SECCIONES

sábado, 4 de octubre de 2014

Bell en el metro

Recibo de vez en cuando algún correo con un vídeo musical calificado por quien me lo manda, o por quien lo ha elaborado, como interpretación magistral; cuando lo abro, lo veo y, sobre todo, lo escucho, me sorprendo —es un decir, ya no me sorprendo— pues la interpretación en cuestión, de obra maestra no tiene nada: frecuentemente es una interpretación pasable o mediocre, si no una ejecución, de la obra, de Bach, Vivaldi, Mozart…
Hace ya algún tiempo circuló por Internet un correo con la historia que a continuación les relato. Como el powerpoint difundido me pareció poco riguroso, indagué un poco y lo reelaboré. Ahora se me ocurre que puede ser una buena entrada para Abonico, pues plantea la cuestión de nuestra capacidad para la valoración del arte, dentro y fuera de sus santuarios: museos, salas de conciertos…
Joshua Bell es el protagonista de nuestra historia, un violinista estadounidense nacido en 1967, que comienza con el violín a los cuatro años —“Mis padres me introdujeron en el sonido del violín”, dice, “no fui yo quien lo elegí”—, y posteriormente lo estudia en la Universidad de Indiana; a los catorce años toca como solista con la Orquesta de Filadelfia, dirigida por Ricardo Muti; debuta en el Carnegie Hall en 1985 con la Orquesta Sinfónica de Saint Louis y desde entonces ha tocado con orquestas y directores de primera fila.
Además del repertorio típico de su instrumento —sinfónico y de cámara—, Bell ha tocado obras de nueva creación, como el concierto de violín que el compositor británico Nicholas Maw le dedicó y que Bell estrenó en 1993. También interpretó la parte solista de la banda sonora de la película El Violín Rojo (Oscar a la mejor banda sonora). Bell utiliza en sus conciertos un violín Stradivarius de 1713 por el que pagó alrededor de tres millones y medio de dólares.
 Bell, un tío sencillo, que ha aparecido, sin aura de divo virtuoso, en la versión estadounidense de Barrio Sésamo, se deja convencer hace unos años para participar en un experimento: tocar anónimamente en una estación de metro. Los promotores de la idea —The Washington Postquieren averiguar si los usuarios del metro, la gente normal, en la cotidianeidad, distinguen y valoran la música de un concertista de calidad excepcional de la de un músico callejero cualquiera. Pretenden, con el resultado, sacar conclusiones sobre la sensibilidad artística, musical en este caso, del ciudadano común.
La mañana del viernes 12 de enero de 2007, con vaqueros y gorra de béisbol, y en la mano el estuche con su Stradivarius, Bell entra en una estación de metro en Washington, saca el instrumento y comienza a tocar; días antes —dicen— ha llenado una importante sala de conciertos a cien euros de media la entrada.
Ha de interpretar seis obras de Johann Sebastian Bach —algunas fuentes hablan de diversos autores— y lo hace durante cuarenta y tres minutos. Comienza con la Chacona de la Partita número 2 en Re menor (aquí les pongo un fragmento de una interpretación posterior del propio Bell):
 Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de Estados Unidos, había pronosticado que Bell recaudaría unos ciento cincuenta dólares y que, de mil personas, unas treinta y cinco se pararían, haciendo corro, atraídas por la belleza de la música. Hasta un centenar, predijo Slatkin, echaría dinero en la funda del violín.
Pero no es así. Durante los cuarenta y tres minutos que Bell está tocando, solo unas pocas personas (27), de entre las más de mil que pasan camino del trabajo, echan dinero en el estuche, y la mayoría (20) lo hace sin pararse; nada de escuchar, nada de maravillarse, nada de corros. La inmensa mayoría, casi la totalidad, siguió su camino con las prisas propias del momento y —según unas fuentes, otras dicen que nadie— solo una mujer lo reconoció. En total recoge treinta y dos dólares y algo de calderilla. "No está mal", bromea, "casi cuarenta dólares la hora... podría vivir de esto. Y no tendría que pagarle a mi agente".
"Era una sensación extraña, la gente me estaba... ignorando", dice después Joshua Bell a The Washington Post; a él, al virtuoso que le molesta que la gente tosa o que suene un teléfono en sus conciertos. Sin embargo, en la estación de metro se sentía "extrañamente agradecido" cuando alguien le tiraba a la funda del violín unos centavos. Y recuerda los peores momentos: cuando acababa una pieza, nadie aplaudía.
¿Qué moraleja extraemos —al margen de nuestras prisas, de nuestro estresado sistema de vida— del hecho de que casi nadie se pare a escuchar a un gran violinista, con un magnífico instrumento, interpretando a un insuperable compositor? ¿Quieren mi conclusión?: pues… que la mediocridad está tan generalizada, que no entendemos una mierda de aquello que merece la pena en música, en literatura, en pintura… (y añadan ustedes lo que quieran a la lista).
Vean qué claro está para Erlich:
Erlich (El País, 10-10-2009)





4 comentarios:

  1. Un blog muy interesante, sí señor. ¡Siga así, Don Pepe!
    Aquí te dejo el mío, a ver si te gusta: http://lasendaamartillazos.blogspot.com.es/

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    1. Gracias, Ethos (supongo que eres Miguel Ángel):
      He mirado, por encima, tu blog (muy “literario”, como me has adelantado) y de ahí deduzco quién creo que puedes ser.
      Seguiré tus cosas en “La senda a martillazos”, que seguro será interesante. Solo con la entrada del 11 de junio, “La importancia”, ya me hago una idea.

      Un saludo.

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  2. Pepe, conocía la anécdota pero no la importante conclusión ala que llega un especialista y virtuposo como tú. Estoy totalmente de acuerdo contigo, con el director que pronosticó el resultado y con el chiste. La vida sin sensibilidad no es tal, es un mero trámite. Esto es lo que sucede con el animal peor evolucionado de toda la Tierra, de la especia humnoide. ¡Ah!, si lo hubiesen sabido los transeúntes se habrían agolpado solo porque era tal persona y no por la importancia de sentir la belleza a través del oído y laq vibración del espíritu. Mundo...
    Pepe, siento que un pequeño error informático me haya tenido fuera del circuito de comentarista unos semanas.

    Un abrazo, Pepe.

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    1. Dices, Antonio, que la vida sin sensibilidad es un mero trámite; estoy totalmente de acuerdo. Podemos resumirlo con las palabras de uno de Moratalla, según me contaron hace mucho tiempo: “comer, beber y el macho a la hembra”.

      Un abrazo.

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