes Magos monopolizaban el magro reparto de regalos, y eso en las viviendas en que los había, ¡regalos, claro!
Sin embargo, en mi casa, cuando mis hijos eran pequeños, poníamos y disfrutábamos por Navidad de un árbol mágico. Era mágico de verdad, no el típico árbol en el que te encontrabas los regalos únicamente el día después de Nochebuena; en nuestro árbol había regalos constantemente, casi diariamente. Cierto que eran, muchas veces, “regalitos” —golosinas, pequeños juguetes...—, pero el árbol “los ponía” muy a menudo, incluso más de una vez en el mismo día.
Jose Alberto y Antonio se asomaban expectantes de vez en cuando al salón donde estaba el árbol, esperando con ilusión que este se hubiese espolsao y les hubiera dejado algo por los alrededores. Y cuando de vuelta de alguna salida cualquiera entrábamos en la casa, yo me adelantaba y así podía anticipar a los niños que había escuchado algo, algún sonido, en la habitación del árbol, lo que podía significar que este se había desperezado; antes de terminar de decirlo, los pequeños —primos y amigos incluidos cuando estaban con ellos— salían disparados para comprobar cómo el árbol mágico acababa de obsequiarlos a todos con regalos que ellos disfrutaban y celebraban mucho.
Todavía recuerda Antonio, además de los frecuentes juguetitos y golosinas, cómo una vez, al acercarnos para ver si se había espolsao el árbol, tropezó el que esto cuenta y, al mirar la causa del traspié, encontramos unos atriles en el suelo.
Todavía, ahora con dos nietas en la familia, conservamos el mismo árbol; y el año pasado, tras un enorme intervalo de tiempo, quiso mostrar sus cualidades, pero no pudo, por lo menos con la frecuencia y eficacia que mostraba antaño; es posible que ello se debiera a los muchos años de inactividad regalística, o a las muy espaciadas visitas de las niñas, o a la corta edad de las mismas, o... ¡vaya usted a saber!
Espero que esta Navidad el árbol mágico vuelva por sus fueros y retome con fuerza su costumbre, para que Paula y Ángela —la primera ya con tres años— comiencen a ilusionarse de verdad con su magia.
Aunque, pensándolo con detenimiento, la magia del árbol quizás tenga sus mayores efectos en los adultos, que, embobados, disfrutamos viendo cómo reaccionan los pequeños. Miren qué bien lo refleja esta viñeta de Erlich:

Erlich 25/12/2014 (El País)

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