SECCIONES

viernes, 24 de enero de 2014

En la escuela. Un par de escenas

"Pasé por el Instituto y la Universidad, pero de estos centros no conservo más huella que una gran aversión a todo lo académico" (Antonio Machado).

Algo parecido puedo decir yo de mi paso, como alumno, por la escuela.

La escuela no me gustaba. Tanto el colegio de monjas al que fui hasta los diez años (después solo las niñas podían continuar allí), como las escuelas graduadas, las de arriba, a las que fui después, fueron centros de los que apenas tengo un buen recuerdo. Sor Fulana, Sor Mengana, Sor Zutana, Don Fulano, Don Mengano, Don Merengano... Todos, o casi, verdaderos energúmenos de la pedagogía.

Yo personalmente no recuerdo haber sido maltratado; quizás mi buena memoria me proteja de esas desagradables escenas. Lo que sí recuerdo es que el ambiente, el ver y escuchar los tortazos (eufemismo) volar a mi alrededor, la crispación, los gritos e insultos, las ridiculizaciones (paseos por otras clases, carteles colgados del cuello, orejas de burro…), etc. me afectaban de tal manera que me resistía todo lo que podía a ser desasnado por semejantes individuos e individuas. Además… apenas recuerdo haber aprendido en la escuela algo de verdadero valor. Hacíamos caligrafía, dibujábamos, hacíamos copiados y ¿qué más?

El lema era “la letra con sangre entra” y… ¡vaya si entraba!

UNA ESCENA
(Ambiente de Colegio de Religiosas de la Santísima Orden del Amor Misericordioso de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Antes de alzarse el telón, se oye el Ave María de Tomás Luis de Victoria, muy suavemente. El telón se levanta y se ve el aula de un colegio de mediados los años cincuenta del siglo pasado. Los niños —solo niños— están  haciendo sus deberes y la monja paseando por la clase rezando, bisbiseando con eses excesivamente silbantes. Uno de los alumnos, ANTOÑITO, se levanta de su sitio y se acerca a la monja).
ANTOÑITO.—Hermana, por el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—No, aguántate que ya eres mayorcito. Además, falta muy poco para el recreo.

(Un rato después, ANTOÑITO vuelve a dirigirse a la monja)

ANTOÑITO.— (Agarrándose, por fuera del pantalón, la pilila, porque se está meando) Hermana, por el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—(Con mala folla) ¡No! ¿¡No te he dicho que no!?

(Al rato)

ANTOÑITO.—(Agarrándose, por fuera del pantalón, la pilila y juntando nerviosamente las rodillas. Ya no puede aguantar más) Hermana, por el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—(Harta ya del niño) ¿Es que eres tonto y no entiendes lo que se te dice? (y recalcando intencionadamente cada una de las sílabas) ¿No te he di-cho que no pue-des ir al ser-vi-cio?

                        (ANTOÑITO se marcha cabizbajo, va a un rincón de la clase y mea allí mismo).

OTRA ESCENA

(Antes de alzarse el telón se oye el Cara al sol, himno patriótico donde los haya. El telón se levanta y se ve el aula de un colegio público de los últimos años cincuenta. Los niños (solo niños), en sus deberes aunque algunos chinchándose por lo bajines. El maestro, sentado, bien repantigado en su silla, con las piernas sobre la mesa y roncando. Junto a él un bote muy grande, de los de tomate en conserva —de tres o de cinco kilos—, donde lanza, sin apenas moverse, sus gargajos. Don Fulano despierta porque el bullicio de la clase ha aumentado considerablemente al bajar la vigilancia. Se levanta de la silla y comienza a pasear por la clase, con una palmeta de madera en la mano, inspeccionando los trabajos de los distintos alumnos por encima de los hombros de estos. Se para delante de ANTOÑITO).

MAESTRO.—(Pretendiendo mucha autoridad. Con voz aguardentosa, del tabaco y los carajillos) A ver, Antoñito, ¿cuántas son seis por siete?
ANTOÑITO.—(En voz baja, cagado de miedo y dudando) ¿Seis… poor siete…? ¡Ah, sí!, ¿cuarenta y ocho?
MAESTRO.—(Levantando la voz) ¡Buuurro! ¡Ponte de rodillas!
ANTOÑITO.—(Rápido, probando otra vez) ¿Cincuenta y cuatro?
MAESTRO.—(Ahora gritando) ¡Zopeenco! ¡Y con los brazos en cruz!

(Don Fulano sigue paseando, de pronto se da la vuelta para sorprender a otro alumno)

 MAESTRO.—(Con rapidez) A ver, ¡Fulanico, los límites de España!
FULANICO.—(Pillado por sorpresa, aunque se lo temía) Pues… estooo… (mirando al techo) España limita al norteee… con…
MAESTRO.—¡Pon la mano!

(FULANICO extiende la mano mientras dice los límites. Lo hace tembloroso, aunque se los sabe, porque si se equivoca, la palmeta caerá implacable y cumplirá su cometido).

MAESTRO.—¡Más alta, súbela!
                        
                        (FULANICO levanta la mano y la adelanta, la pone cómoda, para la palmeta)
                   

1 comentario:

  1. Dramático, trágico, lamentable, y por esto no sé si milagroso, o lógico, que de esos polvos no hayan surgido ponzoñosos lodos, sino extraordinarios enseñantes.

    ResponderEliminar