SECCIONES

jueves, 16 de abril de 2015

Eduardo Galeano ha muerto



Esta semana, hace unos pocos días, ha muerto Eduardo Galeano, uno de los autores que me han removido las neuronas cada vez que lo he leído o lo he escuchado. Galeano es un escritor archiconocido en el mundo intelectual por su obra Las venas abiertas de América Latina, que —me da vergüenza confesarlo— no he leído, algo que prometo hacer pronto en homenaje al gran autor, paisano de otros dos admirados personajes: Mario Benedetti y Pepe Mugica.
Foto de Galeano, a la que he añadido un fragmento del libro
calendario” Los hijos de los días; el texto corresponde al
12 de octubre, Día del Descubrimiento.
Dice Vicente Verdú (El País, 22/04/2008) que “un buen libro es el que te hace levantar la vista”. Supongo que quiere decir levantar la vista y pensar, por eso yo añado que lo es el que llega a tu interior, te toca las fibras, te modifica, te transforma…, aquel que cuando terminas de leerlo no eres el mismo, en alguna medida, que cuando lo empezaste.
Pues bien, de unos pocos libros que he leído de Eduardo Galeano, me dejó una huella indeleble Patas arriba (La escuela del mundo al revés) —Siglo XXI, 1998—, una obra que, creo, no deja indiferente a nadie. Fíjense si me gustó que suelo regalarla de vez en cuando; ahora mismo estoy pendiente de la compra de varios ejemplares —3 concretamente— para unos amigos que quiero que, como yo, “levanten la vista” a menudo mientras leen sus páginas.
Y para aquellos aboniquerosaboniqueños o aboniqueistas, que de otras formas se puede decir, rizando el rizo— que no conozcan la obra de Galeano (también, por supuesto, para los que la conozcan: siempre es bueno leerlo), les he seleccionado una muestra de Patas arriba (páginas 41 y 42); espero que les guste.
Aquí está:
El lenguaje/3
En la época victoriana, no se podían mencionar los pantalones en presencia de una señorita. Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública:
el capitalismo luce el nombre artístico de economía de mer­cado;
el imperialismo se llama globalización;
las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de de­sarrollo, que es como llamar niños a los enanos;
el oportunismo se llama pragmatismo;
la traición se llama realismo;
los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos;
la expulsión de los niños pobres por el sistema educativo se conoce bajo el nombre de deserción escolar;
el derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral;
el lenguaje oficial reconoce los derechos de las mujeres, entre los derechos de las minorías, como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría;
en lugar de dictadura militar, se dice proceso;
las torturas se llaman apremios ilegales, o también presiones físicas y psicológicas;
cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos;
el saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre de enriquecimiento ilícito;
se llaman accidentes los crímenes que cometen los automóviles;
para decir ciegos, se dice no videntes;
un negro es un hombre de color;
donde dice larga y penosa enfermedad, debe leerse cáncer o sida;
repentina dolencia significa infarto;
nunca se dice muerte, sino desaparición física;
tampoco son muertos los seres humanos aniquilados en las operaciones militares: los muertos en batalla son bajas, y los civiles que se la ligan sin comerla ni bebería, son daños colate­rales;
en 1995, cuando las explosiones nucleares de Francia en el Pacífico sur, el embajador francés en Nueva Zelanda declaró: «No me gusta esa palabra bomba. No son bombas. Son artefac­tos que explotan»;
se llaman Convivir algunas de las bandas que asesinan gente en Colombia, a la sombra de la protección militar;
Dignidad era el nombre de uno de los campos de concentración de la dictadura chilena y Libertad la mayor cárcel de la dictadura uruguaya;
se llama Paz y Justicia el grupo paramilitar que, en 1997, acribilló por la espalda a cuarenta y cinco campesinos, casi todos mujeres y niños, mientras rezaban en una iglesia del pueblo de Acteal, en Chiapas.

 

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